Todos celebran la victoria de Argentina, el despertar del genio, de regresar a la vida cuando tenían su boleto a casa a punto del check-in, pero en el abismo el equipo tuvo una reacción de madurez cuando la desgracia estaba a cuatro minutos de consumarse. Aún siguen los cánticos argentinos, saltaron el charco de la fase de grupos al derrotar 2-1 a Nigeria, pero lo visto como el resurgir entre las brasas, más bien da la impresión de ser la extensión de la agonía.
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No se puede gritar a los cuatro vientos un triunfo y pensar que el punto de inflexión en el equipo ha surgido. Se ganó y nada más, Argentina cerró con los mismos problemas de siempre, sufrimiento en la segunda parte, incapacidad para abrir los espacios, desorientación en el medio campo y una Pulga parpadeante en los últimos 45 minutos. Lo siento, se debería de seguir llenando de elogios a Messi por su gol magistral al minuto 14, por haber realizado esa recepción de un astro tras el pase de larga distancia de Banegas, por filtrar un balón al vacío en una posición clara de gol a Higuaín y luego por realizar un tiro libre en su modo Dios, rozado por los dedos de Uzoho.
Lo normal que todos realizan es la exaltación de un conjunto el cual vivió un primer tiempo de mundo paralelo a su realidad, con los argumentos suficientes de minimizar a la peligrosa Nigeria. No obstante, el futbol no es de 45 minutos. En la segunda parte Argentina volvió a partirse, a desorientarse con un poco más de presión africana. Contó con la suerte de que Nigeria pensó estar clasificada por un momento con el empate 1-1 tras el gol de penalti, un error de novato en las manos de un veterano como Macherano. Durante casi toda la segunda parte Nigeria se sentía en octavos, defendía el marcador igualado y esa Argentina repitió la película contra Islandia: sin conexiones finales.
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Esta vez la diferencia fue que un defensa central en el agobio hizo de centro delantero tras el pase de Gabriel Mercado. No fue Higuaín, todavía buscando la ruta, tampoco Messi grandioso en la primera mitad, tampoco Agüero, apoyando con el marcaje recibido, mucho menos Meza, fue el soplo de suerte. Argentina no ha olvidado sus fantasmas y Francia en octavos de final bien puede hacerlos vivir un infierno y acabar con la agonía.