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Jesús, vida

Orar con mi papito

Muchas personas me preguntan siempre, ¿cómo orar? Y es que cada uno ora o reza según el Dios en el que cree. Por eso, la oración de Jesús fue totalmente nueva porque nuevo era su concepto de Dios.

Muchas personas me preguntan siempre, ¿cómo orar? Y es que cada uno ora o reza según el Dios en el que cree. Por eso, la oración de Jesús fue totalmente nueva porque nuevo era su concepto de Dios.

Para Jesús, Dios era su “Abba”, su papito querido; por eso toda la vida de Jesús fue envuelta en un contacto permanente con su Padre Dios. A través de toda su vida Jesús fue enseñando a los suyos la oración que debían hacer como consecuencia lógica de su nueva visión de Dios.

Camino a Jerusalén, uno de sus discípulos le dice a Jesús:

“Enséñanos a orar” (Lc. 11, 1). Y Jesús, entonces les dijo a todos: “Cuando oren digan: ‘Padre nuestro…’ (Lc. 11, 2). Es profundamente significativo pensar que Jesús, a la hora de ofrecernos el último y más profundo resumen de su pensamiento, no lo haya hecho en un tratado teórico, en un sermón intelectual, sino en una oración.

La verdad es que Jesús, a través de su vida, ha ido enseñando a sus discípulos y a todos nosotros —hombres y mujeres de hoy y mañana— cómo orar.

Para Jesús: orar es hablar con Dios con toda naturalidad, como un hijo habla con su Abba, con su papito: “Cuando recen, digan: Padre nuestro” (Lc. 11, 2).

Orar es hablar con Dios con toda sencillez, conscientes de que nuestro Padre es siempre pura Misericordia, como el publicano de la parábola que hablaba a Dios diciendo: “¡Oh Dios! ¡Ten compasión de mí, que soy un pecador!” (Lc. 18, 13).

San Agustín diría después que “la humildad es la base de la oración. La humildad es una disposición necesaria para recibir gratuitamente el don de la oración: El hombre es un mendigo de Dios”.

Orar es hablar con Dios con plena confianza, pues, al ser Dios el Abba, el Papá bueno, siempre está en actitud de escucha con sus hijos, cuando le hablamos: “Pedid y se os dará; buscad y hallaréis; llamad y se os abrirá. Porque todo el que pide, recibe; el que busca halla; y al que llama, le abrirán” (Lc. 11, 9-10).

Orar es hablar con Dios convencidos de que debemos, como buenos hijos suyos, estar siempre abiertos a su voluntad, que no es otra que construir su Reino: “Hágase tu voluntad… Venga tu Reino” (Mt. 6, 10; Lc. 11, 2). La oración es rendirse a la voluntad de Dios y cooperar con la misma, es poner mi voluntad en línea con la voluntad de Dios.

Orar es hablar con Dios, llenos de un gran amor a los hermanos, amor que nos lleva a perdonar como nosotros queremos ser perdonados: “Perdónanos como nosotros también perdonamos” (Lc. 11, 4).

Orar es muchas veces callar, dejar que nuestro Papito nos hable y oír lo que Él quiere decirnos, como dijo Elí a Samuel: “Habla, Señor, que tu siervo escucha” (1 Sam. 3, 10).

La oración del Padre Nuestro, pues, es todo un resumen del mensaje de Jesús. Los discípulos, hoy como ayer, necesitamos todos decirle a Jesús: “Enséñanos a orar” (Lc. 11, 1), que es lo mismo que decirle: “Enséñanos quién es tu Dios para que oremos siempre como tú oras”.

Cuando, en verdad, sentimos a Dios como nuestro Abba, nuestro Papaíto querido, la oración es algo que sale del corazón, como le ocurría a Jesús. Por eso, qué bien se dice que: “La oración debería ser la llave del día y el cerrojo de la noche”.

Religión y Fe Fe orar

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