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Siempre seremos tentados

Las tentaciones de Jesús fueron reales. La vida de Jesús, hombre de carne y hueso como nosotros, fue como la vida de cualquiera de nosotros, una constante prueba

Las tentaciones de Jesús fueron reales. La vida de Jesús, hombre de carne y hueso como nosotros, fue como la vida de cualquiera de nosotros, una constante prueba, una permanente tentación hasta los últimos momentos de su vida. Por eso, en el huerto de Getsemaní le decía a su Padre: “Padre mío… que no se haga mi voluntad sino la tuya” (Lc. 22, 42). Para Jesús las pruebas, las tentaciones confirmaron su fidelidad y, por eso, pudo decir a los judíos con toda autoridad: “¿Quién de ustedes puede echarme en cara pecado alguno?” (Jn. 8, 46).

En Jesús no hubo la menor connivencia con el pecado; pero la tentación cruzó su vida como cruza las nuestras. Y no solo una vez. Si el Evangelio solo nos describe estas tres tentaciones, hay en el nuevo testamento muchas frases que nos dicen que la tentación acompañó a Jesús durante toda su vida. La verdad es que para la mayoría de nosotros las pruebas confirman nuestra fácil caída en el pecado y nuestra debilidad.

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Esta es la historia de la mayoría de nosotros los hombres: A todos se nos presenta la tentación, atrayente, como el fruto a Eva (Gen. 3, 6). Como dice el papa Francisco: “Todos estamos tentados y la tentación es el pan nuestro de cada día. Sí alguno de nosotros dijese: ‘Pero yo jamás he tenido tentaciones’, o eres un querubín o eres un poco tonto”.

A todos se nos presenta la tentación: quién no se hinca de rodillas ante ese pan sabroso que alimenta nuestra hambre de egoísmos insaciables que fácilmente nos hacen postrarnos ante cualquier ídolo y corrupción¿Quién no cae en la tentación seductora de creer que la vida se reduce solo a pan, al materialismo de la vida que nos hace caer en sus redes y reduce nuestra vida? Decía San Pablo: “Comamos y bebamos que mañana moriremos” (1 Cor. 15, 32). Pero no fue así en Jesús; Él sabía muy bien que, por encima de todo está la “fidelidad” a Dios y su Palabra: “No solo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios” (Mt. 4, 4).

¿Quién no pretende manipular o manejar a Dios y su Palabra poniéndolo al servicio de nuestros gustos e intereses? No fue así Jesús a quien el Padre siempre le merecía un gran respeto: “No tentarás al Señor tu Dios” (Mt. 4, 7).

¿Quién no se hinca de rodillas ante el dinero y el poder (Mt. 4, 5-10) que fácilmente nos hace olvidarnos de Dios y de los hombres? El dinero y el poder son dos dioses que fácilmente nos hacen caer en sus redes y corrompen toda nuestra vida. Por eso, dice Jesús: “Al Señor, tu Dios adorarás y solo a él darás culto”: (Mt. 4, 10).

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Así se lo recordaría Jesús a sus discípulos diciéndoles: “Saben que los que son tenidos como jefes de las naciones, las dominan como señores absolutos… Pero no ha de ser así entre ustedes, sino el que quiera llegar a ser grande entre ustedes, será su servidor… Tampoco el Hijo del hombre ha venido a ser servido, sino a servir” (Mc. 10, 42-45).

La vida, pues, de Jesús fue una constante tentación y una constante prueba, como la vida nuestra; pero Jesús no cayó en la tentación. La fidelidad al Padre y a su causa los hombres estaba por encima de todo (Jn. 6, 15-16). La gran lección de Jesús en todas y cada una de sus tentaciones es su actitud ante ellas: fiel siempre, hasta lo último al Padre Dios y a su voluntad.

Jesús sintió la tentación, pero no consintió en ella, ni cayó en sus trampas, como solemos caer nosotros con tanta frecuencia. Por eso, pudo decirnos Jesús con toda autoridad: “En el mundo tendrán tribulación. Pero ¡ánimo! Yo he vencido al mundo” (Jn. 16, 33).

Jesús nos enseñó a pedirle constantemente al Padre: “Padre nuestro… no nos dejes caer en tentación” (Mt. 6, 13).

La tentación atrae y fácilmente nos atrapa, por eso Jesús nos dijo: “Oren porque el espíritu está pronto; pero la carne es débil” (Mt. 26, 41).

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Religión y Fe Jesús

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