En nuestro caminar en la vida solemos encontrarnos con muchas cosas. Unas causan admiración y nos llenan de orgullo, alegría y satisfacción. Otras nos causan pena y son motivo de dolor, tristeza, rabia y desilusión. Otras nada nos dicen, por tanto, dejan muy poca huella en nuestra alma. Pero lo más importante en la vida es que nos encontramos también con personas. A estos encuentros les llamamos “encuentros personales”.
El encuentro personal no es con cosas sino con personas El encuentro personal conlleva: Considerar al otro tan persona humana como yo, y como alguien que se merece mis respetos y mis consideraciones. Es estar abierto al otro en diálogo sincero, abierto a su manera de ser, pensar, sentimientos, valores, formas de obrar…
El otro, como nos dice San Pablo, es con el “Templo del Espíritu Santo” (1Cor 6,19). Juan el Bautista provoca un encuentro personal de dos de sus discípulos con Jesús que pasaba junto a ellos diciéndoles: “Ese es el Cordero de Dios” (Jn.1,36).
Los discípulos, que eran curiosos e inquietos, salen a su encuentro y dicen a Jesús: “Rabbí… ¿dónde vives?” (Jn.1,39) Jesús, entonces, les invita a compartir con él un encuentro personal y les dice: “Venid y lo veréis” (Jn.1,39).
Ese encuentro personal con Jesús duró todo el día: “Llegaron, vieron donde vivía y aquel mismo día se quedaron a vivir con Él” (Jn.1,3,39). Fue tan fructífero para los discípulos de Juan que empezaron a creer en Jesús y decidieron seguirle y ser misioneros para que otros también creyeran en Él (Jn.1,40-42) Andrés conduce a su hermano Simón a Jesús diciéndole: “Hemos encontrado al Mesías (que significa “Ungido”), (Jn.1,40-42).
Este es el origen de la verdadera fe: Un encuentro personal, como decía el papa Benedicto XVI: “No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una persona que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva”.
La fe no es un encuentro con cosas, por muy religiosas que sean, ni con ideologías, ni con formas de pensar por muy piadosas que sean. No es un encuentro con ritos religiosos por muy bellos que sean, ni un encuentro con templos.
En la vida de Jesús hubo mucha gente que solo buscaba en él cosas religiosas, milagritos; pero nunca creyeron en Él. A tal punto que cuando “la vieron negra” a la hora de la cruz se corrieron… Muchos de nosotros cristianos, más que un encuentro personal con Jesús, lo que hemos tenido, es un encuentro con cosas religiosas, por eso no cambiamos y seguimos siempre igual.
Sólo el encuentro personal con Jesús es capaz de llevarnos a aceptar y seguir su persona, vivir su mensaje y convertirnos en misioneros, como ocurrió con los discípulos de Juan el Bautista. Solo un encuentro personal con Jesús es capaz de convertirnos y comprometernos a seguirle.
Los cristianos de hoy tenemos que darle lugar a este momento de encuentro con Cristo, el mismo encuentro que vivieron los primeros discípulos. Esa experiencia dinámica y profunda que estremece la vida y nunca más se es el mismo.
El verdadero discípulo de Jesucristo es aquel que ha tenido ese encuentro con Jesucristo, de tal forma que su vida, a partir de ese momento, jamás vuelve a ser la misma.