Estamos cercanos ya a la Navidad y aparece un personaje que es esencial en este tiempo: María. La verdad es que no hay Navidad sin Jesús; pero tampoco sin María. La verdad es que no hay Jesús sin María; pero tampoco María sin Jesús.
El pesebre donde nacería Jesús no podía estar solo; allí tenía que estar esa gran mujer que le llevó en su seno nueve meses: María de Nazareth.
María, en todos estos días de Navidad, la veremos y contemplaremos junto a Jesús y será para todos nosotros un gran ejemplo a seguir: María será para nosotros ese ejemplo de fe viva que nos haga, al ver su imagen, decir admirados, como le dijo su prima Isabel: “Feliz tú porque has creído” (Lc. 1,45).
En María vamos a ver esa gran fe que se hace disponibilidad, que se hace don, vida y amor. María es más grande por su fe que por ser la misma madre de Jesús; por eso, cuando una mujer le dijo a Jesús: “Dichoso el seno que te llevó y los pechos que te criaron”, Jesús le respondió; “Dichosos, más bien, los que oyen la palabra de Dios y la guardan” (Lc. 11,28).
María es la fiel discípula de Jesús y, por ello, modelo de todo creyente. Se nos presentará en todos estos días como la mujer pobre y sencilla que le agradece a Dios haber “puesto sus ojos en la pequeñez de su esclava” (Lc. 14,8). No se las echará de ser la Madre de Dios; pero sí sentirá siempre un gran orgullo de llamarse “la esclava del Señor” (Lc. 1,38).
María se nos dará a conocer como la mujer siempre abierta al servicio de los demás: ella es consciente de que servir no es una humillación sino una grandeza; por eso, “se puso en camino y se fue a la región montañosa, a una ciudad de Judá, entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel” (Lc. 1,39-40). Ella fue a casa de su prima Isabel porque pronto iba a dar a luz a su hijo y sabía que podía servirle de ayuda en esos momentos (Lc. 1,36). Quizá su prima Isabel no sabía lo que era la grandeza del servicio y, por ello, al ver a María exclamó: “¿De dónde a mí que venga a verme la madre de mi Señor?” (Lc. 1,43).
María se nos va a dar a conocer, a raíz de su visita a su prima Isabel, como la mujer solidaria en su canto del Magnificat: el canto del Magnificat es un llamado a la solidaridad con los pobres de la tierra: “Mi alma engrandece al Señor porque… exaltó a los humildes y a los hambrientos colmó de bienes” (Lc. 1,52-53). El canto del Magnificat es un grito a la salvación que llega “acordándose Dios de su misericordia” (Lc. 1,54).
Cercana ya la Navidad María se nos presenta, pues, a todos nosotros como esa gran mujer, la “bendita entre todas las mujeres”, por su testimonio de solidaridad y servicio.
María es para todos nosotros, los hombres de hoy, ese gran ejemplo de fe que es un verdadero imán que nos arrastra a creer como ella creyó y a vivir los grandes valores que enriquecieron su vida.
Así pues, Navidad sin María no es Navidad. Donde encontremos en estos días un portal de Belén, allí estará María acunando al Niño recién nacido. No dejemos en esta Navidad de hacer nuestra la imagen de María. Nos sentiremos orgullosos de nuestra primera cristiana por su belleza de espíritu y su riqueza de valores que nunca deberían estar ausentes de nuestra vida y la alabaremos hoy con la misma alabanza que le hiciera entonces su prima Isabel: “Bendita tú porque has creído” (Lc. 1,45).