El día de las votaciones municipales el presidente designado por el Consejo Supremo Electoral (CSE), Daniel Ortega, acusó a los que no votamos, y a los que consideramos que no hay condiciones para votar en Nicaragua, de buscar la confrontación.
La tarde del domingo Ortega, después de votar, caminó a una tarima que le habían preparado y ya encaramado aseguró que “los que promueven la abstención solo dejan como alternativa la confrontación”.
Daniel Ortega, como la mayoría de las veces, está equivocado. Lo que queremos los que no vamos a votar en las farsas que organiza un Consejo Electoral parcializado y desprestigiado es precisamente evitar la confrontación. Eso está quedando claro con la violencia que se ha desatado en varios municipios en estos días.
¿Por qué hay en estos días confrontación, violencia y muerte? Precisamente porque no ha habido en Nicaragua, desde 2008, lo que hemos demandando quienes nos negamos a hacerle comparsa a la farsa.
Para que en Nicaragua haya en realidad elecciones (no votaciones) en paz, se debe permitir a los nicaragüenses organizarse políticamente de la manera que mejor les parezca; esas organizaciones y sus integrantes deben estar libres de presiones económicas o de cualquier otra índole. Y deben poder manifestarse y hacer sus propuestas sin temor a turbas o motorizados armados con palos, cuchillos, machetes o pistolas.
Además, el organismo que rectore el proceso electoral debe estar compuesto por profesionales que actúen con transparencia; deben ser obedientes de un andamiaje jurídico electoral que sea justo y claro; debe trabajar con eficiencia para que, por ejemplo, mantenga un padrón electoral actualizado. Que actúe ese organismo con honestidad y con honradez, que sea imparcial y que brinde todas las garantías y toda la información que permita a los ciudadanos tener plena seguridad que los resultados anunciados son el fiel reflejo de la voluntad ciudadana.
Sin eso, el acto mecánico de depositar una papeleta en una urna no tiene ningún sentido, pues ni siquiera sabemos si los resultados que brindan son ciertos.
Por todo esto, el sistema que ha creado el régimen más bien fomenta desconfianza e inconformidad y eso sí crea frustración y confrontación, lo que, al no encontrar cauces institucionales que permitan solucionarlas, alimenta el resentimiento que, desgraciadamente, desemboca en violencia.
Así que no somos los que nos negamos a votar en estas circunstancias quienes fomentamos la confrontación. Quien la fomenta es Daniel Ortega y su régimen que pretende presentar este ridículo proceso como algo digno de llamarse electoral.
Ortega terminó su intervención el domingo recordando la primera frase de una oración de San Francisco de Asís que dice: “Señor, haz de mí un instrumento de tu paz”. Y está bien que al menos se sepa esa frase, pero mejor sería que la pusiera en práctica.
Para eso todo lo que tiene que hacer es aceptar como verdad otra frase que salió de su boca ese día: “Tanto derecho tienen ellos (quienes denuncian la farsa) de llegar al gobierno a través de los votos, como lo tenemos nosotros”. Y en eso sí tiene toda la razón. Así que, señor Ortega, si quiere ser instrumento de paz, todo lo que tiene que hacer es permitir a los nicaragüenses elegir en paz y libertad.
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