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La adolescente María Granados ante el cuerpo de su hermanita asesinada, el 8 de enero de 1962. En ese momento seguía diciendo que el autor había sido un “hombre negro”. LA PRENSA/ Reproducción de Yury Salvatierra.

La historia del “asesino loco” de Matagalpa que resultó ser una adolescente de 14 años

Maria Granados mató a machetazos a sus dos hermanitos, de seis y cuatro años. Toda Matagalpa buscaba a un "asesino loco", como responsable de los crímenes. El caso de la adolescente asesina conmocionó al país en 1962.

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La primera vez nadie sospechó de María Granados. Al contrario, la gente admiró la serenidad con que narró ante los investigadores cómo había ocurrido el asesinato de su hermano Santiago, un niño de seis años destrozado a machetazos en un rancho del valle de Waswalí, Matagalpa.

Santiago tenía cinco heridas en el cráneo, una en el cuello y varias en los brazos y las piernas. Machetazos asestados con tanta brutalidad que uno solo de los que el niño recibió en la cabeza habría bastado para matarlo. María, de 14 años, era la única testigo del crimen.

El hecho ocurrió la mañana del jueves 23 de noviembre de 1961. A eso de las 11:00. Santiago Granados estaba atareado en labores del campo y su mujer, Santos Picado, se hallaba en la ciudad de Matagalpa. Sus cuatro hijos menores quedaron solos en casa, bajo la tutela de la abuela, una anciana sorda que apenas se enteraba de lo que ocurría a su alrededor.

Además de María y del pequeño Santiago, en el rancho se encontraban María del Tránsito, de cuatro años, y Luis, un bebé de diez meses. Los hermanitos jugaban cuando en la puerta apareció un hombre desconocido que preguntó:

—¿Dónde están sus padres?

—No están —respondió secamente, María.

—Eso quiere decir que están solos —insistió el extraño, y de inmediato se abalanzó sobre Santiago.

Tras el asesinato de Santiaguito, María carga al bebé Luis y sostiene de la mano a su hemana María del Tránsito, de cuatro años. Atrás, su madre, doña Santos Picado. LA PRENSA/ Reproducción de Yury Salvatierra.

El hombre, relató la niña poco después del crimen, era “negro, alto y aindiado”. Llevaba “un pantalón azul bastante raído, camisa amarilla, sombrero de casco y botas ordinarias”. Además, portaba “un rifle y un machete sin filo”, lo que haría más peligrosa su captura.

El horrendo crimen sembró la zozobra en aquella tierra y la Guardia emprendió una intensa cacería de sospechosos que duró casi dos meses. La gente creía ver al “hombre negro”, al “asesino loco”, en todos lados. Si alguien cumplía con esas características y además tenía un machete sin filo, una camisa amarilla o un descolorido pantalón azul era denunciado, detenido e investigado.

Así fue hasta que otro terrible crimen desvió la atención de los investigadores hacia una sospechosa que nadie había considerado antes. El 8 de enero de 1962 la pequeña María del Tránsito también fue asesinada a machetazos y, de nuevo, la única testigo era María Granados.

El primer crimen

El “hombre negro” sujetó a Santiago por un brazo antes de asesinarlo. El niño daba alaridos y le suplicaba a su hermana mayor que lo salvara, pero todo fue inútil, dijo María. El desconocido levantó su machete y lo descargó con furia sobre la cabeza del pequeño.

Ella no se quedó a ver más. Cargó en brazos a su hermano Luis; tomó de la mano a María del Tránsito y huyó dando gritos de desesperación. Durante un rato vagaron por un monte cercano y al cabo María decidió ir a buscar ayuda “con la esperanza de que su hermanito todavía estuviera con vida”, relató LA PRENSA tres días después.

Cuando regresaron al rancho, acompañadas por una tía, encontraron la horrible escena. El pequeño cuerpo del niño destrozado sobre un charco de sangre. Pero María conservó una “fortaleza de ánimo” que fue elogiada incluso por los periodistas.

No derramó ni una lágrima cuando declaró: “Allí estaba Santiago, todo macheteado. Uno, dos, tres, cuatro, cinco… Los machetazos no se podían contar”.

Cacería

María Granados describió al asesino y la invención popular se encargó del resto. Por alguna razón corrió el rumor de que el “hombre negro” dormía de día y andaba de noche. Patrullas de la Guardia fueron destacadas en casi todo el departamento y grupos de civiles rondaban las calles de la ciudad de Matagalpa, porque el criminal podía “estar escondido en cualquier parte”.

El coronel Rodríguez Somoza ordenó la captura de cualquier individuo sospechoso. Y con cualquiera realmente se refería a cualquiera.

Los primeros detenidos fueron Pablo y Gabriel Aguilar, porque Pedro Granados, tío del pequeño Santiago, dijo que esos eran sus “únicos enemigos”. Y tres días después un testigo llamado Roberto Arcia aseguró haber visto al “asesino loco” poco después de que cometiera el crimen.

Ante el juez local del Crimen, el señor Arcia declaró que cerca del lugar de los hechos vio a un “hombre negro, alto, bastante velludo, vistiendo camisa crema o amarilla y pantalón azul, que portaba un saco al hombro guardando en su interior un objeto que aparentaba ser un violín pero que también podría ser un fusil”. El hombre también llevaba un machete.

Para entonces los guardias ya tenían varios detenidos. Uno de ellos fue identificado como José Antonio Meza, a quien varias personas avistaron cerca de la escena del crimen. En un cateo a la casa de Meza los militares encontraron un machete sin filo y un no menos sospechoso “pantalón plomo bastante sucio y raído”.

Todos los detenidos fueron presentados ante Arcia para su debido reconocimiento. Ninguno era el asesino.

LA PRENSA/ Reproducción de Yury Salvatierra.

El segundo crimen

Ese año no hubo Navidad en Waswalí. La gente seguía demasiado conmovida por el asesinato de Santiago, cuyos funerales fueron pagados por la solidaria población de Matagalpa. Todavía no lo habían superado cuando otro crimen atroz ocurrió en la misma familia. Esta vez la víctima fue María del Tránsito, “Tanita”, la niña de cuatro años.

A ella le dieron ocho machetazos, aunque, como en el caso de Santiago, con uno solo habría bastado para matarla.

Este nuevo asesinato también ocurrió cerca de las 11:00 de la mañana. De nuevo los padres de los niños se encontraban fuera de casa y la hermana mayor estaba a cargo. María presenció el crimen y declaró ante el Juez que el autor había sido, otra vez, “un hombre negro y alto”, pero que no se trataba del mismo asesino.

Un público numeroso llegó a escuchar el testimonio de la adolescente, pero esta vez nadie admiró su “estoicismo”. Era perturbadora la impasibilidad con que narró los detalles del asesinato, sin derramar una lágrima.

La mañana de ese lunes 8 de enero ella y su hermanita estaban afuera del rancho cuando de pronto “un hombre negro, alto, mechudo, descalzo, vistiendo un pantalón azul y armado de una pistola y un machete se encontró con ellas”.

“Recordando la forma en que había muerto su hermano Santiago, días atrás, María corrió a la casa y armándose de un machete salió a defender a su hermana, pero el hombre le arrebató el arma y con ella descargó un golpe en la cabeza de María del Tránsito. Esta, al golpe no cayó”, relató el diario LA PRENSA el 10 de enero, reconstruyendo las declaraciones brindadas por la adolescente. “El hombre negro, entonces, le metió una botella en la boca a María del Tránsito, quien permaneció de pie a pesar de la herida mortal. Después de un pequeño rato el hombre le quitó la botella a su hermanita y esta cayó al suelo bañada en sangre”.

Después, dijo María, el hombre le siguió dando machetazos a la niña. Pero pocos le creyeron. Los tres médicos que estuvieron presentes durante la rendición de declaraciones empezaron a considerar la posibilidad de que se tratara de un caso de doble personalidad. Era posible, dijeron, que ella hubiera cometido los dos crímenes y culpara a una imaginaria tercera persona.

—¿Qué hacías mientras el hombre mataba a tu hermana? —preguntó el juez.

—Yo solo miraba, lo mismo que cuando el otro hombre mató a Santiago. María del Tránsito cayó a mis pies y me manchó de sangre —respondió María, y mostró su rodilla izquierda, cubierta por la sangre de su hermana.

—Pero el hombre algo te dijo —insistió el juez.

—Sí, me dijo que dentro de quince días venía por mí.

LA PRENSA/ Reproducción de Yury Salvatierra.

La confesión

Ocho días antes de matar a su hermana menor, María Granados tuvo una pesadilla. Se despertó en mitad de la noche y llegó hasta la cama de su madre, para avisarle: “Mamá, ahí está otra vez el hombre negro”. Después se acostó tranquila, embozándose. Pero doña Santos sintió miedo y encendió un fósforo para “ver si era cierto” que había un asesino dentro de su casa.

“Descubrí que era mentira, pero no sospeché que mi hija estuviera mal de la cabeza”, confesó después, cuando ya el segundo crimen estaba consumado y María se había declarado culpable. Ella siempre había actuado normalmente, dijo. “Es cierto que a veces era demasiado risueña y se reía de cualquier cosa, pero nada más”.

Tras brindar sus primeras declaraciones, María fue conducida a la cárcel. Al día siguiente cayó en una trampa del juez y acabó confesando su culpabilidad.

—Tu abuelita dice que ella te vio cuando matabas a María del Tránsito —mintió el funcionario.

—No me podía haber visto porque estaba de espaldas y es sorda —contestó la adolescente. Y el juez prosiguió:

—Pero es que tu abuelita te siguió y vio lo que hacías con tu hermanita.

Viéndose atrapada, María confesó sin la menor emoción:

—Sí, yo la maté.

—¿Por qué?

—Porque me dio coleriza. Estábamos jugando en la cama de mi tía. Mi abuelita nos regañó. En ese momento me entró la coleriza y salí con la Tanita para el otro rancho (la familia tenía dos). Allí fue cuando vi al hombre negro, entonces yo cogí el machete y con él le di al hombre hasta que cayó al suelo. Cuando volví en mis sentidos vi que no era el hombre, sino que había matado a la Tanita. Entonces me dieron ganas de llorar y le fui a decir a mi tía que un hombre negro había matado a mi hermanita.

—¿Por qué mentiste? —preguntó el juez.

—Porque si decía la verdad me iban a castigar.

—Pero viste al hombre negro…

—Sí lo vi, pero no era el mismo que mató a Santiaguito.

—Algo te debe haber dicho María del Tránsito antes de que la mataras.

—Sí —respondió María, impasible. —Cuando le di el primer machetazo me dijo: “Acabame de matar”. Entonces le di como cinco machetazos hasta que cayó al suelo.

—¿Qué te impulsó a cometer el crimen?

—Ya le dije. Me dio coleriza. Esas colerizas y mareos me dan desde que el hombre negro mató a Santiaguito. Pero a Santiaguito no lo maté yo, a la Tanita sí. Yo los quería mucho.

Una voz femenina se elevó entre los murmullos de los curiosos que llenaron el auditorio:

—¡Quémenla viva!

LA PRENSA/ Reproducción de Yury Salvatierra.

Dudas

Cuando los investigadores la llevaron al lugar de los crímenes, a unos ocho kilómetros de la ciudad de Matagalpa, María estaba sonriendo. Volvió a contar con lujo de detalles cómo había macheteado a María del Tránsito pero, cuantas veces se lo preguntaron, negó ser la asesina de Santiaguito.

Todo apuntaba, sin embargo, a que ella había cometido ambos crímenes. Al final la adolescente fue eximida de todo cargo y recluida en un sanatorio para enfermos mentales. Desde entonces ningún “hombre negro” volvió a sembrar el pánico en el pequeño valle de Waswalí.

La Prensa Domingo asesinatos crímenes Nicaragua

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