Cada despertar nos impresiona con algo nuevo, o algo diferente. Esta impresión sensibilizadora ha despertado la conciencia de la realidad… ¡Existimos!
Este proceso intangible se realiza mediante la intervención de ese gran desconocido que llevamos dentro, el espíritu.
La espiritualidad en su interpretación más simple y a la vez más profunda, implica una relación con el Espíritu que ha soplado vida en el hombre y cómo toda relación va a manifestarse en la manera como cada quien responda al grado de cercanía con que decidamos vivir esa relación trascendental. Es ahí donde entra en juego la voluntad.
La espiritualidad existe y reside en el hombre, siendo su primer fruto, el agradecimiento, que a su vez es fuente de vida. Lo menos que podemos esperar de la racionalidad al aceptar la vida, es la gratitud. La materia no agradece, el espíritu sí.
Es usual cuando se habla del espíritu, contraponerlo con la materia, desatendiendo que se trata de una complementariedad; el espíritu es algo incorpóreo, inmaterial pero consustancial con la materia, comunicándole vida.
Estamos viviendo tiempos que se caracterizan no por un hombre o mujer precisamente materialista, sino por un ser desespiritualizado. El individuo materialista está centrado en lo externo, en lo que puede tocar, explicar por la ciencia, crea un mundo que está contenido dentro de la temporalidad, pequeños mundos que se extinguen. El hombre espiritual trasciende su existencia, “vive para vivir”, solamente el espíritu puede vivir lo desconocido, que en definitiva… “allí está”, pero que el materialista tiene que esperar toda la vida, para terminar no viéndolo… Su eslogan fue, “ver para creer” y en definitiva terminó no viendo. Un poco quizás la advertencia de Jesús… “ciegos, guiando a otros ciegos…”
El hombre 2021, centrado en buscar el “fin de las cosas en internet”, ahogado por la temporalidad que hace de la inmediatez uno de sus rasgos predominantes, está inmerso en esta crisis existencial de desespiritualización. Su caracterización no es precisamente apego por la materia que termina desdeñando y destruyendo, sino que se ha cortado las alas para remontarse y trascender su existencia, cree solamente en el ADN de la Bioquímica, incapaz de percatarse que su identidad se extiende más allá de los cromosomas, que está mediada por su espíritu.
Estoy hablando no precisamente de personas o pueblos y sociedades no creyentes, de personas que no rezan u oran ni practican algún culto o liturgia; sino de gentes incapaces de impresionarse ante el primer rayo de luz del alba, obstinadas hasta el cansancio, en querer explicar todo por la Física, la Biología y demás ciencias; personas que en el mejor de los casos se refieren al “sentido común” para dirimir sus dilemas, sin darse cuenta que el sentido común no es más que “el común sentido de la vida” y que ésta, no puede florecer sin el espíritu.
No es la concepción materialista de su realidad, es el “apocamiento” de espíritu por expresarlo así, lo que ocasiona la crisis existencial-confusional por la que pasa nuestra Humanidad.
Una Humanidad que no puede extraer de las crisis, las oportunidades que conllevan; es una Humanidad inepta, inerme, que está confundida, “babelizada” y sin aptitudes para desconfundirse. La confusión es síntoma cardinal que caracteriza a la desespiritualización.
Un signo claro de espiritualidad elevada es el “desprovisto”. Cristo entra en la historia y corazón de la Humanidad en el Pesebre, imagen insuperable del desprovisto. Este desprovisto sustenta desde su inicio la espiritualidad del Cristianismo, sobrecoge a la Humanidad a la adoración, expresión y respuesta ineludible de espiritualidad. Ese niño del Pesebre es el mismo Jesús que dijo: “No lleven alforja para el camino…” “No solo de pan vive el hombre…” El desprovisto no tiene nada, y lo posee todo.
El individuo y la sociedad “apocada” o carente de espíritu no sabe por dónde camina y menos hacia dónde va… está confundida.
En este orden de pensamiento, es relevante escribir cómo esta Pandemia 2020 encontró un mundo atolondrado, que se paralizó y comenzaron acusaciones con olor de confabulaciones conspirativas de un país a otro; competencias irracionales entre naciones en cuarentena con otras con concentraciones multitudinarias; líderes con mascarillas y otros sin ellas o usándola a conveniencia personal. Se desconoció la competencia de la Organización Mundial de la Salud (OMS) que declaró la enfermedad como Pandemia y en consecuencia sus normas debían ser admitidas en todas las ciudades del planeta.
Una sociedad que basa su seguridad en el aprovisionamiento febril, racionalizando el imprevisto a niveles histriónicos, con compras sobredimensionadas es una sociedad desespiritualizada, incapaz de entender el desprovisto y muchísimo menos que un Espíritu que ha tejido todo, es capaz de “escribir recto con líneas torcidas” es una humanidad cerrada al milagro y curiosamente “abobada” por la superstición y el esoterismo.
Una humanidad que usa la pandemia para engordar y que en ese mismo contexto según estadísticas, ha aumentado la violencia intrafamiliar, los divorcios, en una palabra la intolerancia a la convivencia, está espiritualmente desposeída. No ha sabido aprovechar la oportunidad para el “buceo interior”, el encuentro consigo mismo.
Es menester rehabilitar el espíritu mediante calistenias que induzcan no solo la oración, meditación, sino además de eso, el asombro por la naturaleza, por la belleza en sus variadas expresiones, la gratitud por la vida y hacia los “compañeros de viaje”.
Las vacunas podrán acabar con el Covid-19 (?)… la Pandemia de la desespiritualización requiere postración ante el Pesebre, una campaña de reespiritualización.
Las transformaciones las promueve el espíritu.
Iniciemos 2021 con esperanza de una Humanidad libre del virus y robustecida en su espíritu.
El autor es médico.