Hoy vivimos en el “corre corre” de la vida, en el bullicio y en el sin tiempo para nada. Hoy vivimos en medio de demasiadas preocupaciones, ruidos, tareas y agitaciones: ni siquiera en nuestros hogares se tiene un rato para dialogar mutuamente con tranquilidad y paz sobre la marcha del hogar, los sueños e ilusiones. Esto mismo ocurre entre padres e hijos; da la impresión de que ambos viven como en clausura; nada tienen que hablar. Ahora se habla más con el ordenador que con las personas.
Se sale temprano para el trabajo y no se sabe cuándo se puede regresar. El cansancio, el estrés nos están llevando a ser gente sin comunicación. El ajetreo en el que malvivimos, nos lleva al desinterés por nosotros mismos y por los demás.
Estamos perdiendo calidad de vida. Hemos de aprender el cómo vivir, sin dejar de hacerlo todo, pero teniendo tiempo para más.
Marta, la hermana de María, era una gran mujer: fue la primera que recibió a Jesús en su casa (Lc. 10,38). Inmediatamente, al recibir a Jesús, se puso, lo más seguro, a hacer todo lo posible para servir a Jesús de la mejor manera y cuanto antes (Lc. 10,40).
Por eso, al ver que su hermana no le echaba una mano, le dijo a Jesús: “Señor, ¿no te importa que mi hermana me deje sola en el trabajo? Dile, pues, que me ayude” (Lc. 10,40). El carácter de Marta era el de una mujer verdaderamente activa, servidora y lo propio de esas mujeres que quieren hacer las cosas bien y cuanto antes, precisamente para agradar a los demás.
María es el retrato de aquellas personas que no les importa la prisa; pero sí, y mucho, el contacto personal y el diálogo con los demás (Lc. 10,39). Para María las demás cosas llegarían sin duda a su tiempo; no hacía falta correr. Por eso, ante el reproche de Marta a María Jesús le responde: “Marta, Marta, te preocupas y te agitas por muchas cosas; y hay necesidad de pocas, o mejor, de una sola. María ha elegido la mejor parte, que no le será quitada” (Lc. 10,41-42).
No es cuestión de vivir solo para trabajar, aunque ese trabajo sea un bello servicio para los demás, como lo hacía Marta con todo el cariño (Lc. 10,40).
No es cuestión de convertirnos en máquinas que nunca cesan de trabajar. No es cuestión de convertirnos en esa clase de personas a las que solemos decirle: “Pero, por favor, siéntate un poco y descansa…”
No es cuestión de ser esa clase de personas que mal viven corriendo, sin tranquilidad alguna; no tienen paz y, por lo tanto, tampoco dejan a los demás vivir en paz.
Es cuestión de darle al trabajo, al servicio a los otros todo cuanto podamos y con el corazón, como Marta lo hacía; pero sin olvidar que también es necesario el diálogo con los otros, con la familia, con los amigos, con Dios…
Es cuestión de saber que el trabajo es necesario; pero, a su vez saber que no vivimos solo para trabajar, sino que trabajamos para vivir y convivir. Todo está al servicio de la vida.
Es cuestión de cumplir con todos nuestros deberes, como personas responsables que tenemos que ser, como lo fue Marta; pero, a su vez, no olvidar que la comunicación y el diálogo con el otro, como lo hizo María, son necesarios. No somos solo vida, sino también convivencia.