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Pueblo bravo e invencible

Ante la agresión de los Goliats, que con cascos, escudos y metralla los atacaban, los jóvenes respondieron como David, con sus hondas, manos y piedras

La lucha del pueblo nicaragüense contra la dictadura de Ortega ha dejado boquiabierto al mundo. Muchos se preguntan que cómo es posible que su juventud sin armas, y sufriendo centenares de muertos, haya sido capaz de desafiar tan decididamente una represión tan salvaje. Verdaderamente es digna de asombro su nobleza y determinación.

Noble fue que todo comenzase en apoyo de unos viejitos que iban a ser maltratados en sus pensiones. Noble que ante las primeras agresiones de los matones gubernamentales la juventud, en lugar de correrse, se tirara masivamente a las calles. Noble fue que, ante la respuesta con balas de plomo de los opresores, la juventud permaneciera firme en sus trincheras en una lucha desigual. Y no es el odio, quien ha motivado esta revolución, sino la indignación moral ante las flagrantes injusticias que sufre el pueblo y que no está dispuesto a tolerar.

Ante la agresión de los Goliats, que con cascos, escudos y metralla los atacaban, los jóvenes respondieron como David, con sus hondas, manos, piedras y los ocasionales morteros caseros. Primero 22 muertos, luego 76 muertos. El déspota se asustó al ver que no doblegaba las protestas. Desesperado decidió entonces multiplicar los muertos: 112, 280, 314, 1,500 heridos, centenares de prisioneros, ¡en menos de tres meses!; más de cien vidas segadas cada mes. Mas no pudo. Ni podrá.

La resistencia no afloja. Quitan barricadas y vuelven barricadas. Hombres, mujeres, niños, ancianos, jóvenes y viejos, ricos y pobres unen sus manos en marchas multitudinarias, como nunca se habían visto jamás, y visten las calles de azul y blanco —los colores de la patria y de la Inmaculada Concepción, que vence al dragón rojinegro—. Marchas que indican en forma contundente el repudio masivo a la dictadura y el hambre por justicia y democracia del pueblo. Marchas que anuncian un pueblo que ha perdido el miedo y que, por tanto, nadie puede detener.

El 30 de mayo, la Madre de todas las marchas terminó en masacre. Los verdugos creían haber amedrentado al pueblo. Pero con horror vieron como el 30 de junio millares se volcaron de nuevo en las calles… y volvieron a dispararles. Pero siguieron volcándose en un plantón de kilómetros y otra vez, el 7 de julio, para gritarle al déspota: ¡que se rinda tu madre!

El tirano no está dispuesto a ceder. Pero está perdido y temblando. Se echó encima la juventud, la Iglesia, los empresarios y los países democráticos; perdió parte de su partido y toda legitimidad, y ya no tiene nada que ofrecer excepto ruina y sangre.

No podrá contra un pueblo inquebrantable y valiente, que no está solo y que ha dicho: ¡Basta Ya! ¡Cueste lo que cueste!

El autor es sociólogo. Fue ministro de Educación.

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