Con las noches se desvanece toda la fortaleza que Ángela Salgado exhibe durante el día. Es el momento en que debe tomar cinco pastillas diferentes para conciliar el sueño.
Esta leonesa, de 65 años de edad, vive en Estados Unidos y desde el 10 de julio de 2018 ha venido a Nicaragua y regresado a Estados Unidos en al menos 10 ocasiones. El precio del pasaje que más barato le ha costado ronda los 600 dólares. Pero, en las circunstancias de ella, el dinero es lo de menos.
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Salgado llega a Nicaragua cada vez que sabe algo importante de su hijo, Ervin Reynaldo Gallo Salgado, hasta el año pasado de 33 años de edad. Él está desaparecido desde la noche del 6 de julio de 2018, cuando hubo una balacera en el barrio leonés La Pintora, durante la represión que Daniel Ortega desató contra los nicaragüenses que participaron en las protestas sociales contra su régimen desde abril de ese año.
Salgado llegó al país el 10 de julio de 2018 y fue a una comarca en León que le llaman Troilo. Ahí había sido encontrada una persona no identificada decapitada dentro de un vehículo calcinado y, según afirmaron pobladores, los policías enterraron el cuerpo a la orilla de un río, sin dar más explicaciones.
Los rumores indicaban que el cadáver enterrado en Troilo era el de Ervin Gallo, pero cuando Salgado llegó al lugar no le permitieron desenterrar el cuerpo. El entonces jefe de la Policía de León, Domingo Navas, le prometió que lo podría hacer hasta que transcurriera un año.
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Ante la incertidumbre, Salgado y sus familiares buscaron a Gallo por cuanta morgue y delegación policial pudieron. Ya pasó más de un año y no lo han hallado.
Salgado regresó hace 10 días porque ya pasó un año. El nuevo jefe de la Policía de León, Fidel Domínguez, le habría dicho a un familiar de Salgado cuando llegaron a pedirle que se desentierre el cuerpo que supuestamente aún está en Troilo: “Por esa persona no se va a mover ni un dedo de parte de la Policía. Sos valiente al venir a pedir eso”.
El “teacher”
Ervin Gallo se graduó de ingeniero en sistema en la UNAN-León, pero su idea original era estudiar en una universidad de Estados Unidos, adonde llegó, gracias a la Ley Nacara, cuando tenía unos 12 años de edad de la mano de su madre, Ángela Salgado.
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En ese país, en Florida, terminó el bachillerato y quiso entrar a la universidad, pero la mala situación económica se interpuso. A pesar de que su madre no ganaba mal trabajando para una escuela de entrenamiento de la Armada (Navy) de Estados Unidos, no pudo costearle los estudios.
Para el 2006 ya estaba instalado nuevamente en Nicaragua, en su natal León, para lograr su propósito de ser ingeniero.
En Estados Unidos dejó un hijo, hoy de 15 años de edad, el cual procreó con una norteamericana, y pocos años después tuvo otro hijo en Nicaragua, que actualmente tiene siete años de edad.
Cuando Ervin Gallo desapareció, un año atrás había fallecido su esposa, Fabiola Centeno, con quien no tuvo hijos.
Estebana Salgado, su tía materna, recuerda que Gallo era un joven muy alegre pero tenía una dificultad, la bipolaridad. Rápido podía pasar del ánimo al desánimo.
“Era trabajador, muy creativo. Vivía buscando el ‘bisne’. Le gustaba cantar karaoke y bailaba muy bonito. Yo le aconsejaba que bien podía poner su escuela de danza”, recuerda su tía materna.
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Y la mamá, Ángela Salgado, refuerza esa idea contando que cuando Gallo vivía en Estados Unidos a menudo ganaba concursos de baile en las discotecas.
En su casa en León, Gallo tenía una tienda de ropa, zapatos y además reparaba teléfonos celulares y televisores. Su tía materna no comprende que después de su desaparición lo hayan tildado de delincuente si él tenía su propio negocio, era una persona estudiada y no necesitaba robar porque su madre y una hermana, que también vive en Estados Unidos, le mandaban dinero. Además, tiene casa propia, poseía una moto que la Policía se llevó y un carro que ahora nadie usa y se está deteriorando.
Si hubo algo por lo que más sobresalía Gallo era porque hablaba el inglés “como nativo”, es decir, como si fuera norteamericano.
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“Trabajó en Sitel y también dio clases de inglés en una ONG”, recuerda su tía. Por esa razón, cuando estallaron las protestas de abril de 2018, a Gallo le decían el “teacher” en los tranques que se organizaron en León. Y cuando llegaba un extranjero de habla inglesa al tranque que estaba en la salida de León hacia Chinandega, Gallo servía como intérprete.
“Tranquero de los bravos”
El 18 de abril de 2018, cuando un grupo de ancianos fue golpeado por turbas orteguistas mientras protestaba contra las reformas al Seguro Social anunciadas por el gobierno dos días antes, Gallo inmediatamente se mostró dispuesto a ir a apoyar las protestas.
“Yo voy a ir (a apoyar a los ancianos)”, dijo en la tarde de ese 18 de abril. Y desde entonces comenzaron a notar que Gallo cada vez más permanecía menos en la casa, hasta que se desaparecía varios días.
De vez en cuando llegaba a la casa con un grupo de muchachos, los mismos que se mantenían en los tranques que se levantaron en todo rincón del país donde el orteguismo comenzó a mover camionetas Hilux transportando civiles armados con fusiles de guerra, es decir, los paramilitares.
En la casa de Gallo, como él vivía solo porque había enviudado, llegaban esos muchachos a bañarse, cambiarse de ropa, comer, dormir. En otras palabras, explica la tía Estebana Salgado, la casa de Gallo era como un pequeño centro de operaciones de los “tranqueros”, a como se le llamó a los jóvenes que estaban apostados en los tranques.
Gallo también apoyaba abasteciendo de pólvora y de comida a los jóvenes de los tranques.
Al joven no le gustaba hablar de lo que hacía cuando llegaba a la casa. Su tía Estebana le preguntaba, pero él le respondía que era mejor que no supiera, para no ponerla en riesgo. “Era algo reservado en eso”, dice ella.
Su mamá recuerda que ella se dio cuenta de las andanzas de su hijo y le pedía que por favor dejara de andar en las protestas. Pero él le respondía: “Yo voy a llegar hasta las últimas consecuencias”, recuerda la madre, quien también rememora que su hijo le explicaba que estaban seguros de que Ortega iba a salir del gobierno y que Nicaragua sería libre. “Él era un autoconvocado fuerte”, dice.
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Después de que Gallo desapareció, sus amigos, varios de ellos ahora en el exilio, le explicaron a la familia que él era muy activo en los tranques, “tranquero de los bravos”. Se movilizaba en varios tranques, pero especialmente se mantenía en el que estaba en la salida de León hacia Chinandega. Otras veces se iba al de Sutiaba.
La familia supone que Gallo se involucró más en las protestas porque tenía muchos amigos en la universidad de León, pero también porque estaba convencido de que Ortega había cometido crímenes de lesa humanidad cuando comenzaron a ser asesinados los primeros jóvenes por la Policía y también por los paramilitares.
Cuando Gallo ya no tenía dinero para andar apoyando los tranques, se dedicó a andar recogiendo víveres y apoyo para la causa. “Ahí andaba él consiguiendo medicinas y cosas para primeros auxilios”, dice su tía.
La última vez que su tía lo vio con vida fue el 3 de julio del 2018. Llegó a como acostumbraba en esos últimos días. En sigilo. Ya lo andaban buscando.
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En esos días su mamá le iba a enviar un dinero y por eso le preguntó: “¿Cómo está de abastecida tía? Si gusta le puedo comprar gas, le puedo traer arroz, frijoles”. “No hijo, estoy bien”, le respondió ella. No lo ha vuelto a ver desde entonces.
La desaparición
El 5 de julio de 2018, Gallo llegó a la sucursal en León de una agencia de envío de dinero y retiró los dólares que su mamá le envió.
Sobre la desaparición de su hijo, Ángela Salgado ha escuchado “tantas versiones”.
Una de las versiones más frecuentes es que el 6 de julio, cerca de las 9:30 de la noche, Gallo iba en su moto en una calle del barrio La Pintora cuando se desató una balacera. Las balas eran disparadas por policías y paramilitares, mientras realizaban la denominada “Operación Limpieza”, para desmontar los tranques en León.
Los amigos cuentan que esa noche Gallo estaba en Sutiaba, pero recibió una llamada y él se dirigió hacia León en su moto. Llevaba a un compañero atrás.
A Gallo supuestamente lo secuestraron policías y paramilitares después de que en la balacera lo hirieron en una pierna. Y la persona que llevaba en la parte de atrás tenía 18 orificios de bala en la espalda, cuenta la tía de Gallo, Estebana Salgado.
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Los familiares de Gallo se dieron cuenta de su desaparición porque el sábado 7 de julio de 2018 los pobladores de la comarca Troilo encontraron a una persona no identificada decapitada adentro de un vehículo calcinado. Los mismos pobladores afirmaron que policías enterraron el cuerpo a la orilla de un río sin dar más explicaciones.
A oídos de la familia de Gallo llegó inmediatamente el rumor de que el cuerpo encontrado era el del joven. “La gente decía que él era el quemado en Troilo. Nosotros solo decíamos que cómo podían matar a alguien con tanta saña solo por opinar diferente, por buscar justicia, democracia”, recuerda Estebana Salgado.
Cuando Ángela Salgado, la mamá, llegó de Estados Unidos, fue a Troilo, un lugar remoto, a la orilla de un río, quiso sacar a su hijo pero los policías le dijeron que por razones de seguridad pública no podían sacar el cuerpo hasta un año después.
“He llorado mucho”
Ángela Salgado no pudo saber si el cuerpo quemado en Troilo era el de su hijo, a pesar de que también se había rescatado una mandíbula del cuerpo pero las autoridades se niegan a hacer una prueba de ADN para saber si se trata de su hijo o no.
Ella no se ha quedado “cruzada de brazos”, dice, y ha buscado a su hijo por todas las morgues que ha podido y también en las cárceles, pero nada.
“He llorado mucho. Estoy con una psicóloga, la doctora Cherry. Me tengo que tomar cinco pastillas para poder dormir. Yo no lo quiero aceptar, he llorado tanto. Pero ahora sí estoy dispuesta a que me lo entreguen aunque sea muerto. Si está muerto, me gustaría darle una sepultura para poder llevarle flores”, dice la madre, quien se encuentra en Nicaragua debido a que se cumplió un año recientemente de la desaparición de su hijo.
Otro calvario que Ángela Salgado debe enfrentar es la situación de sus nietos. A ninguno de los dos se les ha informado que su padre está desaparecido, ni al de Estados Unidos ni al de Nicaragua.
“No se les puede dañar, son niños”, dice Salgado.
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A Salgado ya no le importa lo que pueda pasarle a ella. No tiene miedo. Ya fue hasta la CPDH a pedir ayuda para que se busque a su hijo.
Y cada vez que escucha algo de su hijo, sale rápido a tomar un avión para viajar a Nicaragua.
Toda su vida ahora es pasar el día ocupada en un negocio que tiene en Cayo Hueso, Florida, y beber pastillas en la noche para poder dormir, mientras aparece su hijo.
Catearon la casa
Un día antes de la desaparición de Ervin Gallo, el 5 de julio de 2018, la Policía de León llegó a su vivienda para allanarla.
“Catearon de arriba abajo (la casa es de dos pisos)”, recuerda la tía materna de Gallo, Estebana Salgado.
Los policías se llevaron, entre otras pertenencias, una moto. Pero dejaron un carro propiedad de Gallo, el cual se mantiene estacionado en las afueras de la casa.
Los policías buscaban armas, pero solo encontraron un mortero que se lo llevaron, además de facturas del negocio.