La persona humana es un ser en búsqueda permanente. Esta actitud de búsqueda constante es la que nos lleva: a no estar contentos con lo que somos, con lo que poseemos o hacemos y a ir tras lo nuevo y no quedarnos en el ayer.
—A no estancarnos en los logros adquiridos, sino ir tras un desarrollo que nos haga avanzar cada día más.
—A no dormirnos, sino a perfeccionar nuestra calidad de vida con nuevos inventos científicos, sociales y económicos y religiosos.
—A no contentarnos con el camino ya recorrido, sino a avanzar hacia adelante, como dice el refrán: “Para atrás ni para tomar impulso.”
—A ser inconformistas ante el mundo que tenemos y trabajar por un mundo mejor, más humano, justo y fraterno.
—A no vivir de la historia, sino a hacer historia constantemente.
—A no vivir instalados y vegetando, sino de cara a la esperanza que nos empuja a una constante transformación.
Este ser esencialmente “en búsqueda” nos lleva también, como es lógico, a ir en busca de Dios, como los Reyes Magos que son el símbolo de los hombres en búsqueda (Mt. 2, 1-2). Son el símbolo de los no instalados en la vida, por eso, se ponen en camino y preguntan, cuando la estrella se les esconde (Mt. 2, 2-5).
Son el símbolo de los que arriesgan y se las juegan todo por conseguir aquello que buscan (Mt. 2, 7-10). Son el símbolo de quienes buscan a Dios con todo el corazón y, al encontrarle, “caen de rodillas y le adoran” (Mt. 2,11). Son el símbolo de quienes buscan a Dios y, al encontrarlo, se dan cuenta de que tienen que cambiar, como nos dice el evangelio: “Vieron al niño… y se retiraron a su país por otro camino” (Mt. 2, 10-12).
Hoy parece ser que a nosotros se nos hace muy difícil encontrarnos con Dios; pero quien lo busca lo encuentra, porque la verdad es que solo pueden encontrar a Dios quienes le buscan con sincero corazón, como los Magos, como nos dice el libro del Deuteronomio: “Buscarás a Yahvé y lo encontrarás, si lo buscas con todo tu corazón y tu alma” (Deut. 4, 29).
Encontrará a Dios quien deja su orgullo y poder y se viste de la sencillez y humildad de los Magos, como decía Jesús: “Gracias, Padre, porque has revelado estas cosas no a los sabios e inteligentes, sino a los pequeños” (Lc. 10, 21).
Encontrará a Dios quien no se encierra en el palacio de sus seguridades, como Herodes, sino quien arriesga y se pone en camino, como los Magos: “Caminarán los pueblos a tu luz… Vienen a Ti… y entonces lo verán radiantes de alegría”, como nos dice la primera lectura (Is. 60, 3-5).
Encuentra a Dios quien, al buscarlo, se da cuenta de que Dios se hace don gratuito y se hace el encontradizo, como David decía a Salomón: “Si buscas a Yahvé, Él se dejará encontrar” (I Cron. 28, 9). Y el mismo Dios dice: “Yo me dejaré encontrar por los que me buscan” (Prov. 8, 17).
Encuentra a Dios quien no le teme a que ese encuentro le haga cambiar su vida, como cambió la vida de los Magos que “volvieron a su casa por otro camino” (Mt. 2, 12).