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Harold Rocha, experto en derecho internacional y miembro del Partido Demócrata de Estados Unidos. LA PRENSA/ Fairview Photo

Harold Rocha, asesor del Partido Demócrata: “La oposición nicaragüense tiene tres meses para lograr la unidad”

La comunidad internacional está clara de lo que hay que hacer y no necesita que en Nicaragua hayan más manifestaciones ciudadanas, asegura Harold Rocha, experto en derecho internacional y asesor del Partido Demócrata de Estados Unidos. Ahora la "pelota" está en manos de la oposición nicaragüense y el régimen de Daniel Ortega.

Nicaragua vive uno de los momentos más cruciales desde el estallido de la crisis en 2018. Hubo un cambio de administración en Estados Unidos y, por otro lado, el país se aproxima a unas elecciones presidenciales en las que, por el momento, muy pocos tienen fe.

En esta entrevista Harold Rocha, experto en derecho internacional y asesor del Partido Demócrata, analiza lo que Nicaragua puede esperar de la administración del presidente Joe Biden. Pero además expone lo que, a su juicio, está esperando la comunidad internacional de parte de la oposición nicaragüense.

Si en tres meses la unidad no se ha logrado, eso sería “catastrófico”, advierte.

¿Qué puede esperar Nicaragua de la administración de Joe Biden? O, mejor dicho, ¿qué puede esperar Daniel Ortega?

Habrá mucha presión para asegurarse de que la vía electoral sale adelante y que haya una transferencia pacífica y democrática del poder, sobre todo. Las políticas que se vienen implementando continuarán. Creo que habrá cambios en forma y en tono, pero no de fondo ni de contenido. Habrá bastante énfasis en la región porque Biden la conoce bastante bien. Va a preparar una agenda bastante ambiciosa para lograr un acercamiento mayor con la región que el que hemos visto en los últimos años. Mientras tanto los ojos están puestos sobre Nicaragua, sobre las reformas, sobre las condiciones habilitantes mínimas (para las elecciones). Si el Gobierno de Nicaragua no aprovecha eso, habrá perdido una enorme oportunidad.

¿Oportunidad de qué?

De poder asegurarse un cambio pacífico y legitimidad.

¿La oportunidad de irse por las buenas?

Exactamente. Aunque eso no impida más adelante que se den los procesos de justicia y de responsabilidades.

¿Si eso es irse por las buenas, qué sería irse por las malas?

(Ríe)… Es que eso está por verse. Pero todo lo que ocurrió a partir de abril de 2018 e incluso antes está bien documentado. Esas cosas seguirán su curso; pero hoy por hoy lo que se pide es la garantía de una transferencia pacífica del poder por la vía constitucional.

Cuando dice que habrá cambios de forma y de tono, ¿a qué se refiere?

A que la administración apuesta por la multilateralidad, por volver a participar en todos estos asuntos tomada de la mano con los organismos multilaterales y otros aliados; de manera que no solo sea Estados Unidos, sino que sean muchos y que haya consenso siempre. Hay un reconocimiento bastante marcado de que no vivimos en un mundo unipolar y que Estados Unidos no es el gran imperio. Es un poco extraño escuchar eso de “imperio”, porque es retórica de hace mucho tiempo. Ahora hay otros países que están surgiendo. La misma Unión Europea va para arriba y tiene incidencia en todos los ámbitos políticos y geoestratégicos. Esta administración estará muy consciente de eso.

En el caso particular de Ortega, ¿cómo aplica eso?

Con relación a Nicaragua, Estados Unidos ha seguido una estrategia multilateral siempre. Y la mejor prueba de eso es que se creó un grupo de trabajo en la OEA y fue ese grupo quien lideró todo el seguimiento que se ha dado. Creo que eso se mantendrá, pero será todavía más notable. Se intentará trabajar con los organismos multilaterales, con las organizaciones intragubernamentales, Naciones Unidas, etcétera, y buscar que sea una estrategia integral.

¿La llegada de Biden significará un trato más amable que el que sostenía Donald Trump hacia Ortega?

Sí, pero no hay que confundir esa amabilidad con debilidad. No lo es. Al igual que el ámbito doméstico nacional (de Estados Unidos), el presidente tiene una personalidad más abierta, más campechana, más directa. El expresidente tendía a ser un poco más impulsivo, confrontativo, antagonista.

¿Quiere decir que Biden no tendrá un discurso amenazante?

Probablemente no. Yo creo que él es una persona que parte del diálogo como el primer punto para buscar entendimientos y soluciones. Si él tiende puentes de diálogo, será con el objeto de buscar una salida amistosa y satisfactoria para todos; pero no con las intenciones, para nada, de ceder terreno o minimizar las expectativas o las condiciones para ciertas cosas.

El presidente Obama tuvo un comportamiento que se interpretó como más tolerante hacia las dictaduras de izquierda. ¿Podríamos esperar algo parecido?

Creo que hay lecciones que se aprendieron de eso. La intención era ver si ese espíritu de generosidad y de altruismo de alguna manera provocaba un cambio radical en el rumbo de las relaciones. Pero se sabe perfectamente que Estados Unidos mostró una apertura que no fue recíproca. Estados Unidos sí extendió la mano, tuvo muchos gestos, como la visita misma de un jefe de Estado a Cuba; pero Cuba no cedió en lo que Estados Unidos esperaba que cediera. Se han aprendido lecciones de eso y creo que no se va a repetir ni en Estados Unidos ni en la Unión Europea. Probablemente haya un nuevo acercamiento, pero será con condiciones bastante claras.

En el caso de Nicaragua, la pregunta que todo mundo se está haciendo es si van a seguir las sanciones.

No hay razones para pensar que las van a retirar o que no las van a aplicar si consideran que son necesarias. Pero no es la única herramienta de política exterior. Hay muchas otras. Cada país maneja, además de la estrategia multilateral, su agenda de política exterior bilateral. Se pueden esperar sanciones de Estados Unidos, claro. De la misma manera que se pueden esperar sanciones de la Unión Europea y los países miembros. Lo que pasa es que se puede esperar también que todas esas acciones sean coordinadas y consensuadas.

Si la oposición nicaragüense no logra organizarse estaríamos ante un escenario “catastrófico”, sostiene Harold Rocha. LA PRENSA/ Fairview Photo

Es que la administración de Donald Trump fue generosa en sanciones.

Así es. Y la evaluación que se hará ahora es si esas sanciones fueron eficaces, hasta qué punto lograron los objetivos. Ese es un debate que siempre está presente. Hay que asegurarse de que la sanción tiene un efecto. Si es solamente sancionar para ponerlo (al sancionado) en una lista y avergonzarlo ante los medios, por ejemplo, eso no resulta. Tiene que ir más allá.

Hay una percepción de que Estados Unidos ha ido muy lento, dando muchas concesiones al régimen de Ortega. Muchas personas quieren medidas más drásticas. ¿Se puede esperar algo así?

Hay una expectativa en ciertos grupos de que Estados Unidos será como en el siglo XX. Hay personas que hablan de los cascos azules o de que van a llegar los marines; pero el mundo ha cambiado y esas cosas ya no se contemplan para nada. Se tienen mecanismos de derecho internacional a partir de la segunda mitad del siglo XX y en el caso de nuestra región, tenemos un sistema interamericano, una Carta Democrática que rige eso. No hay razón para pensar que ningún país, llámese Estados Unidos, Canadá o Chile, va a saltárselo. Hay que pensar en términos de que Estados Unidos es parte de una comunidad internacional; que está apoyando y liderando hasta cierto punto, pero no con el propósito de dominar, sino de coadyuvar, porque a final de cuentas es un problema interno que tienen que resolver los nicaragüenses.

Ir a elecciones en noviembre de 2021 es una condición que ha solicitado Estados Unidos.

Se sabe que es la forma de lograr un cambio pacífico y constitucional. Los procesos electorales anteriores fueron reconocidos por la comunidad internacional, entonces no habría ahora ningún justificante en derecho internacional para decir, por ejemplo, “este gobierno tiene que salir y este tiene que entrar”. Esa es una potestad que corresponde al pueblo nicaragüense. Lo que Estados Unidos hace es buscar la forma en que no haya ninguna interrupción o quebrantamiento del marco jurídico internacional, de tal forma que la transición sea legítima, pacífica y lo más simple posible.

Pero sabemos que hasta el momento no hay ninguna garantía para las elecciones. ¿Qué sucedería en el caso de que se cometa el fraude que muchos están esperando?

Entonces cada país de la comunidad internacional evaluará si reconoce esos resultados o no. Pero también los organismos multilaterales e intragubernamentales. Si no se cumplen las garantías mínimas, si no se dan las reformas que garanticen cierta independencia del Consejo Supremo Electoral, será imposible reconocer esas elecciones. Y ahí sí, el gobierno que salga de eso, si sale uno, será ilegítimo. Habrá que ver qué grado de ilegitimidad y, sobre todo, qué consecuencias habrá. El énfasis ahora es asegurarse de que ese proceso de reformas se cumpla de aquí a mayo, porque se necesitan seis meses para implementarlas. Si no están para entonces, será muy difícil que las elecciones de noviembre cuenten con el reconocimiento tanto de los nicaragüenses como de la comunidad internacional.

¿Qué pasaría si consideran ilegítimo al gobierno de Ortega? ¿No sería otro Nicolás Maduro?

Probablemente sí. Es el espejo en que nos vemos. Se le cerraría la financiación multilateral, la cooperación externa de otros países, etcétera, etcétera. Sería un problema enorme para el gobierno y para el pueblo nicaragüense. Es el incentivo para asegurarse de que la hoja de ruta que tenemos se pueda lograr. El reto es que haya voluntad política.

Los hechos apuntan a que no la hay.

Ese es el temor.

¿Y si en mayo no se han cumplido esas condiciones mínimas?

Habrá que ver qué harán la OEA y la comunidad internacional. Si eso no está en pie, no puede haber nadie que pueda certificar nada. Habrá que ver si para entonces ya se puede empezar a hablar de un proceso de deslegitimación del gobierno. De momento no se puede hacer nada porque las condiciones todavía son viables y factibles.

Pareciera que el país va caminando sin freno hacia el escenario de Venezuela.

Es el temor de varios analistas, que piensan que una venezolanización del conflicto nicaragüense sería terrible. Maduro estuvo a punto de salir de la OEA y hoy por hoy hay un problema de reconocimiento del gobierno de Guaidó, porque caducó su mandato y las elecciones que debieron haber arreglado eso fueron ilegítimas. Eso crea un conflicto enorme para la comunidad internacional. Pero, una vez más, la solución tiene que ser interna. Hay que buscar la forma de ejercer presión a lo interno, ayudados por la presión externa.

¿Qué pueden hacer los nicaragüenses?

Tenemos que reconocer que somos un país con independencia desde hace doscientos años. Un país libre, soberano e independiente y que, por tanto, tiene que regir su propio destino.

¿Pero a qué se refiere con presionar desde adentro?

Sobre todo buscar unidad. Ese es el desafío más grande. Ahí está el antecedente de 1990, que sigue siendo válido. Lo de 1990 no hubiese sido viable si no hubiese habido una unidad tan sólida como la hubo con la UNO. La otra cosa es que no tenemos demasiado tiempo. Tenemos tres meses para lograr esa unidad y el acuerdo para las reformas mínimas y condiciones habilitantes.

¿Qué va a pasar si en tres meses el gobierno no ha hecho reformas, pero la oposición tampoco se ha unido?

Sería un conflicto bastante complicado a nivel externo, porque se está esperando que la oposición esté a la altura de las circunstancias y que ponga todo de su parte para que los cambios sean factibles. En ese caso, no se podrá decir que el Gobierno es más culpable que la oposición.

¿Qué ocurrirá si en tres meses aquí todo sigue igual?

Ahí es donde el incentivo que tiene la comunidad internacional para presionar se debilita, porque aunque se presionara al Gobierno, no habría una oposición que pueda cumplir con sus obligaciones. Sería catastrófico y hay que evitarlo a toda costa.

Tres meses es poco tiempo…

Así es… Así es. Lo único es que no partimos desde cero. La oposición ha estado trabajando más coordinadamente, por lo menos en teoría, después de 2018.

Si la oposición logra aglutinarse en torno a una fórmula presidencial, pero el régimen la inhibe, ¿eso sería diferente?

Claro, porque ahí es donde se da lugar a por lo menos empezar a hablar del reconocimiento de un gobierno alterno. Un gobierno de transición. Ahí sí se puede; antes de eso, no. Si la oposición no cumple con las expectativas de unidad y coordinación y antepone proyectos personales y de partido al proyecto de nación, entonces la culpa de que las elecciones no den los resultados esperados no será solamente de la parte que no quiso pactar las reformas. El mensaje tiene que ser claro: ahorita la oposición tiene una oportunidad de oro y hay que aprovecharla.

Muchas personas consideran que ir a elecciones sería ser cómplice de la dictadura.

Es una postura un poquito problemática porque sin esa salida electoral, la única otra salida sería inconstitucional e impediría el reconocimiento internacional. El ejemplo más claro es lo que ocurrió en Honduras, en 2009.

¿Podríamos ver durante la administración de Biden medidas que no se contemplaron en la de Trump?

Se habla mucho de revisar la Nica Act; puede haber medidas conocidas como “diplomacia suave”. Por ejemplo, apoyos u oposición a créditos en los organismos multilaterales. Hay mucho que se puede hacer. No solamente sanciones.

Respecto a lo que mencionaba antes: que la presión debe ser primordialmente interna, ¿la comunidad internacional está esperando más manifestaciones de parte de la ciudadanía nicaragüense?

No. El problema está bastante bien analizado, los desafíos son claros. Lo que hay que buscar ahora es esa unidad política y asegurarnos de que la oposición cumple con las expectativas que han sido depositadas en ella.

¿O sea que la pelota está en manos de la oposición política?

Estratégicamente sí; pero también en manos del Gobierno para cumplir con lo que dice la resolución.

¿Entonces no tendrían ningún efecto nuevas manifestaciones ciudadanas?

Se entiende que son circunstancias muy complicadas, que son actividades peligrosas. El activismo se puede dar de otra forma, pero ese activismo no es necesario para la comunidad internacional que está bastante clara de lo que hay que hacer. Tampoco creo que sea necesario ni para la oposición ni para el Gobierno de Nicaragua. Todos saben exactamente lo que hay que hacer.

Plano personal

  • Harold Rocha es abogado y docente universitario de derecho internacional y derecho mercantil. Nació en Managua y fue formado por los jesuitas del Colegio Centro América. Es doctor en Derecho y máster en Leyes por la Universidad de Wisconsin-Madison.
    • Ha colaborado con el Partido Demócrata desde 1988, exceptuando la campaña presidencial de 2004, porque para entonces estaba radicado en Madrid.
    • Su colaboración ha consistido, sobre todo, en asesorías, manteniendo contacto con “personas que coordinan la interacción con la comunidad latina y temas de comercio y política exterior”.
    • En 2020 participó en la organización de la Convención Demócrata, cuando su ciudad, Milwaukee, en el estado de Wisconsin, fue seleccionada para ese fin. También colaboró en la coordinación del voto latino.
    • Ha sido docente en facultades de Derecho de universidades en España y Chile, con cursos en derecho europeo y derecho mercantil estadounidense.
    • Trabaja activamente dentro de la diáspora nicaragüense en función de que Nicaragua pueda llegar a ser un país democrático.
    • Vive en pareja y no tiene hijos. Le gusta escuchar música y toca el piano y la guitarra clásica.
    • Le gusta leer sobre filosofía y teoría política y seguir las noticias en la televisión.
    • No practica deportes, pero disfruta de ver partidos de futbol, beisbol, basquetbol y futbol americano.

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