Un principio universal y elemental de leyes, es el derecho a la defensa y la presunción de inocencia. Cuando a un reo se le acusa de haber cometido un delito o de complicidad, no puede ser declarado culpable mientras no se le demuestre su culpabilidad con pruebas y para ello, lógicamente deben haber transcurrido los hechos que aporten las pruebas.
Es el caso de la misión de la OEA recién venida a Nicaragua, que ha sido criticada por “analistas políticos”, “politólogos”, “expertos en temas electorales” y un grupo de políticos opositores, que de hecho ya han tomado la decisión de no participar en el proceso electoral municipal y que se van a dedicar a la tarea de “documentar el fraude”. ¿Para qué documentar el fraude, si ni siquiera les interesa el voto?
En un principio, la misión de la OEA fue criticada porque no venía; después porque vino tarde, a pesar de que la campaña electoral municipal no había iniciado oficialmente; luego, porque no habían informado qué países los estaban financiado, como si fueran los “auditores” de la OEA; y luego porque la encabeza el señor Wilfredo Penco, quien a su llegada al país fue declarado “non grato” por un grupo de políticos y actores de la sociedad civil.
Pareciera que aquellos que no se atreven a lanzarse a la política y prefieren criticar a los que lo hacen, preferirían que incluso no haya ninguna observación, o mejor aún, que no haya elecciones, todo ello para profundizar más la crisis, todo ello a pesar de que según una reciente encuesta de M&R, un ochenta por ciento de la población valora como positiva la presencia de la OEA.
Los antejuicios no solo son para descalificar a la OEA, sino a quienes participan en “la nueva farsa electoral”. Cualquier deficiencia de estos partidos no solo es magnificada, sino que generalizada a todos. Quienes así piensan, deberán conformarse con ser críticos de por vida y no hacer nada trascendente para cambiar las cosas.
Tal parece que su destino está atado a la tesis de una “generación espontánea”, por medio de la cual, las condiciones electorales que se pretenden caerán, como maná del cielo, para fructificar en la tan ansiada democracia.
Parafraseando al poeta Machado: “Caminante no hay camino, se hace camino al andar…. golpe a golpe, verso a verso”. Si no se hace camino al andar, no habrá camino.
Muy contrario es el entusiasmo de miles de ciudadanos, evidenciado a diario en fotos y videos espontáneos de la campaña municipal, que se aprestan a votar por los líderes locales, desafiando cívicamente el sistema. Fotos y videos que muy raras veces vemos destacadas en los medios, que solo informan que la campaña carece de entusiasmo y pronostican una abstención masiva.
Cuando todo haya concluido, después del 5 de noviembre, será posible valorar objetivamente y desapasionadamente, el papel jugado por la OEA con su numerosa misión de observación electoral —algo inusitado para un proceso electoral municipal en Latinoamérica— sumada a la presencia del Centro Carter y representantes de los Amigos de la Carta Democrática, que también se encuentran en el país.
Solo entonces se podrá determinar, quiénes ganaron y quiénes perdieron: los que se dedicaron a organizarse y a participar en el proceso electoral municipal, superando todos y cada uno de los obstáculos, o quienes desde lo alto del palco mediático, les criticaron implacablemente hasta la saciedad.
La lección, siempre recurrente en nuestra vida política, es algo que todos debemos de aprender: el fin de la historia de nuestra patria no es el 5 de noviembre, es apenas el comienzo de una nueva etapa que debe abrirse, producto del impulso patriótico de quienes han decidido no ausentarse de la vida política, que no está exenta de riesgos y sacrificios, y asumir sus convicciones para que Nicaragua vuelva a ser República.
Esta tarea, ya lo he dicho otras veces en esta columna, necesita del concurso de todos los nicaragüenses que aspiran a vivir en democracia, paz y libertad, por ello es urgente el despertar de la conciencia política de los apáticos e indiferentes.
La historia juzgará a unos y otros, ello me hace pensar en la magnífica y vigorosa expresión que desde la Radio Corporación, nos martilla a diario: “La culpa no es de los que se equivocan, la culpa es de los ausentes”.
El autor es periodista, exministro y exdiputado.