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Imagen de Blanca Centeno, productora agrícola y presidenta de la Cooperativa Mujeres en Acción/Cortesía Coordinadora de las Mujeres Rurales.

Las productoras rurales que luchan por el acceso a tierras y obtener así su independencia económica

De la “esposa del agricultor”, Blanca Centeno pasó a ser la agricultora. Ahora trata de ayudar a productoras rurales que no cuentan con sus propias tierras para sembrar y continúa su demanda para que el Estado garantice los derechos de las mujeres rurales

Hace 20 años, Blanca Centeno era conocida como la esposa de Victorino Montoya, un agricultor de la zona de San Juan de las Pencas, en el municipio de Chinandega, departamento del mismo nombre. Un día ella se cuestionó esto y decidió empezar a darle fuerza a su nombre y dedicarse a ser reconocida como productora y presidenta de la Cooperativa Mujeres en Acción, una Organización No Gubernamental que apoya a mujeres productoras rurales de la zona.

Centeno, hoy de 55 años, nació en una familia de agricultores y desde los 15 acompañaba a su padre en la producción de sus tierras, sin embargo asegura no haber recibido herencia de él, puesto que sus “ancestros consideraban que las mujeres debíamos dedicarnos a la casa, cuido de los chavalos y la reproducción de la familia, porque desperdiciamos la tierra”. Únicamente fueron sus hermanos varones quienes obtuvieron sus propias tierras para la siembra y cultivo.

Cuando conoció a su esposo le pidió que le prestara la mitad de las tierras que él tenía para ella sembrar, cosechar, vender y dividir la producción a mitades iguales con él. 20 años han pasado de eso y Centeno aún no pierde la esperanza de obtener sus propias parcelas para lograr “una producción más independiente”.

“Tengo como 20 años de ser ya agricultora, ahora me dedico a cultivar aquí en la tierra de mi esposo, ya no estoy como me decían antes, de ama de casa. Soy una agricultura, productora, siembro maíz, tengo mi huerto agroecológico, siembro frijoles, plátanos y hortalizas, pero son sembrados y cosechados en conjunto con mi esposo. La ganancia es a medias porque yo también produzco mi dinero, salgo a vender mis frutos al mercado o me vienen a comprar”, cuenta Centeno.

Blanca Centeno, productora agrícola y presidenta de la Cooperativa Mujeres en Acción/Cortesía Coordinadora de las Mujeres Rurales.

Esta historia es la misma de cientos de mujeres rurales en Nicaragua. Aunque Centeno cuenta con el apoyo de su esposo, quien respeta sus derechos individuales como mujer, asegura que no hay nada como la independencia económica. 

Para la directora de la Coordinadora de las Mujeres Rurales en Nicaragua, María Teresa Fernández, el papel que desempeña la mujer rural y campesina es desconocido por la sociedad. Según las Naciones Unidas, las mujeres rurales representan una cuarta parte de la población mundial y estas trabajan como agricultoras, asalariadas y empresarias. Sin embargo, menos del 20 por ciento de los propietarios de tierras en todo el mundo son mujeres.

Esta realidad la conocen muy bien las mujeres rurales nicaragüenses, quienes han luchado por el derecho a la tierra desde hace más de quince años. Las más de 35 miembros de la Cooperativa Mujeres en Acción se aliaron con la Coordinadora de las Mujeres Rurales para demandar, a través de manifestaciones, cartas y colectas, el derecho a la tierra. El 5 de mayo de 2010 lograron que la Asamblea Nacional aprobara la Ley 717 Creadora de un Fondo para Compra de Tierra con Equidad de Género para mujeres rurales.

Han pasado diez años de la aprobación pero el gobierno de Daniel Ortega no ha asignado los fondos para la implementación de esta, y en su lugar son las mujeres rurales y campesinas quienes se “juegan la vida por producir las tierras alquiladas, prestadas o compartidas”, dice Centeno, como ella misma hizo al prestarle a su marido un pedazo de sus propiedades.

Datos en Nicaragua escasos

Fernández destaca que sobre la situación de las mujeres rurales en Nicaragua no existen datos recientes, excepto por el cuarto censo agropecuario realizado en Nicaragua en 2011, que cifró en 60,983 mujeres y en 200,000 hombres los productores en el país en el país. “Ese 23% que da el censo agropecuario con esas más de 60,000 mujeres censadas, ya demuestra cómo persiste una gran brecha de desigualdad en el campo, censando a mayor cantidad de hombres y menor cantidad de mujeres, lo que significa que el Estado nicaragüense no ve con prioridad a las mujeres del campo, incluso por el hecho de no aplicar los fondos prometidos en la Ley 717”.

En Nicaragua, posicionarse como mujer productora le ha costado a Centeno y sus compañeras los señalamientos ofensivos de la comunidad, sin embargo tras años de esfuerzos y al ser notables los frutos de su trabajo, muchas de ellas han logrado convertirse en productoras reconocidas.

Blanca Centeno, productora agrícola y presidenta de la Cooperativa Mujeres en Acción en campañas por exigir los fondos prometidos por el Estados en la Ley 717/Cortesía Coordinadora de las Mujeres Rurales.

“Antes nosotras éramos 32 socias en la Cooperativa Mujeres en Acción, hoy somos 45, antes cuando nosotras salíamos a reuniones, capacitaciones y todo, muchas mujeres de la comunidad decían ‘mirá ahí van las vagas, que esas mujeres solo vagando viven’. Cuando nosotras nos dirigíamos a nuestras capacitaciones así nos decían muchas que hoy son nuestras compañeras de la coordinadora, pero hoy que estamos bien organizadas y tenemos un centro de agroindustria, en nuestra coordinadora tenemos una manzana de tierra que la Coordinadora de las Mujeres Rurales en Nicaragua nos ayudó a obtener para lograr nuestra producción”, asegura. 

Con los años estas mujeres obtuvieron el reconocimiento que no necesitaban pero que merecían. Ahora la comunidad se sorprende y celebra el crecimiento notorio que han tenido.

Préstamos de fondos, rentas excesivas y temor a robos

Para lograr sembrar, las productoras tienen que buscar soluciones alternas, ya que no cuentan con sus propias tierras. Fernández asegura que generalmente rentan parcelas, “pero en los últimos cinco años el acceso a tierra por la vía del préstamo se ha visto limitada, debido a que los ingenios han venido alquilando tierra, digamos ahora que los ingenios actúan de una manera perversa porque antes compraban la tierra y ahora la alquilan a estos mismos hombres que la reforma agraria les entregó la tierra, por cinco hasta diez años”.

Agrega que las mujeres deben rentar una manzana de tierra valorada en $300 dólares, pero el período de renta debe ser entre cinco y diez años, además deben realizar una siembra de monocultivo. Es decir las parcelas deben ser solo de maíz o caña de azúcar (en el caso de Chinandega), o solo de maní (para el caso de León), o plátanos, o ya sea yuca, pero se pagan esos $300 dólares de renta de la tierra, únicamente por lo que dura la cosecha del rubro. Fernández dice que estas condiciones son difíciles de cumplir.

“Este avance del monocultivo, principalmente la caña de azúcar y el maní ha venido a limitar que las mujeres tengan acceso a la tierra, principalmente por la vía del alquiler, entonces con todos los procesos de formación que han venido pasando, las mujeres han hecho una labor de sensibilización con maridos, suegros, hermanos, hijos, cuñados y hasta suegras (que son mínimas las que han heredado la tierra), siendo estos familiares quienes les prestan tierras para que siembren, que son pequeñas parcelas que no pasan a más de media manzana porque también estos familiares no tienen grandes extensiones y les prestan la tierra por todo el año y estas siembran durante todo el año de manera agroecológica en asocio con otras mujeres”, añade Fernández.

La directora de la Coordinadora de las Mujeres Rurales insiste que tampoco el Estado provee el acceso a créditos ni brinda la asistencia técnica necesaria. Y en lugar, son las cooperativas de mujeres que bajo el acceso a pequeños fondos apoyan a estas productoras a préstamos de tierras o fondos de crédito para que saquen adelante sus producciones.

Centeno, la productora chinandegana, agrega otro problema a la situación: los robos. “En su mayoría nos roban los plátanos, maíz, yuca, ayote y hortalizas, si no cuidamos la cosecha nosotras”.

Mujeres productoras, ya no amas de casa

El acceso a una tierra propia brinda a estas mujeres, además del sustento para mantener a sus familias, la oportunidad de obtener independencia económica de sus maridos y disminuir la brecha de desigualdad en el campo.

Para Centeno, el deseo de que la dejaran de llamar “la esposa de Montoya” o la ama de casa a la que la acostumbraron desde niña nace al querer su independencia económica. “Empezamos a ser mujeres productoras a raíz de las creaciones de cooperativas rurales, en las que yo decidí organizarme con mis compañeras, y trabajar por sí sola, no estar produciendo chavalos por así decirlo, no estar cuidando a mis chavalos o cuidando a mi marido. Hoy no, hoy soy una productora agrícola que trabajo mi huerta para no estar esperanzada a que mi esposo me esté dando dinero para poder comprarme algo”, asegura.

Su sueño ahora es que sus hijas e hijos sigan sus pasos y sientan el mismo amor por la tierra que ella siente. Constantemente ella le recuerda a su marido el compromiso de heredar por igual a sus hijas e hijos y permitir que las mujeres de la familia también se dediquen al cultivo y producción de la tierra. “La mujer rural representa hoy un lugar importante y destacable en la sociedad”.

El pasado 15 de octubre la mujer rural y campesina festejó su día internacional, algo que para Fernández no es más que un reconocimiento mundial que debería ser dado todos los días del año.

Nacionales campesinas mujeres rurales

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