Mesías
Juan Carlos Vílchez
Habitamos un país pero no nos pertenece
vendido ya al mejor postor.
Usamos ropas sin vestirnos
pues nuestra hambre es transparente
y como una sanguijuela
anida entre pústulas
y cicatrices del porvenir.
Plantamos árboles
en los campos más resecos
donde los frutos sólo absorben
los humores y destilaciones
del resentimiento .
Engendramos hijos
cuyo futuro está en cambiar de patria
y no volver a estos enclaves
de la imposición
y del engaño.
Improvisamos afanes
y a veces intentos
diluyéndose inútiles
bajo una tempestad de sueños.
Nada tenemos
apenas unos cuantos días
para ver erguirse en los altares
a un nuevo Mesías
—llamado también la Bestia—
ungido con los óleos de la fe
hinchado de vanidad frente a sus secuaces
que lo aclaman
y acechando con su instinto de hiena
a un dios en una cruz
abrumado y doliente por aquellos
todavía no envilecidos.
(De su libro inédito, Hamlet y la física cuántica).
El heredero
Juan Carlos Vílchez
El anciano habló muy claro:
Todo puede suceder
menos que el heredero renuncie
a la dinastía.
Un cortesano más joven agregó:
Si él quisiera (el heredero)
no quedaría piedra sobre piedra
en sus dominios.
Sin embargo
vasallos de nuestras propias mezquindades
no entendimos la sentencia
en la voz de los augures
con su saliva salpicándonos el rostro.
Hoy el resuello de la muerte
nos abre el entendimiento
y una genealogía de crueldad
anclada en nuestros nombres
se revuelve ebria de crímenes.
Tarde pero fatal
la profecía se ha cumplido
la rueda de la iniquidad nos acorrala
y nos devuelve otra vez
a las puertas del infierno.
(De su libro inédito, Hamlet y la física cuántica).
Soñé con una patria…
Carlos Tünnermann Bernheim
Soñé con una patria
con justicia y honestidad
y me dieron un clan
enquistado en los poderes del Estado.
Soñé con una patria
gobernada por hombres y mujeres
sabios y prudentes.
Y me dieron tiranos
ajenos al bien común.
Soñé con una patria
de ciudadanos amantes de la democracia,
capaces de dar su vida
por la libertad.
Hoy mi sueño es una realidad,
que hace posible su reserva moral:
¡La juventud!
¡Tiemblen los caudillos ambiciosos
de poder y riqueza!
Es mi patria, mi Nicaragua natal.
La seguiré soñando,
con el futuro promisorio
que su valiente pueblo sabrá construir
más temprano que tarde.
Álvaro
Juan Velásquez Molieri
Con una estrella en su mano,
a sus floridos quince, y,
—tal como lo sintió Rubén—
salió al universo de su fortuna.
No estaba en sus planes la muerte,
sino la patria y el porvenir de millones como él.
En el fragor de la pelea, bajo la luna de abril,
un asesino rayo de fuego le entró por el cuello
que detuvo en el, para siempre,
la acumulación de su temprana juventud.
Niño de quince años, o sea entre niño y hombre,
con una estrella en la mano
o una piedra, piedrín, guijarro,
y una justa protesta.
Es que no conocía el peligro
ni la maldad de la bestia.
“La juventud no tiene donde reclinar su cabeza.
Su pecho es como el mar.
Como el mar que no duerme de día ni de noche…”
escribiste, Carlos Martínez Rivas.
No supo nunca del amor,
de los besos, de la ternura de las novias;
el solo sintió el ardor del fuego,
una misteriosa sensación entre lo frío y ardiente,
en la cavidad insondable de su voz ahogada en sangre.
Dolor y ardor en la mudez, y la lava fluyendo.
Desplomado desde el pavimento vio su estrella,
como ahora la patria su esperanza
en millones de Álvaros Conrado.