La revolución de Nicaragua es desarmada. Al fuego de los rifles de alto calibre de la Policía y las turbas sandinistas, los manifestantes responden con morteros caseros, piedras y barricadas. Estas últimas han transfigurado el rostro de Managua. Este reportaje gráfico muestra cómo las venas de la capital nica se van adecuando a una violenta realidad.
UNAN Managua
El árbol de la vida blanco que acompañaba la estatua de Rigoberto López Pérez en la rotonda universitaria de Managua sigue abatido. A diferencia de otros, los camiones de la Alcaldía de Managua no han podido llevarse este cadáver de metal porque las inmediaciones de la UNAN son una zona resguardada por estudiantes levantados contra el Gobierno. El “chayopalo” caído, como muchos llaman a estos supuestos ornamentos, funciona como símbolo de la lucha por la democracia.
En el costado sur de la UNAN, la zona residencial Villa Fontana también se ha transformado. Por esta vía varios civiles dejan víveres y ayudan como pueden a los estudiantes atrincherados, pero deben superar las medidas de seguridad dispuestas por los jóvenes manifestantes. Barriles de basura fueron cortados y se usan como escudos, mangueras de agua fueron atravesadas por clavos y son ahora “miguelitos” y también hay serpentinas de acero como las que protegen los patios de las casas.
UPOLI
Un sector de Managua tomado por estudiantes y vecinos son las inmediaciones de la Upoli. Esta universidad está tomada por jóvenes manifestantes desde abril, y los alrededores están cercados por barricadas de adoquines. El tráfico de Managua y los transeúntes cruzan una geografía que no existía hace dos meses. A los muros adoquinados se le suman llantas incendiadas que despiden humo negro.
Las calles de Managua se cubrieron de adoquines durante la dictadura somocista. Las barricadas que protegen a los manifestantes de los ataques del régimen de Ortega están hechas precisamente con estos adoquines de decenios. Como resultado, este motociclista surca lo que queda de camino ultrajado cerca de la Upoli. El resto lo recubren charcos de agua de lluvia que en mayo ha caído con fuerza sobre la capital nicaragüense.