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Buen pleito
Alguien debería recordarle a Daniel Ortega aquel viejo dicho de los abogados: “Es preferible un mal arreglo que un buen pleito”. Desde hace año y medio está empecinado en regresar al país que tenía antes de abril 2018 a través de patadas, trompones y balazos. No ha querido ceder nada ni se le ha ocurrido ninguna otra solución más que la violencia y la guerra como forma de conservar el poder. Y así, en esas, ya ha matado a más de 300 personas y está destruyendo el país pieza por pieza. Su lógica es: “Mío o de nadie”.
Aislado
Se ha peleado con todo el mundo. ¿Qué tiene aquí en Nicaragua además de los empleados estatales, el Ejército y la Policía? Si no es nada, será muy poco. Ya no tiene aliados. En el extranjero está peor la cosa. La gran mayoría de gobiernos y organizaciones, incluso los que antes le tuvieron algún aprecio, ahora lo miran con desprecio, algunos con indiferencia y solo muy pocos con simpatía. Pero en lugar de buscar acercamientos, embiste. Se da contra el muro. Es lo único que sabe hacer.
Ratones
Alguien que los conoce bien me contaba que Daniel Ortega y Rosario Murillo, ante los últimos acontecimientos en América latina, quieren asumir el liderazgo revolucionario de la región. Sueñan con eso. Son como aquel meme donde en el espejo se ven como un león defendiendo a zarpazos el venado que cazaron, cuando en la realidad son unos ratones indeseables a los que de todos lados les caen escobazos.
Iglesia
Y como si no tuvieran suficiente, ahora se meten al pleito frontal con la iglesia católica. Es el peor enemigo que se pudieron buscar. Ya se les olvidó cuando Ortega apareció pidiéndole perdón. “Nos equivocamos, cometimos muchos errores y atropellamos a figuras tan respetadas”, dijo un compungido Daniel Ortega en Jinotepe, en julio de 2004. No aprendieron la lección. Y ahí está el ratón, en términos históricos, estrellándose otra vez contra el muro de piedra que tiene más de dos mil años en pie.
Desahuciado
El gobierno de Daniel Ortega está desahuciado desde que decidió matar a los nicaragüenses para sofocar la rebelión. Un muerto, ya era demasiado. Más de 300 es inconcebible. En ese momento perdió la poca legitimidad con que se sostenía después de un fraude tras otro. Entonces, ya no puede gobernar, solo mantenerse por la fuerza, acosado por todos lados, mostrando los dientes y con los ojos inyectados de sangre. Fuera de sí.
Sin futuro
A estas alturas ya el gobierno de Daniel Ortega no beneficia a nadie. Solo daño provoca. Es insostenible. Hasta quienes lo defienden pierden con cada día que Daniel Ortega y Rosario Murillo permanezcan en el poder. ¿Qué inversionista, gobierno u organización podría hacer planes de mediano o largo plazo con el gobierno de Ortega sabiendo que se puede ir de un momento a otro, que no tiene futuro? Y en caso que pudiera alargar su agonía, solo podría ir para peor.
Resistencia viva
El gran problema de Ortega y Murillo es que la resistencia no se apagó. Fue hoguera en abril del 2018, y por mucho que han tratado de apagarla ahí ha estado la llamita, la brasa, encendida, terca, esperando su momento para regarse. A veces la vemos en el heroísmo de los presos políticos, otras en las iglesias, en centros comerciales, universidades, centros de trabajo, en chimbombas, banderas y en esa pinta legendaria: ¡Que se rinda tu madre! Nunca se ha apagado la resistencia. Cualquier viento la convertirá en llamaradas. Los verdugos lo saben.
Balazos
Daniel Ortega ha tenido mil oportunidades para comportarse como gobierno. Oír el malestar. Dialogar con los descontentos para buscar soluciones. Reparar lo que está mal. Y si ya el malestar es tan grande, como lo fue después de abril 2018, pues proponer la salida civilizada ante estas diferencias: elecciones adelantadas. Que sea el ciudadano el que decida con su voto si quiere o no seguir con este gobierno. Pero no, ha preferido el “buen pleito”. La única solución que se le ha ocurrido son balazos y muerte. Así puede que alargue su agonía, pero no cambiará su condición de desahuciado. Es un gobierno que está muerto y no se ha dado cuenta.