Ese niño que vivía de casa en casa, posando de un lado a otro ha consumado su sueño. Ese niño que veía como su mamá lo criaba solo junto a sus hermanos tras el abandono de su padre ha cruzado la meta. Ese niño que pelaba en la escuela por defender a su hermano gemelo ha visto como el fruto de sus puños le han dado un legado en este país. Ese niño que quería ser cantante o futbolista encontró en el boxeo la escalera al cielo. Ese niño que cuando creció y fue firmado por su ídolo: Oscar De La Hoya, debutó perdiendo cinco peleas en fila en Estados Unidos y vivió un calvario con la muerte de su hija de siete meses, miró la luz al final del túnel, su estrella en el horizonte. Y cuando nadie creía en él un espíritu inquebrantable lo acompañaba, ese mismo que cargado de hambre, fuego en los puños y sed de venganza consiguió destronar al campeón de las 130 libras: Andrew Cancio, y ganar por nocaut técnico en siete asaltos el título de la Asociación Mundial de Boxeo (AMB).
Cancio conocido como el Chango, trabajador de una estación de gas, parecía que en el rostro le había estallado un cilindro. La nariz rota, la ceja izquierda partida, cascadas de sangre sobre el cuerpo. Ya no sabía si estaba en el ring o en el purgatorio. Era lógico que tarde o temprano detuvieran el combate. Alvarado sabía que dejarse superar en algo podía ser demasiado y, a partir de sus convicción, elaboró su gesta. Siempre tenía la intensión en cada asalto a llegar a cualquier parte del cuerpo del Chango no importa cómo fuera y, cuando recibía castigo del campeón, parecía no ser un hombre, sino una piedra hecha a martillazos. Su mano derecha por encima de la izquierda de Cancio, sus condiciones físicas con baterías ilimitadas, su coraje para fajarse con un rival que pegaba más que él, quedarse en la corta distancia y saltar a las brasas cuando sentía el olor a sangre. Esa fue la pelea perfecta para un púgil imperfecto, que se sobrepuso a la izquierda que lo tambaleó en el quinto asalto para no repetir lo ocurrido hace cuatro años.
What. A. Fight. 👏#CancioAlvarado2 pic.twitter.com/zACBthsofG
— DAZN USA (@DAZN_USA) November 24, 2019
Las posibilidades del Gemelo se basaban en su capacidad de asimilar el golpeo de Cancio. Antes de marcharse a Indio, California le pregunté sobre qué sería lo diferente del combate en el cual fue noqueado cuatro años atrás y con mucha seguridad respondió: “Primero que yo ya no me podía recuperar en 126 libras por eso subí a130 libras, me faltó condición. Y ahora podré mantener un ritmo frenético durante toda la pelea tirando golpes sin pausas porque me entrené con el alma”. Y así fue. Además, de la determinación mostrada desde el primer asalto. El Gemelo impuso su mano derecha y plantó distancia con su jab.
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Cancio salió en el segundo asalto a tapar los baches dejado en el round anterior, pero se encontró con un peleador capaz de recibir la flechas del enemigo y tirar combinaciones automáticas. El nicaragüense volvió a dominar claramente siendo más efectivo y abrumador. El Chango empezó a jugar sucio golpeando en la calzoneta a Alvarado. En el tercero, Alvarado decidió estacionarse en la corta distancia. A pesar que guardando distancia hacia errar constantemente al campeón y descargaba con furia, decidió apretar la mandíbula y saltar a la lava volcánica. Cancio más tosco pero con más pegada tendría la oportunidad de conectar, sin embargo Alvarado aprovechó su volumen, velocidad y combinaciones largas para minarlo en todo el cuerpo. El monarca ya está jadeando, agotado, sintiendo que le está pasando un camión encima una y otra vez.
El Gemelo superó el trauma de la primera pelea cuando ganaba los primeros tres asaltos claramente y en el cuarto la izquierda de Cancio lo tambaleó y empezó a girar la reyerta hasta noquearlo en el octavo. Esta vez no solo era la mirada de cazador furtivo de Alvarado, era lo que emanaba de sí en todo momento: confianza. En el quinto supo asimilar esa izquierda que le aflojó las piernas, se repuso no solo para emparejar el asalto sino para ganarlo. En el sexto tomó un respiro y en el séptimo viendo a Cancio como un muerto andante, resignado a morir tomó las cosas con calma, era cuestión de tiempo para el desenlace. El réferi se dirigió a la esquina del aún campeón y vio que no estaba apto para seguir en el octavo, deteniendo el combate.
Ese niño cumplió la promesa a su hermano: ser gemelos campeones mundiales. Félix ya lo había conseguido en octubre de 2018. Ahora René lo logró homenajeando los 45 años de la victoria de Alexis Argüello sobre Rubén Olivares. Ahí mismo en California. Una noche para el recuerdo. La noche mágica de Alvarado llena de hambre, fuego y sed.