Hay una pregunta ineludible para un cristiano: o creemos en Jesús, o no. O nos fiamos de su Palabra y decidimos seguirle, o nos alejamos de Él.
Ante Jesús necesitamos decidirnos, porque la mayoría de los humanos fácilmente huimos de nuestras responsabilidades, nos cuidamos demasiado del qué dirán, no queremos complicarnos demasiado la vida por nada ni por nadie, nos lavamos las manos para evadirnos del compromiso, somos demasiado superficiales y le tenemos mucho miedo al riesgo.
Hoy más que nunca necesitamos decidirnos a ser cristianos de verdad. Se habla de falta de líderes, de falta de gente capaz de ponerse al servicio de los demás desinteresadamente, de necesidad de gente que ponga su vida en beneficio de los otros, de gente con compromiso decidida por los demás, de gente que busque hacer más que hablar.
Necesitamos cristianos que a la hora de tomar decisiones comprometan la vida y que eviten excusarse como los invitados a las bodas de la parábola de Jesús (Mt. 22, 1-14). O demos la espalda como el joven rico (Mt. 19, 16-22), o protestemos con evasiones diciendo como los discípulos: “Este modo de hablar es inaceptable, ¿quién puede hacerle caso?” (Jn. 6, 60).
No siempre seguir a Jesús es fácil; no siempre se comprende. A veces siento que es complicado y muchos se quedan en el camino. Como nos dice San Juan —cuando al terminar Jesús de hablar al pueblo sobre el Pan de Vida— muchos de sus discípulos dijeron: “Es duro este lenguaje. ¿Quién puede escucharlo?… Se volvieron atrás y ya no andaban con él” (Jn. 6, 60.66).
Jesús conoce en este momento una de las más hondas amarguras humanas: No ser creído ni comprendido por los propios amigos. Al ver esta dolorosa realidad, Jesús se dirige a los 12, a sus más íntimos, y les dice: “¿También vosotros queréis marcharos?” (Jn. 6, 67). Los 12, con Pedro a la cabeza, se deciden por Jesús: “Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna.” (Jn. 6, 68).
De igual manera, Jesús nos invita constantemente a nosotros a que nos decidamos. Seguir a Jesús es una decisión libre y quien lo sigue ha de hacerlo con todas sus consecuencias, aquí no vale hacerlo a medias, como pretendía Judas quien terminaría traicionándole (Jn. 6, 70-71).
La relación fundamental del creyente con Jesús es seguirle. Esto quiere decir: que hay verdadera relación con Jesús y auténtica fe, donde hay seguimiento del mismo Jesús. Donde el seguimiento falta, no existe esa relación, ni esa fe. Dicho de otra manera: es creyente el que sigue a Jesús y no lo es el que no le sigue.
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