Por Gisella Canales Ewest
Camino pedregoso, portón tapado con láminas de zinc y ese particular olor a piso recién lavado con detergente. Imposible acercarse al portón —ni digamos intentar entrar— porque una docena de “cuidadores” empieza a ladrar ante la voz de una persona desconocida.
Entra Daniel Canda, el amo de la docena de canes que custodia el lugar, y de inmediato los ladridos se convierten en brincos y colas agitadas con alegría.
Daniel ofrece un rápido recorrido por el patio de su casa, donde tiene divididos en dos grupos a sus 13 “hijos”, incluyendo uno de menos de un mes de nacido, que por su edad aún no puede unirse a la jauría guardiana. Tras la cerca que divide el patio de la casa se asoma “Chepe”, grande, recio y rubio, ni la sombra del cadavérico perro que rescató Daniel hace seis meses en la entrada de su barrio, el anexo de Villa Libertad, en Managua. Ahí lo encontró comiendo bolsas plásticas y decidió llevarlo a su casa para rehabilitarlo de su desnutrición. Hoy es enorme y saludable.
El anfitrión nos sugiere que nos sentemos, pero sobre la silla plástica descansa muy cómoda “Pancita”, una muy cariñosa cachorra que debe su nombre al descomunal tamaño que tenía su abdomen hace unos cuatro meses, cuando llegó a casa de Daniel, luego de ser rescatada de un cauce de la Colonia Centroamérica. Estaba llena de parásitos, “más grandes y más gordos que espaguetis”.
Igual de cómoda luce “Paquita”, una perra adulta que duerme sobre una mesa al otro lado de la cerca. Daniel relata que ella fue rescatada en la UCA, donde las autoridades de Salud llegarían a buscarla para sacrificarla, porque un extranjero denunció haber sido mordido por ella. El hecho fue noticia en algunos medios de comunicación.
Daniel logra mover a “Pancita” y nos sentamos a conversar. Se le empiezan a acercar varios de sus “hijos” en busca de una caricia, moviéndole sus colitas. “Son agradecidos”, dice. Ninguno lo ha mordido, pese a haber sido de las calles y a que la mayoría de ellos fue rescatada durante la adultez.
Al igual que “Chepe”, “Pancita” y “Paquita”, este hombre tiene en su poder diez canes más, con historias igual de tristes: de maltratos, desnutrición y enfermedades, que cambian luego de ser rescatados y llevados a su casa: el Hogar Temporal Juan Carlos Sánchez II, bautizado así en memoria a un joven amante de los animales, hijo de Diana Gisela Solís, una de las madrinas del lugar.
Este es uno de los diez albergues de la Fundación Adan (Adopción Animal Nicaragua). Los dueños de estos hogares temporales no reciben pago por su trabajo. “Lo hago por amor hacia los animales”, dice orgulloso Daniel.
Y ese amor es correspondido. Durante la plática sus “hijos” no se le separan y de repente alguno se le restriega en las piernas como gato. Así le agradecen los baños medicinales contra la sarna, las vitaminas para contrarrestar la desnutrición, y todos los cuidados que le da a cada uno con ayuda de su familia.
¿Hasta cuándo piensa seguir con esta tarea? “Hasta que pueda”, afirma. Y es porque no depende solo de su voluntad continuar rescatando y rehabilitando animales, sino también de la generosidad de los donantes que escasean. Concentrado para perros adultos, para cachorros, para gatos; biberones especiales para alimentar crías recién nacidas, medicinas de todo tipo… las necesidades son innumerables y las buenas voluntades son pocas.
En igual situación están todos los hogares temporales, que tienen en total unos 140 “peluditos”, como les llaman cariñosamente. El 95 por ciento de ellos, aproximadamente, son perros y el resto gatos. A todos ellos, luego de curarlos y esterilizarlos, se les busca hogar. Pero un “hogar responsable”, porque se han dado casos, cuenta Daniel, en que luego de dos o tres meses, tras la adopción, les “abren la puerta” para que regresen a la calle.
El proceso de adopción es muy lento. En casi año y medio que lleva operando este hogar temporal, solo han adoptado dos perros de ahí. “El problema es que son perritos criollos, la gente quiere perros de raza”, lamenta Daniel.
Muchos “peluditos” tardan meses y hasta años en encontrar un hogar, pero la espera vale la pena en casos como el de “Trencita”, una perrita callejera en avanzada adultez que parió en la calle tres cachorritos y tuvo mi casa como hogar temporal junto con sus crías y mis dos perros. Luego de la adopción de sus hijos, pasó nueve meses buscando un hogar hasta que encontró espacio en la casa de Diana Gisela, la madrina del Hogar Temporal Juan Carlos Sánchez II, con quien ahora vive en Estados Unidos.
Daniel tiene razón, los perritos rescatados son muy agradecidos y cariñosos. Al despedirme ya varios de ellos me tratan como si me conocieran desde mucho antes, me regalan caricias y muchos lengüetazos. Se cierra el portón forrado con láminas de zinc y me retiro por el camino pedregoso, con el deseo de que los trece animalitos que se encuentran ahí, tengan tan buena suerte como “Trencita”.
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