Si el campesinado tuviera patrocinadores y logística adecuada tengamos por seguro que los días del danielismo estarían contados. Reciedumbre, patriotismo y valentía les sobra a los campesinos. Una mujer, doña Francisca Ramírez, nos da la muestra del coraje que tienen los campesinos a la hora de defender su terruño y la soberanía de la nación.
Lástima grande que el camino de la lucha armada trae más desgracias para la nación, es como caer de las llamas al brasero. Nadie quiere una nueva guerra porque todo el pueblo sufre, todo se trastorna, la economía, la producción y todo lo demás. Con una guerra todo se vuelve anarquía, estado de sitio, servicio militar, abusos a toda hora, cero negocios, escasez insoportable y todos los males que ya sufrimos en los años ochenta y que seríamos unos verdaderos insensatos al querer vivirlos de nuevo. La guerra en verdad es algo abominable, trágico e inservible porque al final ni siquiera se consiguen los ideales por los cuales supuestamente se lucha. Siempre surge un jefe, alguien superior a los demás y al que todos obedecen y ese jefe decide, manda, y como lo revela la historia será al final un nuevo dictador.
Y no estamos buscando dictadores, sino líderes democráticos y respetuosos de las leyes, lo que actualmente no tenemos.
Prácticamente el país fue paralizado el día 30 de noviembre. El danielismo puso retenes en todos los caminos, guardias armados, turbas motorizadas cerca de las rotondas, los campesinos que venían de Nueva Guinea y sus contornos fueron obstaculizados, la autoridad hasta destruyó puentes para aislar las comunidades y evitar que llegaran a la marcha que tenían programada en Managua. Hubo prácticamente un virtual estado de sitio sin ley ni razón, se interrumpieron todos los caminos, se perdió el derecho de libre movilización. El país quedó semiparalizado.
Esta misma paralización la podría hacer el campesinado y el pueblo en general cuando decida de una vez por todas cambiar las cosas. Si el pueblo decide no utilizar el transporte público y quedarse en su casa, si el obrero decide no trabajar un día, entonces la paralización del país vendrá del pueblo en lo que se llama huelga de brazos caídos. Ante este tipo de protesta que ya ha ocurrido en otras naciones no ha habido gobierno que resista. Simplemente hace falta conciencia ciudadana, solidaridad, amor por la patria, defensa de la soberanía nacional, atributos ocultos en la conciencia de hombres y mujeres que miran atentos los abusos y arbitrariedades. Es como cuando un vaso se va llenando de agua y se rebalsa y empieza a derramarse en forma incontenible.
La lucha armada debe ser descartada por inhumana, cruel e inútil, pero la protesta ciudadana es perfectamente legal, es como un deber patriótico, un deber ciudadano que todos estamos obligados a cumplir. Expresamos por escrito nuestras quejas, las denuncias del caso, robos, corrupciones, irrespeto a los derechos humanos, reelecciones continuas, inoperancia de los poderes del Estado, robos y fraudes electorales, etcétera. Se puede protestar sin necesidad de correr por las calles, sin necesidad de gritar ni de agredir a nadie, sin hacer manifestaciones monstruosas. La protesta puede hacerse silenciosamente, permaneciendo inactivos hasta que los gobiernos comiencen a ceder.
Ojalá lea esta carta un pequeño ganadero y productor de granos en tierra adentro que me dijo que “este gobierno entró a balas y se irá solo a balazos”.
Piénselo bien, le dije. Usted parece no haber vivido las guerras recién pasadas. Cualquiera de los bandos lo va a reclutar por la fuerza, tendrá que dejar a su mujer y sus pequeños hijos, su finquita abandonada, con suerte se irán comiendo uno a uno el ganado, si es que no se los roban, no habrá cosechas de granos y quién sabe si usted regrese vivo de la guerra que tanto desea. Se lo dice alguien que ya pasó de los ochenta abriles.
El autor es gerente de Radio Corporación y excandidato a la Presidencia de la República en 2011.