En muchas ocasiones me pregunto si entendemos la finalidad de los milagros de Jesús. Todos los milagros que hizo Jesús tenían una misma finalidad: dar vida y vida abundante allí donde la vida no existía o estaba deteriorada. Él mismo definió su misión en este mundo diciendo: “Yo he venido para que todos tengan vida y vida abundante” (Jn. 10, 10).
Por ejemplo, Jesús cura a un sordo que, a la vez, es mudo (Mc. 7, 32). En el fondo, sana a un hombre cuya vida está disminuida: Es incapaz de comunicarse normalmente y la comunicación es un elemento básico de la vida, para la convivencia humana.
Escuchar y hablar son dos valores esenciales para la comunicación. Comunicarse es hablar y por lo tanto es escuchar.
Hoy hay mucha gente que habla mucho; no se cansa de hablar; pero no sabe escuchar. Está imposibilitado para la comunicación. Hoy hay mucha gente también incapaz de saber decir una palabra. Viven en un constante mutismo. Están imposibilitados para la comunicación.
Nosotros estamos viviendo en un mundo de muchos ruidos, pero que no sabe escuchar. Es un mundo de sordos voluntarios: El pueblo habla y grita a sus políticos; pero los políticos se hacen los sordos. Los padres de familia hablan a sus hijos; pero los hijos se hacen los sordos ante cualquier palabra que le dirijan sus padres. Mucha gente vive angustiada porque nadie le escucha. Se tragan sus problemas, sus inquietudes sin poder comunicárselos a nadie. Hay gente que asisto que me dice: “Padre, vengo solo a que me escuche; sé que no podrá solucionar mis problemas; pero necesito a alguien que me escuche”.
Dios nos habla y sigue hablándonos; pero nosotros seguimos con la misma actitud de sordera que Jesús recriminaba a los escribas y fariseos (Mc. 8, 18). Da la impresión de que no nos interesa oír porque quizá, al escuchar al otro, tengamos que reconocer nuestros fallos y cambiar lo que no queremos.
Pero, así como es necesaria en la vida la capacidad de escucha, también es necesaria la palabra. Con la palabra expresamos lo que llevamos por dentro, nos comunicamos lo que queremos hacer saber al otro. La palabra es siempre, por ello, un signo de amor. La palabra es un don siempre a comunicar.
Hoy vivimos en el mundo de las palabras o, más bien, de los monólogos. Pero no sabemos hablar y hasta nos da miedo hacerlo. En nuestros hogares, muchas veces, nos cuesta comunicarnos. Necesitamos hablar, hablarnos, para que a través de la palabra podamos conocernos sincera y lealmente. Saber hablar y saber escuchar son dos valores fundamentales para el buen funcionamiento de toda convivencia, sea política, social, laboral, familiar o religiosa. Quien no sabe hablar y escuchar se imposibilita para la convivencia. Por eso es necesario que a nosotros también nos diga Jesús hoy como al sordomudo: “Effetá, ábrete” (Mc. 7, 34) para que se abran nuestros oídos y nuestra boca y así sepamos bien oír.