Desde su inicio, la relación del secretario general de la OEA con Daniel Ortega ha seguido la lógica del compadrazgo. La claridad y valentía con que Almagro ha defendido los principios democráticos para el caso de Venezuela, sin embargo, hacen que tal complicidad parezca inverosímil. La enérgica denuncia de los atropellos de Maduro contra la democracia contrasta con el silencio sobre Nicaragua, apenas roto para decir lo que ya sabemos, que la OEA está colaborando con el Gobierno de Ortega. Esta contradicción, que se ha convertido en la más grande incógnita política de Nicaragua, cuenta con varias teorías en busca de una explicación.
1) Se trata de situaciones con temperaturas sociales y alcances geoestratégicos diferentes, que necesitan enfoques y estrategias particulares. Esta necesaria adecuación política, sin embargo, no puede justificar la aplicación de un doble estándar en cuanto a los principios, derechos y obligaciones contenidos en la Carta de la OEA y la Carta democrática. Las dos crisis varían en cuanto a profundidad y grado de violencia; pero las diferencias desaparecen desde la perspectiva de la violación de los elementos fundamentales de la democracia, la corrupción y la impunidad, que caracterizan por igual a ambos regímenes.
2) La solución de la crisis nicaragüense será un colofón de la solución de la crisis venezolana. Se trata de la teoría del dominó, jamás corroborada históricamente y que repite el viejo error de aplicar a la política las leyes de la física y la mecánica. La economía nicaragüense ha absorbido el impacto de la drástica reducción de la ayuda venezolana; siempre estarán los aliados estratégicos: Rusia, Cuba, Irán. La caída de Maduro no va a significar el fin del chavismo en Venezuela y, mucho menos, del populismo en América Latina.
3) Estas elecciones no tienen relevancia, lo importante es echar a andar los mecanismos previstos en el Acuerdo alcanzado con Ortega. Las concesiones hasta hoy realizadas equivaldrían a poner una pica en Flandes, para garantizar, a partir de 2018, una dinámica que llevaría a condiciones democráticas aceptables para las elecciones de 2021. Se cree que lo que no ha funcionado hasta la fecha, por arte de magia va a empezar a funcionar después del fraude de las municipales. Es la tesis, también, de algunos voceros de la empresa privada.
Esta explicación, aparentemente la más convincente, presenta la debilidad de descansar en simples expectativas y en el supuesto de que Ortega responderá a la nueva coyuntura de manera razonable, algo que nada ni nadie es capaz de garantizar. Hipótesis que la profundidad de la corrupción y los hechos acumulados hasta hoy desmienten: las concesiones de Ortega han sido insignificantes y la reforma del sistema electoral ni siquiera está contemplada de manera explícita en los acuerdos. El balance de estos últimos no solamente es nulo sino negativo; la comunidad internacional ha expresado serias dudas, reflejadas en el pobre entusiasmo en términos de apoyo financiero a los mismos. No hay credibilidad en lo que se hace ni en lo que se piensa hacer, y eso debería bastar para que Almagro revise su estrategia. Pero no lo ha hecho y, por el contrario, el nombramiento de Wilfredo Penco como jefe de la Misión de Observación Electoral agiganta las dudas sobre su validez y eficacia. Es una tesis que cabría calificar de hipócrita o ingenuamente estúpida, o de ambas cosas a la vez.
4) Almagro está demasiado ocupado en la crisis de Venezuela y carece de capacidad para atender dos frentes a la vez. Una hipótesis que desmiente el bloqueo y parálisis de la OEA, reducida en su actuación al campo de la denuncia del secretario general.
5) La explicación de lo que algunos han calificado, con justa razón, de esquizofrenia habría que buscarla, finalmente, en los salones domésticos uruguayos del Frente Amplio, organización política a la que pertenece Almagro y que avaló, con descaradas falsedades, la farsa electoral de 2016. Pero este rumor solamente podría confirmarlo o desmentirlo el propio Almagro, aclarando además, públicamente, cuál es su valoración del estado de la democracia en Nicaragua, donde todo lo que ha venido haciendo hasta hoy se sustenta en un diagnóstico mantenido en secreto y en el concepto vago y genérico, aplicable a cualquier contexto, de “fortalecimiento de la democracia”.
Perseguido por los cuestionamientos, la defensa que ha hecho de Penco, diciendo que por él ponía la mano en el fuego, demuestra no sólo su gran debilidad sino su tremendo despiste. Lo grave no es la falta de credibilidad de Penco, cuyas credenciales son a todas luces moralmente incompatibles con el cargo para el que fue nombrado, sino la credibilidad de Almagro, que, con cada decisión que toma, se cae a pedazos. Profundamente minada por el secretismo, la falta de pertinencia y la inexplicable doble moral aplicada a Venezuela y Nicaragua, una vez destruida será muy difícil de recuperar.
El autor es jurista y catedrático.
