El muchacho está sentado en el dogout, callado, pensativo. Mira a la nada, mientras se aproxima la hora del encuentro. No suele ser el alma de las fiestas, ni siquiera asiste a ellas, tampoco es el centro de atracción entre sus compañeros del Tren del Norte, pasa desapercibido y si no fuera por sus actuaciones sobre la loma ni supieran que existe. Él es Jesús Garrido, un joven de 25 años, quien recibió una segunda oportunidad para vivir y jugar beisbol tras batallar contra el síndrome de Guillain–Barré. Su nombre suena cuando su mánager, Lenín Picota, lo llama para apagar el fuego del bateo de sus oponentes. Actualmente es el líder de la Liga Profesional con seis salvados y posee 11 partidos finalizados, de acuerdo con los datos oficiales.
Garrido repite constantemente su agradecimiento a Dios. Lo dice en cada respuesta como un reflejo que le dio un segundo soplo de vida cuando pasó de una silla de ruedas, viendo cómo su cuerpo se deterioraba y le era imposible moverse hasta “ser mejor de lo que era antes de la enfermedad”, según cuenta el propio pelotero. “La clave es Dios porque siempre está con nosotros”, responde al ser preguntado sobre el secreto de su buen desempeño. “Le he puesto mucho empeño en los entrenamientos y además he tenido muy buenos entrenadores como Vicente Padilla y Oswaldo Mairena. También Yader Roa me ayudó en mis inicios”, relata.
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Garrido tiene sangre fría en la colina, pero fuera de ella es tímido. Para la entrevista prefirió colocarse unas gafas de sol totalmente negras para cubrirse un poco el rostro. “Me considero un lanzador que posee un buen control, me gusta estar en la zona y lanzar bajito. La idea es estar concentrado para colocar el picheo donde deseo”, confiesa. Garrido posee todo tipo de lanzamientos. Bien puede soltar un sinker, una curva, una recta, un cambio o un split finger. “Sobre los lanzamientos no se trata solo que te los hayan enseñado, sino practicarlos hasta dominarlos y que haga lo vos querés, se trata de persistir hasta conseguirlo”.
Si Garrido es ambicioso lo es en silencio, en modo avión. “Mi meta es hacer lo mejor que pueda cada vez que entre a lanzar. El resto vendrá por añadidura como dice la palabra”. Curiosamente nunca perdió la fe de regresar a jugar cuando estaba en silla de ruedas y su cuerpo a nivel interno se destruía. “Yo nunca perdí la confianza y fe en Dios. Yo sabía que me iba a sanar y por eso estoy agradecido eternamente”.
Termina la entrevista y vuelve a su lugar en la banca del dogout, se quita los lentes y mira a la nada. Seguro se estaba concentrando porque cuando relevó más tarde a la hora del juego, mantuvo la diferencia de una carrera de su equipo con hombre en segunda, dominando a Cheslor Cuthbert.