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Desde Rusia… con amor

Esta historia de amor y tragedia nació en marzo de 1764, en Petersburgo, con el nacimiento de Nicolái Petróvich Rezánov, un noble y culto caballero ruso que promovió la colonización de parte del Imperio Ruso de Alaska y California.

Por José Adán Silva

I.

Esta historia de amor y tragedia nació en marzo de 1764, en Petersburgo, con el nacimiento de Nicolái Petróvich Rezánov, un noble y culto caballero ruso que promovió la colonización de parte del Imperio Ruso de Alaska y California.

En una arriesgada misión para el gobierno ruso, le tocó inspeccionar la situación de los colonos rusos en Alaska, que por entonces pertenecía a su país.

Los rusos pasaban grandes penurias por la falta de alimentos en el clima indómito de Alaska, y Rezánov, a cargo de la misión, se dio a la tarea de conseguir provisiones, para lo cual adquirió un barco, Yunona (Juno), y mandó a construir otro a semejanza, Avós (Ojalá), para viajar hasta California, por entonces parte del imperio español, con quien además buscaría un tratado con las autoridades locales para que las colonias rusas fueran aprovisionadas desde la Nueva España.

En abril de 1806, las naves anclaron en la bahía de San Francisco por seis semanas, tiempo durante el cual Rezánov, diplomático y formal hombre de negociaciones, entabló relaciones cordiales con José Darío Argüello, comandante de San Francisco. Igual conoció a la hija de este, María Concepción, nacida en 1791. Poco después de la visita, Rezánov, viudo de 42 años, pidió en matrimonio a la quinceañera criolla, cuya familia aceptó pese a la preocupación por diferencias religiosas: ella era católica y él ortodoxo.

El 11 de junio de ese mismo año fueron celebrados los esponsales y decidieron los preparativos para la boda, pero para contraer matrimonio y congeniar las diferencias religiosas y geopolíticas, era necesario pedir permiso al Zar de Rusia, al rey de España y al papa de Roma. Rezánov, decidido a consolidar su relación, partió a hacer las gestiones y reportar la suerte de su misión oficial a la capital rusa.

En septiembre de 1806, el barco del funcionario ruso llegó a la ciudad siberiana de Ojotsk, desde donde debía seguir por tierra a caballo su misión.

La inclemencia del clima y la prisa por resolver lo pendiente de su amor, llevaron a Rezánov a desafiar el clima y su salud le cobró el ímpetu: enfermó, se debilitó y cayó del caballo para empeorar. Llegó muy enfermo a Krasnoyarsk, en Siberia Central, donde murió el 1 de marzo de 1807.

Concepción Argüello quedó esperando y viendo siempre hacia la bahía por donde partió el barco de su amado Nicolái. En 1808 un funcionario ruso, Aleksandr Baránov, notificó a la familia Argüello sobre el deceso de Rezánov y liberó formalmente a la abatida Concepción de la promesa matrimonial.

Ella se hizo monja, cambió su nombre por Sor María Dominga y cumplió sus hábitos con duelo hasta el 23 de diciembre de 1857, cuando murió en un convento de Monterrey California.

La historia de amor se hizo famosa en Rusia gracias al poema Avós (1970) del poeta-escritor Andréi Voznesenski, quien narraba la desventura de la pareja y el torcido destino de una criatura engendrada entre ambos, que habría nacido muerta. Posteriormente la historia se convirtió en la exitosa ópera rock Yunona y Avós en 1979, por medio del genio musical del compositor Alexséi Rybnikov.

II.

A mediados de los años noventa, la periodista rusa Elena Runova trabajaba como reportera del semanario El Nacional, con sede en la caliente ciudad de León, donde publicaba sus notas bajo la firma de Helena Ramos.

Ella había establecido buenas amistades y fuentes de noticias en la ciudad y un buen día, sin querer, recibió una confidencia histórica de una señora de la notable familia Argüello: a inicios del siglo XIX su familia de León crió a una niña, retoño natural de la hija del pariente José Darío Argüello y de un aristócrata ruso, cuyo nombre no recordaba.

La posibilidad de que la hija de aquella trágica historia de amor rusa fuera nicaragüense, le sirvió a Runova, casi dos décadas después, para ilustrar los fuertes e históricos nexos de la diáspora rusoparlante en Nicaragua, en su libro titulado: Compatriotas en Nicaragua.

El libro, publicado en abril del corriente 2014 en la Universidad Centroamericana, recorre lo que ella llama “la primera ola” de la diáspora rusa desde los años sesenta y setenta, hasta las últimas migraciones de los años noventa, cuando ocurrió la desintegración de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), que estaba integrada por 15 repúblicas europeas, encabezadas por Rusia.

Elena Runova, o Helena Ramos como adoptó en Nicaragua, es parte de esa migración que de la extinta URSS vino a Nicaragua por un motivo que por sí solo puede justificar el abandono de la patria hacia tierras lejanas, de climas bravos y cultura socialmente diferente: el amor.

La mayor parte de “la segunda ola” de la migración rusoparlante a Nicaragua se dio a cuentagotas entre 1979 y 1990, gracias en gran parte a que cientos de los jóvenes estudiantes nicaragüenses se enamoraron de aproximadamente 800 nativas de la URSS y las trajeron a Nicaragua en matrimonio.

Fue una migración por amor: al estudiante y a una causa política-ideológica como la llamada revolución sandinista. Amores que al final terminaron, en la mayoría de los casos, creando otro amor por el país, como ocurrió con Runova, quien vino a Nicaragua en 1987.

Nacida en el seno de una familia media en 1960 en Yaroslavl, a la orilla del Volga, “el río más ruso que existe”, ella se enamoró de uno de los aproximadamente 5,000 estudiantes nicaragüenses que se estima extraoficialmente viajaron a la URSS en los años ochenta, como parte del convenio de cooperación soviético-nicaragüense durante el período más álgido de la Guerra Fría entre 1979 y 1990.

Según el libro Compatriotas en Nicaragua , de la periodista rusa Elena Runova, la única rusa que llegó a Nicaragua en los años 70 y todavía vive en el país es Natalia Popova, una moscovita experta en educación especial. Arribó en 1972 al país y ahora es considerada una suerte de matriarca de la diáspora rusoparlante.

Aparte de una pianista excelente y otras músicas profesionales, entre la diáspora rusoparlante en Nicaragua destaca Tatiana Vánder, una soprano lírico de Siberia Central, preparada para ese arte en la célebre escuela de musica del Conservatorio Estatal de Moscú.

El calor agobiante, el enrevesado matiz nicaragüense del idioma, el choque cultural de una europea con la idiosincrasia nicaragüense y sus formas de vida distintas, fueron elementos a los que tuvieron que enfrentarse muchas de las migrantes rusoparlantes que hoy forman parte de una diáspora reducida de al menos 250 personas, grupo poco expresivo, pero destacado en Nicaragua: cientistas sociales, intelectuales, científicas, investigadoras, músicas profesionales, ingenieras, médicos, etcétera.

III.

Las historias de amor ruso-nicaragüense, en su gran mayoría, terminaron en divorcio. Con el colapso de la Unión Soviética en 1991, que el Kremlin ejecutó mediante las políticas de la Perestroika y la Glásnost, muchas de las repúblicas del extinto bloque quedaron huérfanas del Estado protector del gran Oso ruso, al igual que los programas de cooperación rusa-nicaragüense llegaron a su fin con la derrota electoral del FSLN en 1990.

Muchas de las parejas se disolvieron, otras siguieron juntas pero continuaron su migración a otros países de América y otras mujeres del bloque soviético, tras divorciarse, regresaron a sus países buscando un nuevo sentido a sus vidas.

El caso de Sayora Khamidova fue similar. Ella vino al país por amor a un estudiante nicaragüense, Martín Omar Rocha, con quien se casó tras conocerlo en Leningrado, cuando ambos estudiaban allá. Él telecomunicaciones y ella ingeniería industrial y textil.

Ella es oriunda de Dushanbe, capital de Tadjikistán, una de las 15 repúblicas que se independizó de Rusia en 1991 y que tras el rompimiento quedó a la deriva y con serios problemas económicos y de seguridad por su cercanía a Afganistán, país productor y exportador de drogas y armas.

Ella se vino a Nicaragua a conocer la historia de sufrimiento y heroísmo que había escuchado de su novio. Y tuvo la suerte que otras compatriotas suyas no tuvieron: su pareja asumió la responsabilidad de la relación y formaron una familia sólida que a la fecha se mantiene firme.

Hacer vida aquí, en el trópico, tras haber crecido en una zona rodeada de montañas que se vuelven nevadas en invierno, fue tan duro como aprender el “español nica” y adaptarse a la vida desordenada del país y sus costumbres de excesivo trato “confianzudo”.

El impacto del clima de Managua, de 35 grados en comparación con la temperatura menor a cero grados que hacía en su país, la afectaron en la salud y le provocaron un profundo estrés que le duró casi por tres años hasta que llegó su primer hijo.

Ya adaptada a Nicaragua, le “agarró el gusto” al país, al clima y al trato solidario y pese a que ha regresado de visita a su país, ha decidido quedarse a vivir aquí, su segunda patria y la primera de la de sus tres hijos e hijas. Pero no olvida aquellos años en que la URSS, imperio bajo el cual nació y creció, le brindó a su país todo el apoyo que dicha nación necesitó para sostenerse ante la crudeza de la competencia europea que hoy impera por aquellas latitudes.

IV.

La investigación Compatriotas en Nicaragua de Elena Runova vino a desvanecer, quizás sin ese propósito, el mito de una “invasión soviética” en Nicaragua que la propaganda de la Guerra Fría y Hollywood echaron a rodar en los duros años de guerra de la década de los ochenta.

Nunca hubo una invasión o una migración soviética-aliados a Nicaragua, ni antes de 1979 ni después. Las relaciones diplomáticas formales entre Nicaragua y Rusia iniciaron el 12 de diciembre de 1944, en el marco de la Segunda Guerra Mundial y la formación de una alianza internacional contra las potencias del eje que encabezaba la Alemania nazista de Adolfo Hitler.

Nicaragua le declaró la guerra a Alemania. Mientras Rusia sufría y revertía la invasión nazi. La alianza se enfrió tras el fin de la guerra y se rompió en los años setenta con el apoyo de Cuba a las guerrillas sandinistas que peleaban por botar a la dinastía de la familia Somoza.

Las relaciones se restablecieron en 1979 y el apoyo ruso a Nicaragua se orientó, principalmente, hacia la maquinaria de guerra y el apoyo tecnológico para el desarrollo económico del país.

El 24 de diciembre de 1991, la Federación Rusa sustituye en Naciones Unidas a la URSS y el 27 de diciembre de ese mismo año, Nicaragua inició un nuevo capítulo de relaciones diplomáticas con la Federación Rusa, que se intensificó en 2007 con el regresó de Daniel Ortega a la presidencia del país.

Aunque no existen datos oficiales de la migración rusoparlante, a Nicaragua en ninguno de los períodos de relación bilateral, una investigación de la socióloga nicaragüense Leonor Zúñiga Gutiérrez, denominado Estudio Migratorio de Nicaragua, que formaba parte de la investigación regional “Estudio comparativo de la legislación y políticas migratorias en Centroamérica, México y República Dominicana” reveló en 2012 que la presencia rusoparlante en el país, contra lo que se creía en los años ochenta, tampoco fue masiva y significó una de las más bajas de la época en comparación a la migración de otros países a Nicaragua.

“De la población extranjera residente en el país, los hondureños conforman el grupo más amplio, agrupan el 36.3 por ciento de los residentes extranjeros. Le siguen en número los mexicanos, cubanos, españoles, rusos, alemanes y colombianos. Los de origen africano representaron el 4.16 por ciento de la población extranjera y los asiáticos el 1.2 por ciento”.

“Los datos del censo 2005 mostraron una disminución en el número de migrantes provenientes de Rusia y Alemania, aunque al respecto, en las entrevistas a miembros de organizaciones civiles no hubo una respuesta definitiva. Se presume que esta disminución puede entenderse debido a que los extranjeros provenientes de ambos países pudieron haber llegado al país vinculados al trabajo de cooperación en el marco del proyecto revolucionario y comenzaron a retirarse del país una vez que el Frente Sandinista perdió las elecciones en los años noventa”, dice el estudio.

En marzo del 2012, Andrey Bibishev, ministro consejero de la sede diplomática de Rusia en Nicaragua, reveló que entonces la Embajada tenía un registro de 108 ciudadanos rusos residentes en Nicaragua, a quienes se invitaba a votar en el proceso electoral que ganó Vladimir Putin.

Carlos Pérez Zeledón, uno de los exbecarios nicaragüenses que fue a la URSS en los ochenta y se casó con una mujer rusa, es uno de los más entusiastas organizadores de la diáspora rusoparlante mediante el organismo no gubernamental Rusánica, una alianza cultural de menos de 200 miembros que busca agrupar los lazos fraternos de los miembros de las otroras solidarias repúblicas hermanas del bloque soviético.

Pérez Zeledón se casó con Irina Kudriávzeva, originaria de Kíneshma, Rusia Central, una estudiante de ciencias educativas en matemáticas en la estatal universidad de Ivánovo, con quien se vino a vivir a Nicaragua en 1989.

Gracias a ese vínculo sentimental, Pérez Zeledón ha contactado a otros rusoparlantes de aquellos años y a otros de nueva generación que vinieron al país después de 1990 en búsqueda de oportunidades económicas, en misiones de exploración para inversiones y hasta con motivos de migración para llegar a Estados Unidos.

Pérez Zeledón reitera que nunca, aun en plena guerra de los años ochenta, hubo presencia masiva de rusos, alemanes y otras nacionalidades del bloque soviético y confirma que si hubo una diáspora rusa en Nicaragua fue porque los estudiantes, el 99 por ciento varones, se casaron con mujeres del bloque y las trajeron al país.

“Nunca hubo más de mil rusos aquí, ni entre asesores, militares o voluntarios sociales o esposas de los estudiantes”, reitera.

La misión de reunificar en Nicaragua a toda una comunidad que se disolvió como tal en 1991, ha sido difícil: las diferencias ideológicas ante los nuevos conflictos rusoparlantes como los de Ucrania, Georgia y otros, más las diferencias socioeconómicas y políticas locales, la diferencia de criterios de una parte de las nuevas familias ruso-nicaragüense ante esa cercanía cultural, han frenado esa nostálgica reunificación.

No obstante, Pérez Zeledón, quien asumió la terquedad del carácter ruso de Irina, sigue insistiendo en acercar culturalmente a los miembros de aquel imperio que una vez los unió antes de convertirse en la diáspora rusoparlante de Nicaragua.

Sección Domingo imperio Rusia

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COMENTARIOS

  1. Aunque te arrechés
    Hace 10 años

    Yo celebro la diversidad racial que pueda existir en Nicaragua ya que al igual que todos los paises americanos somos productos de la migración y el mestizaje. Pero eso no borra el pasado reciente y el vínculo negativo que existió entre Nicaragua y la antigua Unión Soviética (hoy Rusia) y si, es cierto, en los 80’s nos trajeron muerte, dolor y desgracias.

  2. Dennis Duarte
    Hace 10 años

    Guillermo Rocha, despues muchos Nicaraguense y latinoamericanos se fueron a los Estados Unidos y los mandaron a morir a Irak, Paquistan, Afganistan etc. pero eso no lo mensionas, no verdad porque despues no te dejan entrar a gringolandia 🙂

  3. maria
    Hace 10 años

    Guillermo, analiza la causa y no el efecto, y veras como tu rencor se dirijira al occidente….

  4. Guillermo Rocha
    Hace 10 años

    Lo que mas me gusta recordar es como Rusia nos mandaba AK’s, Katiuskas, MI-25’s, Ladas, y sorbre todo IFA’s para poder montar a miles de jovenes Nicaraguenses a ir a morir a la guerra.

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