La crisis política, económica y social de Venezuela no puede durar mucho más sin que surja la solución. La semana pasada Nicolás Maduro llegó al fondo del barril en la transformación de Venezuela, que otrora fuera una de las democracias más sólidas de América, en un estado fallido.
Por medio de un fallo de la Corte Suprema de Justicia que está a su servicio, Maduro le quitó todas sus facultades a la Asamblea Nacional provocando una reacción internacional y nacional generalizada en su intentona golpista por acabar con el último resquicio de la democracia representativa venezolana.
Si bien es cierto, que tal como afirmó mi buen amigo Carlos Alberto Montaner en su artículo dominical publicado en LA PRENSA, Maduro rectificó, utilizando para tal efecto la escalera que le tendió la fiscal general del país, Luisa Ortega, quien denunció la ruptura del orden constitucional, la misma Corte Suprema (de injusticia) se echó para atrás la madrugada del sábado 1 de abril devolviéndole sus facultades a la Asamblea Nacional.
Pero eso no cambia nada en Venezuela, Maduro sigue siendo un peligro para todos, como bien señaló Montaner.
Al momento que escribo este artículo, el lunes 3 de abril, el caso de Venezuela se debatía en la Organización de Estados Americanos (OEA) donde su secretario general, Luis Almagro, con el apoyo de veinte estados americanos convocó a una reunión extraordinaria para debatir el tema de Venezuela y proponer soluciones a la profunda crisis que afecta a esta hermana república latinoamericana, que en otra época fue fundamental para el derrocamiento de la dictadura somocista en Nicaragua y el nacimiento de una nueva era democrática.
Recordemos que en junio de 1979 la OEA, en una reunión extraordinaria de cancilleres, acogió una propuesta de resolución del gobierno venezolano, que encabezaba el recordado presidente Carlos Andrés Pérez (q.e.p.d.).
La propuesta contenía cuatro puntos: el reemplazo inmediato y definitivo del régimen somocista; la instalación en el territorio de Nicaragua de un gobierno democrático cuya composición incluya a los principales grupos representativos opositores al régimen de Somoza y que refleje la libre voluntad del pueblo nicaragüense; garantía de respeto a los derechos humanos de todos los nicaragüenses sin excepción y la realización de elecciones libres a la brevedad posible que conduzcan al establecimiento de un gobierno auténticamente democrático que garantice la paz, la libertad y la justicia”.
Si estuviera vivo, mi buen y admirado amigo Carlos Andrés Pérez podría promover hoy en la OEA una resolución similar para su propio y desventurado país, que ha pasado de ser de cuando él estuvo en la Presidencia, el país latinoamericano con mayor ingreso per cápita en el continente, a uno de los más pobres, a pesar de su riqueza petrolera.
En su visión de estadista, en 1998 cuando Hugo Chávez estaba en la campaña electoral que le llevó a su primer mandato presidencial el 2 de febrero de 1999, Carlos Andrés Pérez (CAP) pronunció la siguiente advertencia al pueblo venezolano: “Si gana el chavismo tendrán un gobierno de delincuentes que acabarán con el país”. Palabras proféticas.
Hoy la inmensa mayoría de los venezolanos le dará la razón a CAP porque el país está en la más completa bancarrota y cada uno de ellos es testigo cuando va a la tienda a comprar los bienes más esenciales. Hasta los animales mueren desnutridos en los zoológicos por la falta de alimentos, como es el caso de la Ruperta, la anémica y desnutrida elefanta venezolana con sus costillas que sobresalen en la piel que ha trascendido de manera viral en las redes sociales y en la cadena CNN en español.
En una obligada analogía, así como Ruperta está desnutrida, la otrora floreciente y ejemplar democracia venezolana también está desnutrida, pero los malos tiempos son un buen presagio: ya no se puede llegar más al fondo de barril, porque ya se tocó fondo.
Sobre la “rectificación” de Maduro en su arrebato totalitario, habría que preguntarse si no sería tanto por el miedo a la OEA ni a la reacción internacional, sino a sus propios militares, que ya le están sonando la campanita y le habrán dicho: “Hasta allí no le podemos acompañar”.
El autor es periodista, exministro y exdiputado.
