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La comunidad Lamlaya, en Bilwi, Caribe Norte de Nicaragua, la gente clama por comida y denuncia que la ayuda que ha recibido el régimen orteguista no ha llegado a sus manos. LA PRENSA/JULIO ESTRADA

Lamlaya: “Nos sentimos como si no existimos”. Comunitarios denuncian que no han recibido ayuda

Lamlaya tiene un aspecto lúgubre. Los rostros de los habitantes lucen cansados, angustiados y hambrientos, quienes denuncian que la ayuda humanitaria que ha recibido el régimen no ha llegado a sus manos

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Al entrar a Lamlaya – tres kilómetros y medio al sur de Bilwi – uno va descendiendo lentamente en un terreno inclinado de pasto verde y suelo arcilloso que se ha vuelto un fango espeso que atrapa los pies en cada pisada. Lamlaya, como todas las zonas costeras del caribe nicaragüense, fue impactada por los huracanes Eta y Iota, con quince días de diferencia cada uno. Por eso aunque el sol empiece a calentar el lugar y el viento haya dado tregua, el muelle local sigue bajo el agua, las casas al borde de la playa inundadas y calles lavadas o enlodadas.

Lamlaya tiene un aspecto lúgubre que también se refleja en los rostros de los habitantes. Lucen cansados, angustiados y hambrientos. Unos perdieron totalmente sus pequeñas casas de madera, otros sufrieron daños  severos, y muchos están posando en casitas que lograron resistir -con afectaciones- la potencia de Iota. Lamlaya ya no es la costa hermosa desde donde se veía saltar delfines – lo que le dio su nombre antes que se construyera el muelle, ahora sumergido -, Lamlaya es otra escena triste de olvido, falta de recursos y abandono que dos huracanes terminaron de desnudar.

En un recorrido que realizó LA PRENSA por esa comunidad se constató que habitantes de la comunidad Wawa Bar se encuentran  allí porque tienen familiares que le han dado posada. Las casas son pequeñas pero la solidaridad es grande. Hacinados y repartiéndose lo que les queda de alimentos, se pasan el día lavando, limpiando, buscando qué más comer, mientras llega auxilio a la comunidad.

Una ciudadana compartió que en su vida había visto la potencia de un huracán, hasta con Iota. Tiene una pequeña casa “minifalda” – mitad concreto y mitad madera – en la cual nunca pensó que cabrían cinco familias, entre ellos niños. Ahora es el refugio de más de una docena de personas que llegaron a su puerta la noche de este lunes 16 de noviembre, cuando ya se empezaba a sentir la tempestad.

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Relató que uno de los momentos más angustiantes fue a las 9 de la noche cuando el ímpetu de los vientos mecía su vivienda. En ese momento, su hijo tocó la puerta de su casa y unos ocho hombres -vecinos que habían quedado cuidando sus casitas- aprovecharon para refugiarse también.

Este es el escenario que se repite en las comunidades de la Costa Caribe Norte de Nicaragua, donde la mayoría de las familias lo han perdido todo. LA PRENSA/JULIO ESTRADA

“Yo les di silla y yo me quedé orando en mi cuarto hasta las 11 (de la noche) cuando fue más fuerte (los vientos)”, compartió la pobladora, con la voz rota al recordar el momento.

Ayuda no ha llegado

Marlene Ibarra López, de 41 años de edad, vive sobre lo más alto de Lamlaya, a unos metros de la iglesia Morava, lugar que sirvió de albergue para los comunitarios. Dio gracias a Dios porque su casa quedó en pie, los vientos le arrebataron parte del zinc pero logró recuperarlo y lo ha vuelto a pegar.

Su preocupación – como la de todos – es que no tiene agua ni comida, y aunque donde ella vive no se inundó, ella reclama por las personas que sí perdieron todo y están anegados. Doña Marlene denunció que Elvis Denis Wilson, representante de la comunidad Lamlaya, se ha atrevido a expresar que su gente no tiene necesidad, aún cuando el escenario refleja hambre y destrucción.

“Ustedes pueden ver que todo está destruido y dice (Elvis Wilson) que nosotros no estamos afectados y no nos dan nada (…) nosotros pedimos al gobierno que nos ayude y apoye, yo he visto que traen zinc y comida pero aquí en la comunidad de Lamlaya nada, nos sentimos como si no existimos”, dijo doña Marlene.

A doña Marlene hoy le tocaba una reunión del colegio de uno de sus hijos para acordar si habrá promoción, pero refutó que nadie tiene dinero. “Con este tiempo quién va a hacer promoción sin dinero (…) Nosotros pedimos justicia porque necesitamos en verdad, si no necesitamos no estaríamos pidiendo”, enfatizó.

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Esta es la casa pastoral de la iglesia Morava, en Lamlaya, donde las familias se llevaron lo poco que tenían en sus casas. Los platos en limpio porque no han podido comer en estos últimos días. LA PRENSA/JULIO ESTRADA

Sin comida

En la comunidad, los líderes religiosos dispusieron el templo para albergar a la población, sin embargo -según los habitantes- las personas solo duraron dos días allí y se salieron porque querían conocer las condiciones en quedaron sus casas. Ir y “pescar” o escarbar entre el lodo algo de sus pertenencias, algún material que les sirva para erguir una choza, para darse abrigo, para comer.

Sin embargo, en la casa pastoral de la iglesia Morava, una estructura firme y de dos plantas, aún hay diez familias.  No tienen nada qué comer.

Doña Betty Wilson, de 59 años, se levanta de la silla con una de sus manos tocándose la espalda. No ha dormido bien. Cada noche ella junta dos bancas para simular una cama. No hay almohadas menos colchonetas. “Me duele la rabadilla, tengo problemas en la espalda, necesitamos colchón, comida (…) absolutamente no nos dan nada, no tenemos qué comer  ahorita”, expresó doña Wilson, quien dice que perdió toda su casita.

Más “abajo” de Lamlaya, se encuentra Claudia Kassandra McCobi, de 32 años. Nuevamente ha puesto su pequeña venta de “chiverías” para poder recoger dinerito. No tiene qué darle de comer a sus cuatro hijos. Tras tres días refugiada en una iglesia de la comunidad, volvió para retomar, de alguna manera, su vida “normal”. Es difícil.

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Los “pangueros” se mantiene atentos si los habitantes de Wawa Bar se movilizarán hacia esa comunidad. Según los pobladores, están cobrando 130 córdobas por persona. LA PRENSA/JULIO ESTRADA

Por la ubicación de su casa, la marea y los vientos se le llevaron todos sus enseres. Recuperó un poco de la mercadería pero nada es igual. “Yo tenía miedo porque tenía en manos a mis cuatro hijos y cualquier cosa pensé morir con mis niños”, declaró doña Claudia sobre el momento de escuchar los potentes vientos.

A tres días del paso de Iota, el presidente territorial de Lamlaya no da la cara. Este jueves apenas pudieron ver el carro donde se transportaba y lo detuvieron para exigirle comida pero la Policía lo resguardó, compartió doña Claudia.

“Hasta ahora no sabemos nada, no hay ninguna palabra, ni hay comida”, lamentó doña Claudia mientras lavaba un termo donde helaba los refrescos que vendía.

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