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Lucy

La nueva película de Luc Besson se basa en la falsa premisa de que el ser humano solo usa el diez por ciento de la capacidad de su cerebro. La realidad es más complicada que eso, pero una película no es una investigación académica. Al cine, como todas las artes, hay que darle licencia creativa. Si quiere disfrutar Lucy, tiene que dejar la ciencia en la puerta. Y el cerebro también.

Por Juan Carlos Ampié

La nueva película de Luc Besson se basa en la falsa premisa de que el ser humano solo usa el diez por ciento de la capacidad de su cerebro. La realidad es más complicada que eso, pero una película no es una investigación académica. Al cine, como todas las artes, hay que darle licencia creativa. Si quiere disfrutar Lucy, tiene que dejar la ciencia en la puerta. Y el cerebro también.

Lucy (Scarlett Johansson) es una despreocupada joven norteamericana viviendo en Taiwán. Su novio Richard (Pilou Asbaek) la recluta para entregar un misterioso maletín al señor Jang (Min-sik Choi) un estoico hombre de negocios coreano. En un abrir y cerrar de ojos, Lucy se ve luchando por sobrevivir, operada a la fuerza para guardar en su vientre un cargamento de droga experimental.

Un mal golpe filtra la sustancia a su organismo, y mágicamente incrementa su capacidad cerebral a extremos insospechados. Mientras los mafiosos la persiguen para recuperar su droga, ella huye para salvar la inmensidad de conocimiento que florece en su mente. Su mejor aliado es Morgan Freeman, como un profesor universitario que dispensa contexto e información necesaria para darle sustancia a lo que es, en el fondo, una persecución básica.

A diferencia de los noveles directores de cine comercial, Besson puede coreografiar con limpieza sus secuencias de acción. Esta claridad de movimiento permite pasar por encima de baches en la trama y problemas de plausibilidad en el desarrollo de la trama. Si Lucy alcanza la omnisciencia, ¿por qué no liquida a sus captores rápidamente para evitar el derby de demolición y muerte que desatan?

No es un reparo moral ante quitarle la vida a un ser humano. Poco después de adquirir sus poderes, Lucy le dispara a quemarropa a un taxista por el simple hecho de que no habla inglés. Tiene que dejar con vida al perverso Míster Jang porque la película demanda un antagonista que mantenga la persecución en marcha.

Para el director francés Luc Besson, Lucy es una especie de regreso a sus raíces. En espíritu y forma, recuerda a La Femme Nikita (1990), la película con la cual descolló en la escena internacional. En esa cinta, Anne Parrillaud interpretaba a una drogadicta rescatada de la indigencia para convertirse en matona de un misterioso servicio secreto.

Casi 25 años después, la nueva película nos presenta a una mujer que se encuentra a sí misma —en términos existenciales— en medio de un fuego cruzado invocado por hombres. Pero aquí, además de plantear una narrativa de redención personal, Besson usa a su protagonista para dispensar un discurso inspirativo sobre la evolución de la humanidad. Es conmovedor y ridículo en partes iguales.

Se agradece, sin embargo, la economía narrativa que mantiene la película en un metraje de hora y media. También el subtexto que no sataniza la búsqueda de conocimiento. En forma y contenido Lucy es como una refutación a la reciente Transcendence (Wally Pfister, 2014) en la cual Johnny Depp se convertía en un maniático al alcanzar una especie de vida después de la muerte gracias a que “descargaba” el contenido de su cerebro en una computadora.

Johansson derrocha carisma en un papel que no le pide más que ser una estrella. Lucy cruza temáticamente con sus últimas películas. Como Samantha, el sistema operativo en Her (Spike Jonze, 2013), alcanza un estado superior de la conciencia. Como la asesina anónima de Under the Skin (Jonathan Glazer, 2013) —inédita en Nicaragua— le pasa la cuenta al género masculino mientras pasa un proceso de transformación ética. Lucy es la faceta más comercial de este arquetipo empoderado.

Sección Domingo cine peliculas

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