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Trabajar para Dios

Mañana domingo Jesús nos dirá en el evangelio que el Reino de los Cielos se parece a un propietario que salió a buscar trabajadores para su finca. Después de acordar pagarles un denario, que era la paga por un día de trabajo, los envió a trabajar a su campo.

Mañana domingo Jesús nos dirá en el evangelio que el Reino de los Cielos se parece a un propietario que salió a buscar trabajadores para su finca. Después de acordar pagarles un denario, que era la paga por un día de trabajo, los envió a trabajar a su campo.

Este propietario salió a contratar trabajadores en diferentes horas del día incluso al atardecer. Al terminar la jornada manda a su administrador que pague a los trabajadores comenzando por los últimos y terminando por los primeros. Todos recibieron un denario como paga, lo cual molestó a los que llegaron primero que pensaban merecían más por haber trabajado todo el día y los otros unas pocas horas. El propietario les recuerda que acordaron un precio y eso les está pagando que no está incurriendo en injusticia y que porque es bueno le paga lo mismo a los que llegaron de último.

No perdamos de vista que se trata de una parábola que se refiere al reino de los cielos donde el propietario de la viña es Dios Padre, el administrador es Jesucristo y los trabajadores todos los invitados, del antiguo y nuevo testamento, a colaborar en la obra del Reino. La paga es la salvación.

Los fariseos creían que su observancia de la Ley les daba unos derechos especiales en cuanto a la relación con Dios y se sentían propietarios de la elección divina. Jesús rompe con esos pretendidos privilegios y afirma la gratuidad de la oferta de salvación. Todos son bienvenidos: tanto los que fueron llamados en primer lugar en razón de la promesa hecha a Abraham, Isaac y Jacob, como los llamados posteriormente, es decir, todos los seres humanos de buena voluntad.

En este relato es evidente la molestia de los que llegaron primero, porque no entienden que Dios es Padre bueno que sale a buscar al hombre para salvarlo en todos los tiempos y a cualquier hora del día. Molestarse por esto es una insensatez de aquellos que se creen más importantes que los demás o los únicos merecedores de la salvación. Para Dios no existen creyentes de primera, segunda o tercera categoría, para Dios, todos somos sus hijos necesitados de salvación. Desgraciadamente en nuestros días se puede dar este tipo de discriminaciones cuando descalificamos a los demás para aparecer nosotros como los más importantes o como los únicos que podemos hacer las cosas de Dios.

San Pablo nos da un ejemplo cuando nos dice: “Para mí la vida es Cristo”. Pablo recorrió un fascinante itinerario religioso, que tuvo como punto de partida una imagen de Jesucristo como el enemigo al que había que derrotar; por eso Pablo, en su juventud, fue un apasionado perseguidor de los cristianos. Pero luego se encontró con el Señor, descubrió su verdadero rostro, y su vida cambió, se dedica a trabajar en la predicación del Evangelio para llevar los hombres a Cristo.

Un día Jesús nos dijo: Rueguen al dueño de la mies que envíe trabajadores a su campo porque la mies es mucha y los obreros son pocos. Orar por las vocaciones es una responsabilidad de todos y cuidarlas también para que la obra de Dios llegue a todos purificada de los intereses egoístas de quienes se sienten superiores a los demás.

Los que “trabajamos” en la Iglesia, que es la viña del Señor, debemos despojarnos de los criterios que usa el mundo en sus estructuras para dedicarnos a servir y construir la comunión en Cristo Jesús, si no lo hacemos seguiremos buscando las recompensas del mundo: fama, poder, dinero.

 

Ver en la versión impresa las páginas: 2 A

Religión y Fe Dios evangelio salvación

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