Por Amalia del Cid
De rodillas detrás del mostrador de su tienda portátil, en pleno centro comercial, Ikram hace su tercera oración del día, la de las 3:02 de la tarde. Antes ha ido al baño para lavarse las manos y los brazos y así librarse de cualquier impureza, condición indispensable para dirigir sus pensamientos a Alá. Se inclina hasta que su frente toca la alfombra roja, luego se pone de pie y vuelve a empezar. Legalmente se llama Violeta Pavón y es una nicaragüense de 37 años.
De familia católica, se convirtió al islam hace dos años y ahora prefiere que la llamen Ikram, “que viene de generosidad, de generoso, uno de los nombres de Dios”. Ella solita se cambió el nombre. Usa el velo o “hiyab” para cubrirse el cabello, esa “belleza” que las mujeres de su religión deben mostrar solo en la intimidad del hogar, ante sus esposos, padres, hermanos o primos muy cercanos. Lleva un vestido flojo, de mangas largas y recto como funda de almohada, que la cubre “hasta el ojo del pie”. Ningún hombre puede adivinar sus formas y es así como debe ser, afirma, “porque el cuerpo de la mujer no es una mercancía barata”.
Es estricta en sus ritos y radical en sus pensamientos. Se siente orgullosa de usar ese velo que en países islámicos como Irán y Arabia Saudita miles de mujeres se quieren quitar. Los viernes, día que para los musulmanes es como el domingo de los católicos, va a la Mezquita, a mediodía, cuando la comunidad se reúne para la oración del Dhuhr, en la hora en que el Sol está en su punto más alto.
Ahí se encuentra con Rosa Gómez, diseñadora gráfica de 25 años, también nicaragüense. Ella se convirtió al islam hace dos años y se emociona casi hasta las lágrimas cuando habla de su religión. “Hay mala información. El islam no es lo que vemos en las noticias. El islam… es perfecto”, dice, y cierra la frase con un hondo suspiro.
Para ellas, lejos de oprimirlas, el islam “ha dignificado a las mujeres”, tratándolas como seres humanos “con iguales derechos que los hombres” y mandando y sugiriendo conductas que sirven para preservar la dignidad de la mujer y mantener su cuerpo a salvo de la lascivia.
“Es protección a una misma, por eso hay que vestir ropas holgadas. Algunas dirán ¿para qué voy a cubrir mi belleza si soy linda? ¿Pero qué consecuencias trae eso? Si te cortejan, no estás segura de si es por tu alma y tu personalidad o tu belleza”, explica Rosa. Y además, agrega, “en toda la mujer hay belleza y en toda ella hay pecado. Vas por la calle y te salen hombres morbosos, pero si te tapás, no tienen piernas ni pechos que ver”.
Existe una sola Mezquita en el país, fundada hace 20 años. Durante tres quinquenios estuvo en el barrio capitalino Ciudad Jardín, hasta que la trasladaron al sitio donde hoy se encuentra, en el sur de Managua. A la fecha, la comunidad islámica no va mucho más allá de los 300 miembros, unos cien de ellos son nicaragüenses y dentro de ese centenar, hay unas 35 mujeres, según Fahmi Hassan, de 74 años, presidente de la comunidad islámica del país y administrador de la Mezquita.
La mujer tiene derecho a escoger a su pareja, con el requisito de que sea musulmán, y a mantener su propio apellido. Además, afirman los islamitas, esta religión le dio a las mujeres el derecho de divorciarse cuando este le era negado.
Respecto a la poligamia, los musulmanes dicen que el hombre solo puede tomar una segunda esposa si la primera da su consentimiento. Y que si eso ocurre a ambas tiene que tratarlas con estricta igualdad en tiempo, amor y beneficios materiales. Es decir, si a una le da una casa, también debe dársela a la otra. Algo que prácticamente es imposible, señala Fahmi Hassan, presidente de la comunidad islámica del país.
El islam castiga el adulterio y la infidelidad con latigazos, tanto a mujeres como a hombres, dice Hassan. Sin embargo, agrega, debe haber cuatro testigos oculares y eso nunca pasa porque nadie comete el “pecado” en plena vía pública.
La mujer siempre está separada de los hombres en los oficios religiosos y no puede tocar el Corán ni orar cuando está en su periodo menstrual, ya que en esos días se le considera “impura”.
En los años ochenta muchos dejaron el país, huyendo de la inestabilidad económica y del ambiente hostil causado por la guerra civil. Unos pocos se quedaron y algunos no lograron mantener su religión dentro de la sociedad nicaragüense.
No obstante, hubo un “despertar religioso” debido a la creación del Centro Cultural Islámico y la construcción de la Mezquita en Managua, señaló Fahmi Hassan en un reportaje publicado por DOMINGO en 2009.
La Mezquita costó 600 mil dólares y se construyó gracias a los 350 mil dólares que dio un empresario musulmán radicado en Honduras. El resto del dinero fue aportado por musulmanes que viven en Nicaragua.
Las musulmanas nicas se esfuerzan para cumplir los mandatos que dejó el profeta Muhammad. No van a discotecas, no bailan en público y procuran no maquillarse demasiado. Debido a su vestimenta han soportado los peores insultos y han perdido amistades y hasta sus empleos por una religión cuya mala fama consideran injusta.
LAS REGLAS
En el islam “no es recomendable” que las mujeres saluden dando la mano a hombres que no sean sus esposos, padres, hermanos o parientes cercanos. “No es prohibido, pero a muchos musulmanes no les gusta hacerlo, por respeto a ella, para no estarla tocando, manoseándola”, apunta Fahmi Hassan. La misma restricción “aconsejada” aplica a las conversaciones, porque “donde hay un hombre y una mujer a solas, quién es el tercero… el diablo”, dice Violeta, casada con un optometrista católico desde antes de llegar al islam.
Por eso a las musulmanas nicaragüenses que eligen apegarse a esas medidas al pie de la letra, les toca andar explicando a los hombres por qué prefieren no hablar a solas con ellos y tampoco darles la mano. Eso le pasa a Yasmín Meissner, de 19 años, estudiante universitaria. Conserva sus amistades de antaño, pero solo conversa con varones cuando está en grupo, acompañada por otras mujeres.
Dentro de la Mezquita también hay reglas, sobre todo en el momento de la oración. Las mujeres entran por la puerta izquierda; los hombres por la derecha. Ellos oran abajo; ellas arriba, en una especie de balcón. Esto “para evitar distracciones”, dice Rosa. “Y porque hay que inclinarse y entonces a las mujeres se nos resaltan las caderas”, añade Violeta.
La norma de que las mujeres se cubran casi todo el cuerpo se desprende del Corán, el libro sagrado de los musulmanes. Está, por ejemplo, el versículo 33:59, uno de los más citados: “¡Profeta! Di a tus esposas, a tus hijas y a las mujeres de los creyentes que se cubran con el manto. Es lo mejor para que se las distinga y no sean molestadas”. Al vestirse solo deben dejar destapados el rostro y las manos. Aunque en algunos países, como Afganistán y Arabia Saudita, también se ocultan la cara con el burka y el niqab, una decisión que es opcional y no tiene nada que ver con el islam, sino que responde a las tradiciones y la cultura, señala Hassan.
Las musulmanas nicas no tienen esa costumbre. Guardan las reglas necesarias para “respetarse a sí mismas” y en caso de estar casadas, a sus esposos. Tienen que usar “ropa que no provoque a los hombres para que no les falten el respeto con palabras ni con hechos”, sostiene Hassan. Los musulmanes, por su parte, deben bajar la mirada cuando están frente a una mujer que no es su esposa y tratarla con deferencia.
Para el hombre no hay normas al vestir, no tiene que andarse cubriendo todo, porque “¿qué provocación va a causar? Es feo”, ríe el administrador de la Mezquita. Los musulmanes pueden contraer matrimonio con islamitas, judías y cristianas, porque al fin y al cabo y diferencias aparte, adoran al mismo Dios. Sin embargo, las mujeres solo pueden casarse con alguien que profese su misma religión, “para evitar que los niños no salgan musulmanes”, subraya Hassan, casado con una nicaragüense, y explica: “Usted sabe que en el hogar el que tiene las riendas es el hombre”.
A pesar de esas reglas, según Rosa todo en el islam es igualdad y las musulmanas “pueden ejercer su trabajo como quieren, siempre que no se afecte la relación con la pareja ni con la familia. La mujer tiene todos los derechos, pero marcando los roles para evitar la desintegración familiar”.
En la comunidad islámica nicaragüense niegan que su religión sea opresora y que los musulmanes den maltrato a las mujeres. “Nada que ver, totalmente falso”, dicen. Y cuentan que los países del mundo islámico son muchos más que los que siempre están dando de qué hablar en los noticieros; son numerosos y se encuentran en Asia, África y Europa, dicen, y se apresuran a sacar folletos para explicar la verdadera naturaleza del islam.
DISCRIMINACIÓN
Yasmín Meissner era evangélica, pero estaba siempre en busca de algo que la “llenara”. Hace un año se casó con un hindú musulmán que conoció a través de Facebook y eso picó más su curiosidad por el islam. Un día se detuvo en el puesto donde Violeta, ahora Ikram, vende cosméticos y juntas empezaron a estudiar el Corán. Ahora su matrimonio está en declive, pero no abandona la religión.
Los motivos de Violeta y Rosa son parecidos. Buscaban “algo más”, dicen. Y creen que lo hallaron en el islam y sus conceptos sobre Dios. Afirman que se sienten protegidas, aunque muchas veces el velo islámico las ha hecho blanco de ataques y discriminación, no de parte de los musulmanes, sino de otros nicaragüenses.
A Rosa, por ejemplo, la despidieron de su trabajo cuando se convirtió a la religión. “La nueva musulmana”, se burlaron, y “ahí mismo me dijeron que ya no había para pagarme”, asegura. Pero en la calle le ha ido peor. Hace unos meses le tiraron agua desde un bus, no falta quien le diga “balah, balah, balah” y los taxistas que la creen árabe y adinerada quieren cobrarle 100 córdobas por carreras que no valen más de 30. En los mercados le gritan cosas como “loca, terrorista y Osama bin Laden”. Recuerda particularmente a una comerciante del Oriental que al verla exclamó: “¡Voy a explotar. Una bomba!”
A Violeta le pegaron en un centro comercial. Un hombre que por pura intolerancia intentaba quitarle el velo le dio un manotazo en la cabeza y ella pasó “llorando tres días” después del incidente. “Me sentí denigrada, como que me habían violado”, comenta. También a ella la han llamado “terrorista” y otras mujeres le preguntan si acaso se cubre porque tiene lepra. A Yasmín nadie le ha gritado esas cosas; pero hace poco un tipo la manoseó cuando estaba inclinada arreglando los cosméticos en el puesto de Violeta.
La familia no siempre está de acuerdo y muchas amistades se alejan, señala Rosa. Las que quedan, cuenta, le piden que se quite el velo, porque no vaya a ser que la gente se confunda y también las crea musulmanas.
Sin embargo, estas nicaragüenses sostienen que todo eso vale la pena y que la discriminación les hace reforzar más su fe. Y se quedan en éxtasis cuando hablan del Corán y de los profetas (“la paz sea con ellos”), sonriendo de oreja a oreja al nombrar los fundamentos de su religión. Así las entusiasma el islam, tan desconocido para muchos y tan perfecto para ellas.
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