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Antigua estación del tren en Managua. Muchos managuas la primera vez que vieron el tren dijeron que eso era “cosa del diablo”. LA PRENSA/ CORTESÍA/ IHNCA

Así era Managua cuando fue declarada capital hace casi 170 años

Un pequeño pueblo de pescadores, sin escuelas, sin grandes casas, sin catedral, pero favorecido por las aguas de un lago se convirtió el 5 de febrero de 1852 en la capital de la República de Nicaragua, hace casi 170 años

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Cuando los primeros rayos de sol desvanecían la oscuridad de la madrugada, ya Managua estaba despierta. Los pescadores se adentraban muy temprano en las aguas del lago en las canoas o piraguas que construían con los grandes árboles que abundaban en las afueras del poblado. Era 1852 y no existían anzuelos como los de ahora, sino que llevaban consigo saetas en forma de tridentes con huesos ajustados en las puntas.

Era Managua en ese entonces un pequeño poblado que se extendía a lo largo del cuerpo de agua que desde tiempos precolombinos le ha dado su razón de ser. El caserío no pasaba, en el oeste, más allá del barrio San Sebastián, el cual existe hasta hoy. Y al este, del barrio Santo Domingo, aunque en ese entonces no existía la iglesia del mismo nombre.

Para dar una idea de lo reducido del poblado, el cementerio de San Pedro ubicado al sur de lo que era Managua en ese año, hoy en desuso y que está cerca de Plaza Inter, sería fundado hasta en 1866 y se consideraba que estaba fuera de la localidad.

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Lejos de tener las fastuosas casas coloniales de Granada, y pese a no contar siquiera con escuelas, al contrario de León que tenía hasta universidad, ni las catedrales de esas dos ciudades, aún así en ese año Managua fue proclamada capital de la República de Nicaragua, un 5 de febrero de ese año 1852. Y eso que no había cumplido los seis años de haber pasado de villa a ciudad, hecho ocurrido el 24 de julio de 1846.

La gente vivía de la caza y de la pesca, primitivamente. Mientras una parte de los hombres pescaba sardinas, principal plato en los hogares de los managuas, otro grupo salía a cazar en los alrededores de la aldea. Ya a partir de la laguna de Tiscapa todo era monte y estaba infestado de venados. Aunque también había tigrillos y coyotes, que de vez en cuando penetraban al caserío y atemorizaban a los pobladores.

El lago de Managua a veces se secaba y era posible ir a pie por la costa hasta Chiltepe, señalan los historiares. LA PRENSA/ CORTESÍA/ IHNCA

Así lo afirman autores como Heliodoro Cuadra, Gratus Halftermeyer y muchos otros académicos quienes se dedicaron a recoger testimonios de pobladores de Managua de esa época, así como a compilar escritos de vieja data sobre cómo era Managua en las épocas precolombina, colonial y posterior a la independencia de España.

Por aquel tiempo fue también cuando empezó a desarrollarse la caficultura en las Sierras de Managua, lo cual ayudó al progreso económico de la recién nacida capital.

Los managuas

Si Managua despertaba en la madrugada, a las 8:00 de la noche ya estaba dormida. En parte porque había que levantarse temprano al día siguiente. Pero principalmente porque eran aquellos días de mucha superstición.
La mayoría de la población vivía sumida en la ignorancia. No había ni una escuela. Eso llegaría hasta casi 20 años después y ahí destacaría un hijo insigne de Managua, el maestro Gabriel Morales, quien llevó una vida apostólica enseñando a los demás.

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La gente se acostaba temprano no porque no existiera la luz, pues desde tiempos de la colonia las autoridades ya habían encomendado que en la parte de afuera de cada casa fuera colocada una luminaria, que en esencia era una vela de sebo colocada dentro de una linterna de forma rectangular, cuyos cuatro lados estaban cubiertos por un pellejo de vejiga de res, explican los historiadores. Las luminarias de queroseno no llegarían sino hasta 1872. Y la luz eléctrica hasta en 1902.

Una de las luminarias con candela de sebo que iluminaba la Managua de mediados del siglo XIX. Al fondo también se ve la casa donde se inauguró el gobierno binario de Tomás Martínez y Máximo Jérez. LA PRENSA/ REPRODUCCIÓN/ TOMADA DEL LIBRO 100 AÑOS DE MANAGUA

Los managuas también se acostaban temprano porque la mayoría de ellos creían en los espantos. Los ancianos hablaban bastante de aparecidos o ánimas del purgatorio, chanchas brujas, monas que manoseaban a la gente para dejarlas dundas, la cegua, la carreta nahua, el cadejo…, eran un sinnúmero de sustos. Según Heliodoro Cuadra, eso era herencia de los indígenas de tiempos de la colonia, quienes “creían en el diablo como que era el mismo Dios”. Entre los indígenas de la época colonial, aún en 1852, abundaban los brujos y las brujas.

Cuando en Managua comenzó a funcionar el tren que iba hacia Masaya, en 1885, los pobladores decían que “eso del tren era cosa del diablo”.

Si de medicina se trataba, ocurría algo parecido. Enfermedades no las conocían, sino que únicamente se quejaban de cólicos, mal aire, calentura y, principalmente, “maleficios”, que eran el azote de entonces.

Médicos no había, sino que cada quien se curaba solo, únicamente atendiendo los consejos de los curanderos, muchos de ellos muy inteligentes a la hora de dar un diagnóstico.

Casa de una bruja en la Managua del siglo XIX. LA PRENSA/ REPRODUCCIÓN/ TOMADA DEL LIBRO 100 AÑOS DE MANAGUA

En cuanto a medicinas, la gente recurría a las hierbas. Había una para cada mal. Los prodigios de las pócimas y los santos remedios.

De acuerdo con el libro Cien años de vida de Managua, los habitantes de mediados del siglo XIX hacían cuatro tiempos de comida en el día. Y comían bien porque todo era barato. El precio de la carne, por ejemplo, era botado. “Hacían merienda a las 6:00 de la mañana; el almuerzo a las 10:00; la comida a las 4:00 de la tarde y la cena antes de acostarse. Este tiempo (cena) era frugal y consistía en una refacción de pinol cocido (tibio) con pan”, dice el texto.

El libro también explica que “la cotona fue traje usual de los varones autóctonos y la camisa emperingonada el de las mujeres”. Fue hasta finales del siglo XIX que empezó a lucirse la leva entre los managuas, especialmente de los que tenían recursos.

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Por las tardes, la gente solía sentarse en las afueras de sus casas, recostadas a la pared o al pilar esquinero, en un taburete forrado en cuero. En la boca de los hombres casi siempre había un chilcagre.

El lago

Todas las mañanas se veía a hombres y mujeres acarreando agua del lago de Managua hacia sus casas. Los pobres al hombro y los más pudientes con cántaros que iban colgados en bestias.

Cuando llegaba la época de la pesca, se levantaban enramadas olorosas a sardina sobre la costa, en la que se instalaban los pescadores. Esa costumbre se perdió hasta que empezó a verterse aguas negras sobre el cuerpo de agua.

El lago era la vida y lo había sido desde siempre. Desde que Managua era uno de los principales poblados indígenas de Nicaragua. El cronista de indias Fernández de Oviedo lo plasmó en uno de sus escritos, afirmando que tenía 40 mil habitantes cuando los españoles descubrieron la comunidad.

Managua
El lago le da vida a la ciudad de Managua y le favorece una espectacular vista. LA PRENSA/ ARCHIVO

Del lago sacaban los peces que comían y que también comercializaban a otros pueblos del país.

Todo quedaba cerca del lago. A 100 varas del mismo estaba la antigua iglesia parroquial de Santiago, que se ubicaba exactamente donde hoy están las ruinas de la catedral vieja de Managua. El poblado se extendía unos dos kilómetros a la orilla del lago.

Los historiadores comentan que cubiertas por el agua del lago se encuentran vestigios de lo que fue la Managua de 1852, como las pilas donde se extraía el añil, que era el producto que los managuas exportaban incluso a otros países de Centroamérica. También estarían los cimientos del templo de Veracruz.

Choza de dos pisos en que habitaban los indígenas de Managua en el siglo XIX. LA PRENSA/ REPRODUCCIÓN/ TOMADA DEL LIBRO 100 AÑOS DE MANAGUA

La aldea

La mayoría de las casas estaban hechas de paja, separadas entre sí por un largo trecho y todas se iluminaban con candelas de sebo pues aún no conocían el queroseno, o gas como le llamaron. Las paredes eran de carrizo o de trozos partidos de guarumo y las puertas de algunas viviendas eran de cuero.

Los patios de las casas eran extensos y llenos de árboles, cercados algunos por hileras de piñuelares. Solares les llamaban. A veces, para cortar camino, los pobladores se desviaban de las vías principales y cruzaban por los solares para llegar más rápido a sus destinos.

Las viviendas carecían de excusados y para hacer sus necesidades fisiológicas las personas tenían que ir al monte, generalmente cerca de los propios patios o solares, donde el zacate crecía alto.

Así era la avenida Bolívar cuando Managua fue declarada capital de Nicaragua. Año de 1852. LA PRENSA/ CORTESÍA/ TOMADA DEL LIBRO MANAGUA 1852-1952

Las calles de tierra eran torcidas. En un libro sobre el centenario de Managua se explica que un agrimensor español, de apellido Hinojosa, se encargó de medir a su antojo las manzanas de tierras de Managua. Unas tenían 100 varas y otras más de 125. Después, los siguientes agrimensores siguieron el errado método de medición y eso explicaría el desorden en las calles y avenidas de la ciudad hasta hoy.

Los principales barrios de la Managua de 1852 eran La Parroquia, San Antonio, San Miguel, Candelaria, Santo Domingo, San Sebastián, El Nísperal, San Pedro y La Bolsa.

De acuerdo con los historiadores, existía una muy fuerte rivalidad entre los pobladores del barrio San Antonio, “toñeños”, y los de Santo Domingo, “santodomingueños”.

“Ambos bandos se daban verdaderas batallas campales a pedradas, batiéndose a veces al arma blanca, haciendo correr la sangre a torrentes. Era una rivalidad que se mostraba en todas las actividades del individuo; el deporte, el trabajo, el arte, la cultura y la valentía en cualquier acto en ejecución”, describen los autores Salomón Barahona y César Vivas en el libro Managua 1852-1952.

La capital

Ya convertida en capital, Managua comenzó a desarrollarse primero de la mano de la caficultura. Los primeros gobiernos después de la guerra nacional, incentivaron el cultivo del café premiando a quienes lograran metas de cosecha.

Durante los 30 años de gobiernos conservadores, se lograron ciertos avances, como la educación pública, la creación de la biblioteca nacional, el funcionamiento del ferrocarril y del telégrafo, el alumbrado público, entre otras obras de progreso.

Templo de San Antonio destruido por el terremoto de 1931. LA PRENSA/ REPRODUCCIÓN/ TOMADA DEL LIBRO 100 AÑOS DE MANAGUA

Con el régimen de José Santos Zelaya también hubo avances como la implementación de la energía eléctrica.
Managua fue creciendo pero el terremoto de 1931 la destruyó. Desde entonces cambió totalmente la configuración de la ciudad. Aunque todavía hay ciertos rasgos de la misma que dan una idea de cómo era la Managua de 1852, cuando fue declarada capital de la República de Nicaragua.

Santiago y Santo Domingo

En 1852 los managuas celebraban a su patrono Santiago, especialmente en el barrio San Antonio.

Las fiestas se preparaban ocho o 10 días antes. Un grupo de indios, formando con pitos y tambores un ruido “infernal”, iban por las calles anunciando que las fiestas de Santiago se acercaban y que a los tamboreros les debían de dar aguardiente chicha de coyol.

Santiago era el patrono de Managua desde 1819, cuando el rey español Fernando VII elevó la aldea a villa y le puso “leal” en reconocimiento a que los managuas no se habían unido a las revueltas de 1811 y 1812 en contra de la corona española y a favor de la independencia. El monarca le llamó Leal Villa de Santiago de Managua e impuso a ese santo como patrono.

Parroquia de Santiago, que estaba donde hoy se ubican las ruinas de la catedral vieja de Managua. LA PRENSA/ CORTESÍA/ IHNCA

El ya fallecido historiador Roberto Sánchez explicaba que tal vez los managuas adoptaron posteriormente a Santo Domingo porque procedía de la voluntad del pueblo, aunque la iglesia católica sigue reconociendo oficialmente a Santiago.

Las fiestas a Santo Domingo empezaron cuando Managua ya era capital.

Entre León y Granada

Managua no era cualquier poblado antes de que llegaran los españoles, quienes fueron los que fundaron Granada y León, específicamente Francisco Hernández de Córdoba.

Los reyes de España, inmediatamente se descubrió al poblado de Managua, repartieron las tierras entre los indígenas, implantando la propiedad privada, pero los indígenas, debido a las pestes, abandonaron esas tierras, las cuales después fueron acaparadas por terratenientes. De esa manera Managua, como efecto de la colonización, perdió nivel.

Familia indígena de Managua en camino, en el siglo XIX. LA PRENSA/ REPRODUCCIÓN/ TOMADA DEL LIBRO 100 AÑOS DE MANAGUA

Tras la fundación de Granada y León, con esta última llegando a ser la primera capital de Nicaragua, comenzó una rivalidad entre ambas que se acentuó tras la independencia de España, cuando ambas competían por ser la capital de la república. León era la capital, pero los funcionarios de gobierno preferían vivir en Granada, huyendo del calor de León.

La capital a veces estaba en León, otras veces en Granada y en muchas ocasiones también en Masaya. Era un conflicto de nunca acabar.

Como una manera de encontrar la paz, y como la ubicación de Managua era estratégica, entre las dos ciudades coloniales, las autoridades del país decidieron nombrar a Managua capital de Nicaragua el 5 de febrero de 1852.

La Prensa Domingo capital Granada Managua Nicaragua

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