Doña Elea
Doña Elea Valle sigue pidiendo que le entreguen los cuerpos de sus dos hijos y su esposo asesinados por el Ejército. ¿Acaso es mucho pedir? Si hasta los romanos, que eran unos crueles desgraciados, entregaron el cuerpo de Jesús a su madre a través de la gestión de José de Arimatea, ¿cómo es que el Ejército de Nicaragua, la Policía Nacional y “el gobierno cristiano, socialista y solidario del compañero Daniel y la compañera Rosario”, no han podido/querido darle a doña Elea los cuerpos de sus familiares para que les dé cristiana sepultura y tengan muertos la paz que les negaron en vida?
Crimen
Aquí estamos ante un crimen que podría perseguir a sus autores hasta el fin de sus días. Porque si fue una masacre cometida por el Ejército cabe que se juzgue como crimen de lesa humanidad. Y un crimen de este tipo trasciende a este gobierno y a este país. Y si no fue una masacre, se le parece mucho. La falta de explicaciones oficiales la hace más confusa. La falta de una investigación la hace sospechosa. Y la decisión de no entregarle los cuerpos de sus seres queridos asesinados, la hace inmoral, cruel e inhumana.
Autores
En el Ejército las responsabilidades son totalmente verticales. Si fue uno o varios soldados que enloquecidos dispararon contra el grupo de campesinos armados y los mataron a todos incluyendo a los niños, debieron ser detenidos, procesados y castigados. Si fue el jefe de la escuadra quien dio la orden, este debe asumir la responsabilidad, y si fue el jefe militar regional es este quien estaría siendo investigado y procesado. Pero el asunto es que no hay soldados, ni jefes menores ni intermedios que este siendo procesados o castigados. Por lo tanto, si hubo una masacre la está asumiendo el Ejército como institución. En otras palabras, quienes responderán por siempre por este crimen son las personas que hoy están a cargo del Ejército: su comandante en jefe y su jefe supremo, el presidente de la República.
Técnica forense
En febrero de 1991 fue asesinado a balazos el jefe militar de la contrarrevolución, coronel Enrique Bermúdez, quien había venido a Managua atenido a los tiempos de paz que acordaron con el gobierno. La Policía concluyó que un francotirador había disparado contra el militar desde una ventana del hotel Intercontinental y huido con rumbo a donde ahora es la plaza Hugo Chávez. Hicieron identikit y todo. Los informes de dos médicos forenses confirmaban la versión policial. Pero, como la viuda vivía en Estados Unidos, no hubo más remedio que enviar el cuerpo, debidamente eviscerado, puro cacaste, y ahí, tres meses después de muerto, se comprobó con un examen forense que tanto los informes policiales como los forenses de Nicaragua eran más falsos que un billete de tres córdobas. Y que Bermúdez había sido asesinado a quemarropa, con un arma especial soviética y desde un ángulo diferente.
La verdad
Traigo el cuento de Bermúdez a esta columna para recordarles que los cuerpos son un testimonio de la forma en que murieron las almas que los habitaron. Existe ahora la pericia técnica para establecer con bastante exactitud cómo murió cada uno de los campesinos de la Cruz de Río Grande. Si fue combate o ejecución. Si fueron torturados o no. Si la niña fue violada o no. Y esa capacidad de contar la verdad que tienen los cuerpos es la única razón que encuentro para que no quieran entregárselos hasta hoy a su madre y esposa.
Mujer valiente
Doña Elea es una mujer valiente. Pongámonos en su lugar. Es una campesina de montaña adentro. Analfabeta. Nunca había venido a Managua. Sola y con tres hijos menores que mantener. Con miedo a que la maten en esas montañas donde quienes deben de protegerlos los han tratados como enemigos. Y ahí la hemos visto, plantada en el Cenidh, en el edificio de la jefatura policial, en manifestaciones, pidiendo justicia y que le entreguen los cuerpos de sus hijos.
Empatía
Todos nosotros estamos obligados a no olvidar este crimen. Ni siquiera es por doña Elea, sino por nosotros mismos. Ni siquiera tiene que ser por solidaridad porque puede ser por puro instinto de protección. Porque si dejamos que crímenes como el de la familia de doña Elea ocurran sin que los hechores paguen por las consecuencias, estaremos sembrando la semilla para que sigan sucediendo y mañana puede ser alguien de los suyos o de los míos quienes estén plantados ante los poderosos pidiéndoles que les expliquen por qué mataron a los suyos y que, por favor, les entreguen sus cuerpos. ¿Eso es lo que queremos? Pongámonos pues en el lugar de doña Elea que si sigue así puede también ser el nuestro.