La percepción del cliché de la sensualidad está muy reforzada en los estereotipos del vestir latinoamericano. La inclinación por el color intenso es el primer distintivo y la ropa ajustada de profundos escotes es el elemento clave de lo que por inherencia consideramos bello o bonito.
Nuestra moda entonces se ve determinada significativamente por la relación sensual y el deseo de “verse sexy”. Ello es en definitiva un rasgo cultural, fácilmente apreciable y difícilmente descartable al momento de definir el verdadero buen gusto clásico.
Particularmente la mujer nica difícilmente obvia destacar alguna parte de su cuerpo con un pronunciado escote, largos inapropiados, telas expandibles o transparencias y en el peor de los casos todo junto. En el caso de los hombres, cuando van por ello, se suele exagerar e involuntariamente se desarrolla la imagen papi chulo. ¿Cuál es el afán?, que me ayude un sociólogo.
No se deje llevar por ese deseo siempre, ya que no siempre es la ocasión para ello. Puede ser un estilo, sí, pero no debe de ser una encíclica. El mejor de los estilos se construye con la exploración de formas, recursos e imágenes. Proyecte la imagen de lo que quiere ser y de cómo desea que lo traten. Certeramente el ser humano construye una primera impresión con el 55 por ciento en lo que ve.
La elegancia no es una palabra que se encierre en un código de vestimenta, sino que es un estilo de vida, gustos adquiridos y muy pocas veces amiga de lo que consideramos “sexy”. Invito a la reflexión sensual de su armario, sus predicamentos y a valorar más allá de esa primera palabra que se viene a la mente y pensar un poco más en el contenido, presencia y diseño de las prendas.
Vestir sexy no es estar siempre apretados, escasos de telas o llamativos de adornos y aditamentos. Abogue por una sensualidad desnuda de todo lo anterior y llena de nada y todo al mismo tiempo.
Sigamos la conversación en las redes @CarlosReneCruz
Ver en la versión impresa las páginas: 5 B