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Maradona, el genio que jugó como quiso y vivió como quiso

El balón parecía una extensión del cuerpo de Maradona, que en lugar de patearlo, lo acariciabo, mientras lograba goles de fina manufactura

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Maradona fue tan grande y a la vez tan pequeño que la admiración y el rechazo que generaba entre las multitudes crecía casi a la misma proporción. Podía hacer magia con un balón que parecía una extensión de su cuerpo y luego tornarse en una incongruencia de la peor calaña.

Jugó como quiso y vivió como quiso. Se excedió con el nivel de su juego, al extremo de desafiar al gran Pelé y sobrevivir al empuje del extraordinario Messi, pero no pudo trasladar su habilidad en la cancha a su vida fuera de los engramados, mientras saltaba de una dificultad a otra.

Aún así, su obra artística sobre el terreno de juego, impactando no solo a Argentina, sino al mundo entero, sobrepasa las contradicciones en su vida, fracturada por sus adicciones y escándalos que lo persiguieron todo el tiempo, situándolo a veces en la gloria y a veces en el infierno.

Aun cuando desde mucho antes había mostrado ese talento excepcional que lo llevaría al olimpo de forma invariable, Maradona logró su consagración planetaria en México 1986, cuando situó sobre sus hombros a Argentina y la hizo campeón del mundo, saltando sobre los favoritos.

En ese torneo tocó el cielo con su desempeño ante Inglaterra con dos goles geniales que pasaron a la posteridad: uno conocido como “la mano de Dios”, al saltar y cabezar la bola con la ayuda de su mano. El otro fue igualmente magistral, al burlar a volantes y defensores en una desenfrenada carrera antes de ejecutar el disparo.

En lugar de patear, parecía acariciar el balón y avanzaba zigzagueando, mientras los defensores se quedaban tendidos en el camino, engañados. Y luego, no anotaba los goles, los elaboraba con una técnica refinada que terminaba por ridiculizar a los arqueros que se volvían espectadores.

Y así pasó haciendo magia por el Barcelona antes de aterrizar en Nápoles, donde a un equipo de discreto impacto, lo convirtió en una fuerza resonante en la Serie A italiana y en Europa. Con ellos ganó la Copa de la UEFA y los dos únicos “scudettos” que ha coleccionado la institución.

Ahí, en esa ciudad del sur de Italia, es donde debe sentirse más su partida, luego de su natal Argentina. Igualmente ahí tuvo problemas fuera de la cancha, cuando lo quisieron vincular con la mafia italiana y también fue demandado por la madre de un hijo que no reconocía.

Nacido hace sesenta años en Lanús, en la periferia de Buenos Aires, Maradona fue mediocampista ofensivo, capaz de crear y definir. Solo necesitaba un balón para electrizar a las multitudes e irritar a sus oponentes, mientras encontraba siempre el ángulo preciso para perforar las redes.

Un jugador fuera de serie y una persona, como todos, con virtudes y defectos, pero que forma parte de la mitología popular, cuyos ídolos no se equivocan ni cuando se equivocan. Y hoy el mundo lamenta su muerte, porque este genio formaba parte de su patrimonio sentimental.

Su identificación con gobiernos de izquierda también le generó afecto y rechazo. Al final murió de un paro cardiorespiratorio, aunque su leyenda está más firme que nunca y su legado sobrevive a sus contradicciones fuera de las canchas, porque dentro de ellas fue un genio.

Edgard Rodríguez está en Twitter: @EdgardR

 

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