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Ometepe: vivir en zozobra

Vigilados y asediados: así fue como la represión cambió la vida de Ometepe

Desde hace un año nada es lo mismo en Ometepe. Desconocidos patrullan vigilantes en moto la isla, y algunos vecinos se dedican a delatar ante la Policía cualquier actitud política sospechosa

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Desde hace un año nada es lo mismo en Ometepe. Desconocidos patrullan vigilantes en moto la isla, y algunos vecinos se dedican a delatar ante la Policía cualquier actitud política sospechosa. Todos tienen miedo. Todos se siente vigilados e inseguros.

En la cama de un pequeño cuarto hecho de ladrillos de barro yace un hombre de 70 años muerto en vida. El brazo derecho le tiembla ocasionalmente. No puede moverse, está desnutrido y apenas logra balbucear cuando quiere explicarle que se siente mal a su hermana Esmérita Rodríguez, de 68 años, quien desde hace meses está dedicada a su cuido.

Hasta antes de abril de 2020 Justo Emilio Rodríguez López era alegre y bromista. Trabajaba en la agricultura y habitaba en la comunidad Esquipulas en la isla de Ometepe. Nunca se casó ni tuvo hijos, pero sí tenía muchos amigos y conocidos. Su vida cambió dramáticamente cuando la Policía se lo llevó preso el 20 de abril del 2020, sin que don Justo haya hecho algo para merecer tal suerte.

Doña Esmérita Rodríguez muestra una fotografía de don Justo antes de la golpiza que recibió en el Sistema Penitenciario. Oscar Navarrete/ LA PRENSA.

Nadie le ha sabido explicar a doña Esmérita cómo fue que su hermano terminó en ese estado. Sabe que recibió una golpiza mientras estuvo en el Sistema Penitenciario, pero no cómo sucedió y por qué le hicieron eso a su hermano, un hombre que no se metía con nadie. Tampoco sus compañeros excarcelados saben cómo fue que lo golpearon porque estaban en celdas diferentes. Ni siquiera el jefe de La Modelo, el alcaide Edwin Blandón, supo explicarle cuando la llevó en una camioneta del penal al hospital Lenín Fonseca para encontrar a su hermano así, muerto en vida. En vez de explicaciones, el alcaide le ofreció dinero. “Solo lléveme donde mi hermano”, lo rechazó.

Don Justo fue capturado por la Policía hace un año cuando detuvieron varios ciudadanos que celebraban el segundo aniversario de las protestas que sacudieron al régimen de Daniel Ortega en 2018. Lo cierto es que don Justo ni siquiera participaba en las protestas, dice su hermana. Él iba caminando para su trabajo a eso de las siete de la mañana cuando un contingente de antimotines desembocó al final de la calle polvosa por donde iba. Tiraron gases lacrimógenos y dispararon “balas de verdad, de las que matan” relata un señor que estuvo en la comunidad ese día. Los pobladores corrían por el efecto de los gases, niños cargados en brazos de sus madres o abuelas, hasta las gallinas, cerdos y perros escapaban.

A don Justo lo agarraron y lo montaron a una patrulla, junto a sus vecinos Juana Estela López, y Engel y Yubrank, los dos de apellido Mora. Más tarde, en Moyogalpa fue detenida la mujer transgénero Celia Cruz y a todos, el juez séptimo del distrito del crimen Melvin Vargas, los declaró culpables por el delito de obstrucción de funciones. A Cruz también la señalaron como culpable por el delito de secuestro extorsivo agravado en contra del policía Noel Reyes.

Seis meses después, doña Esmérita cuenta que la llegaron a traer del Sistema Penitenciario para que fuera a ver a su hermano que estaba grave en el hospital y fue el médico que la atendió el que le dijo que todo parecía indicar que su hermano sufrió una golpiza en la cárcel.

Desde entonces la vida de don Justo ya no es la misma, y tampoco en la isla ni en la comunidad de Esquipulas. “Desde ese día todo es bien triste ahora en el pueblo”, dice hoy una señora que tiene más de 50 años viviendo en la comunidad de don Justo, ubicada a cuatro kilómetros de la ciudad de Moyogalpa.

Don Justo Rodríguez está solo bajo el cuidado de su hermana Esmérita Rodríguez de 68 años. Oscar Navarrete/ LA PRENSA.

Isleños vigilados

Actualmente en las calles no se ven policías, pero lo que sí hay son personas armadas en motocicletas rondando y vigilando, además de “la sapa de la esquina” que cada vez que llega alguien desconocido al parque, llama a la policía, dice una vecina del lugar.

Los habitantes de la comunidad no le conocen bien el nombre, pero sí le reconocen la influencia que tiene. La describen como una mujer cuarentona, morena y gruñona. “Es nefasta esa señora” dice otro vecino, que antes de la arremetida que hizo la Policía en la comunidad hace un año, recuerda que el parque era bien alegre, con chavalos jugando fútbol, de vez en cuando se dormían bajo los frescos árboles de chilamate que dan sombra a las banquitas pintadas de diferentes colores, o bien como punto de reunión para encuentros donde el principal motivo eran el alcohol y un par de limones.

La vida en la isla de Ometepe empieza temprano. Antes de las seis de la mañana los agricultores salen a trabajar el campo en las faldas del imponente volcán Concepción. Todo el día y parte de la noche golpea un calor húmedo, pero en la madrugada hace frío. Los pobladores se mueven en motocicleta o bicicleta y en toda la isla hay varios cuadros para jugar béisbol que en su momento fueron utilizados por antimotines para asentarse y vigilar a los pobladores desde ahí.

El parque de Esquipulas está pavimentado, pero ahí ya nadie juega. Solamente se ve movimiento los domingos cuando los comunitarios asisten a la iglesia que está frente al parque. En ese mismo lugar, varios antimotines se quedaron por semanas para vigilar a la comunidad después de que se llevaron presos a don Justo y los demás vecinos.

En las ciudades de Moyogalpa y Altagracia hubo protestas contra Daniel Ortega en 2018. Iniciaron con el rechazo a la reforma de la ley de seguridad social y cuando se conoció de los primeros fallecidos, los isleños se unieron al clamor nacional que exigía justicia y demandaba la renuncia de la pareja presidencial. En Altagracia, la casa de campaña del Frente Sandinista fue incendiada y actualmente no quedan ni los escombros, solo el terreno vacío en una esquina frente al parque central de la ciudad.

Por las mañanas no se nota la presencia de la Policía, pero en la noche la patrulla 1081 del Servicio de Emergencia Policial ronda las calles de Moyogalpa vigilando que nadie se atreva a desafiar el poder del Frente Sandinista en la isla una vez más.

Casi no hay turistas. Una señora dueña de un hostal comenta que “lo que más abundaba eran los cheles (extranjeros)” pero ahora la mayoría de los visitantes son nacionales. Lo mismo dice el empresario turístico y exalcalde de Altagracia, Alcides Flores. “Trabajamos como por amor al arte” y calcula que desde el estallido de la crisis política los visitantes e ingresos en su negocio se han reducido en más del 50%.

Casi nadie visita el parque de Esquipulas después de la embestida policial del 2020. Oscar Navarrete/ LA PRENSA.

La mayoría de pobladores son pobres y se dedican a la agricultura o la pesca, aunque esta última “es mal pagada” dice un hombre mientras desenreda los pescados saltones que saca con su red al final de la tarde. Tiene que llenar al menos cinco baldes para poder obtener una ganancia de poco más de cien córdobas.

Antes del estallido social, sandinistas y opositores, en su mayoría liberales, convivían sin problemas, pero ahora la isla está fracturada en dos bandos al igual que gran parte del país, entre los que defienden a Daniel Ortega y los que lo repudian. La vigilancia ya estaba desde el estallido social en 2018, pero se recrudeció dos años después, el mismo día en que fue detenido don Justo.

Borrachos protestaron

Jean Carlos, Edwin, Yubrank, todos de apellido Mora, y Engel López Mora son cuatro primos agricultores que estaban bebiendo guaro en el parquecito de Esquipulas a las nueve de la noche del 19 de abril del 2020, día del segundo aniversario del inicio de la rebelión contra Daniel Ortega, y en el país se percibía la esencia de las protestas. A nivel nacional los opositores realizaron pintas en rechazo a la administración sandinista y alguien que andaba haciendo eso mismo en la isla de Ometepe les dio a los jóvenes una bandera azul y blanco.

En medio de la borrachera, los jóvenes se pusieron a ondear la bandera y una mujer sandinista vecina del parque sale a regañar a los muchachos que ni caso le hacen por los efectos del aguardiente. Minutos después, una patrulla policial llegó al lugar y de manera violenta detuvo a los cuatro jóvenes.

Después de golpearlos, la policía los tiró contra el suelo, esposó a dos ellos y los subieron a la tina de la patrulla, pero en lo que está arrancando la camioneta, Engel y Yubrank se tiraron del vehículo. El agente Noel Reyes trató de agarrarlos, pero no pudo, cayó al suelo junto con los jóvenes y ahí se partió la boca. Sus compañeros lo dejaron y la patrulla se perdió en la oscuridad de la carretera.

Los pobladores enardecidos al ver que habían golpeado a los muchachos y se llevaron a dos de ellos, querían linchar al policía. Lo amarraron, lo golpearon y querían hacer un intercambio, el policía por los dos muchachos detenidos, pero a Yuri Valle, el jefe de la Policía de Rivas no le importó y al amanecer del 20 de abril ordenó una represión brutal en el pueblo.

Fueron casa por casa buscando al policía Noel Reyes y a los jóvenes Engel y Yubrank que se les escaparon. En eso andaba la policía cuando desembocaron en la calle polvosa por donde iba don Justo para su trabajo y lo detuvieron.

Los cuatro primos pasaron un año en la cárcel por alzar la bandera de Nicaragua en medio de su borrachera. “Desde que cayeron (la Policía) empezaron a golpearnos”, relata Edwin, recientemente excarcelado junto a sus primos quienes por temor a ser encarcelados nuevamente prefieren no contar su versión de la historia.

Justo Rodríguez y Juana Estela López fueron liberados a finales del 2020, mientras que el resto el pasado 25 de abril. Edwin tiene 24 años y ya volvió a su oficio de agricultor, aunque lo hace con un suéter y gorra para taparse del sol porque le molesta mucho. “Usted sabe. Nos daban veinte minutos de sol cada quince días y ahora de un solo. No resiste el cuerpo”, se justifica.

La policía ronda las casas de los excarcelados y se mantienen vigilados por los vecinos sandinistas de la zona. Algunos como Jean Carlos Mora confiesan su temor de brindar declaraciones. Es visible el orificio en su boca que dejaron las tres piezas dentales que perdió cuando fue golpeado durante el año que estuvo detenido.

El excarcelado de la isla de Ometepe, Edwin Mora. Oscar Navarrete/ LA PRENSA.

Cuando llegaron a El Chipote les dijeron que “si nos portábamos bien ellos se iban a portar bien con nosotros pero que, si les faltábamos el respeto, nos iban a maltratar”, dice Edwin quien fue testigo de los golpes que iba recibiendo don Justo durante todo el camino en la tina de la patrulla.

Pasaron 15 días en Auxilio Judicial y luego los trasladaron a La Modelo. Los metieron en celdas distintas y en una ocasión se armó una trifulca entre reos comunes y vincularon a Edwin como parte de uno de los revoltosos. El joven cuenta que los llevaron a una oficina, los golpearon, mientras que a Edwin y otro reo los querían obligar a defecar ahí en la oficina frente a los demás.

“Yo les dije que no tenía nada que ver, que yo no era de esa pandilla. Que andaba por otras cuestiones, pero parece que se ofendieron y me agarraron del pescuezo. Uno de ellos me dijo que donde me mirara en la calle me iba a pegar un balazo en la frente”, narra Edwin.

Hace una semana Edwin volvió a Ometepe tras ser excarcelado. Encontró su comunidad diferente, con mayor presencia de motorizados desconocidos y con temor entre los pobladores de involucrarse en actividades opositoras.

A don Justo ni le iba ni le venía la política antes, y tampoco ahora dice doña Esmérita, el problema es que por asuntos políticos es que está inválido a pesar de que él no se haya involucrado en nada.

El hombre se alimenta solamente con líquidos y usa pampers. “El doctor nos dijo que tiene demasiado deshidratada sus tripitas, que venía como un bebé”, explica su hermana Esmérita, quien lo encontró inconsciente e intubado en el hospital. El doctor le explicó que había tenido una embolia cerebral producto de mala alimentación y golpes fuertes en su cabeza, por lo que tuvieron que operarle el cerebro de inmediato porque tenía coágulos de sangre que podían ser malignos.

Doña Esmérita también se dio cuenta que tiene 50 puntadas entre la espalda baja y las nalgas y que hasta la fecha no sabe qué fue lo que le hicieron ahí. Los jóvenes que fueron detenidos con don Justo le comentaron a doña Esmérita que los policías le dejaron caer la llanta de repuesto de la patrulla a don Justo sobre su pecho y lo agarraron a patadas, por lo que tiene una lesión en el corazón. También padece de anemia crónica y semanalmente doña Esmérita tiene que conseguir 900 córdobas para inyectarle dos medicamentos llamados eritroproyetina y cromatonbic.

Hace unas dos semanas se cayó de la cama y con el poco dinero que tenía doña Esmérita le dio a hacer una baranda para que no vuelva a caerse.

La Prensa Domingo Justo Rodríguez Nicaragua Ometepe

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