14
días
han pasado desde el robo de nuestras instalaciones. No nos rendimos, seguimos comprometidos con informarte.
SUSCRIBITE PARA QUE PODAMOS SEGUIR INFORMANDO.

El río Coco en la zona de Ocotal, Nuevo Segovia. La extracción de arena está prohibida, pero la gente igual la extrae, sin que nadie haga nada para evitarlo. LA PRENSA/ Oscar Navarrete

El ocaso del río Coco: despale y riego aceleran su sequía

El río Coco fue nombrado por la Unesco como Geoparque Mundial en julio de 2020, convirtiéndose en el único de Centroamérica con esta categoría. Pero el despale de su cuenca, la extracción del agua para las actividades agropecuarias y la contaminación amenazan con exterminarlo.

Contenido Exclusivo CONTENIDO EXCLUSIVO.

Al río Coco le quedan unos diez años de vida si no se toman las medidas para salvarlo, han advertido ambientalistas nicaragüenses. El despale a lo largo y ancho de su cuenca y la extracción de agua para riego de sembradíos son algunas de las causas de su sequía.

El río Coco, también conocido como Segovia y Wangki, fluye por el sureste de Honduras y el noreste de Nicaragua. Es el más grande de Centroamérica, con una longitud de 680 kilómetros y una cuenca de 24,767 kilómetros cuadrados.

Se forma de la confluencia del río Comalí, en la localidad hondureña de San Marcos de Colón, y el Tapacalí, en el municipio de San José de Cusmapa, departamento de Madriz, en Nicaragua.

Para constatar la situación actual del Coco, un equipo periodístico recorrió parte de la ribera del río Tapacalí, uno de sus nacientes, y de otros afluentes en la Cordillera de Dipilto y Jalapa. El panorama es aterrador. El despale se percibe a simple vista y los motores succionan el agua del río para regar plantíos de tabaco, café y hortalizas.

En Nueva Segovia, particularmente en Jalapa, las quebradas y riachuelos que alimentan al río Coco languidecen poco a poco, y ya parecen viejos caminos arenosos y empedrados.

El Grupo Ambientalista Mogotón ha denunciado que, en lugar de atender esta problemática, las autoridades nicaragüenses han facilitado el despale al suspender la veda y dar paso a planes de manejo forestal para el aprovechamiento de los pinares.

Ya en mayo de 2019, Agustín Moreira, del Observatorio de Fenómenos Naturales (Ofena) señalaba que el 90 por ciento de la ribera del río Coco estaba destruida y solo fluía el 10 por ciento del caudal. Ese mismo año Jaime Incer Barquero, científico y ambientalista nicaragüense, denunció que las quemas, el despale y la destrucción de los pinares en Nueva Segovia y Madriz estaban provocando la sequía del río.

Pero en 2021 la situación ha empeorado. Algunos afluentes del Coco parecen cauces recubiertos de hojarasca seca, piedras y arena, pese a que hace seis meses hubo una recarga tras el paso de los huracanes Eta e Iota.

El nacimiento del río Tapacalí, que recorre los municipios de Somoto, San Lucas, Las Sabanas y San José de Cusmapa hasta su confluencia con el Comalí, cada vez se ubica más río abajo. Cerro arriba va quedando un cauce de arena y enormes rocas.

Así está el río Limón, uno de los afluentes del Coco. LA PRENSA/ Oscar Navarrete

Indígenas afectados

Para llegar al sitio del nacimiento del Tapacalí se debe caminar al menos una hora desde San José de Cusmapa, el municipio más elevado de Nicaragua, con 1,288 metros sobre el nivel del mar, y ubicado a 248 kilómetros de Managua.

El presidente interino de la Comunidad Indígena Chorotega de San José de Cusmapa, Reynerio Vanegas, recuerda que entre 2015 y 2016 ocurrió una gran sequía que afectó al río Tapacalí y con ello a la población indígena. “El río casi se secó”, afirma. Desde entonces, el río agoniza y su naciente continúa seriamente afectada por el despale, la contaminación y la erosión.

Según Vanegas, a medida que el río va desplazándose por el territorio su caudal aumenta. Pero reconoce que el despale y la contaminación han impactado la cuenca del río.

Hace muchos años la gente pescaba en el río, pero ahora solo les han quedado los recuerdos, lamenta. A medida que el río se ha secado han desaparecido algunas especies. “Ahora ya no se conoce el caracol, no se hayan los cangrejos tampoco”.

El río Tacapalí, en el municipio de San José de Cusmapa, uno de los nacientes del río Coco. LA PRENSA/ Oscar Navarrete

Sin bosques no hay ríos

El despale incontrolable de los bosques de pino en la Cordillera de Dipilto y Jalapa para el comercio de madera lícita e ilícita, los monocultivos cafetaleros y tabacaleros, así como la expansión ganadera dejan en la indefensión las quebradas y ríos que alimentan al río Coco.

“El río Tapacalí está muriendo producto de los despales en las zonas de recarga hídrica”, afirma Hazly Tourniel, conservacionista del Grupo Mogotón. Y explica que la deforestación tiene un efecto dominó, ya que da lugar a la expansión agrícola y a la contaminación del agua debido al uso de agroquímicos.

Desde hace más de dos años, el Grupo Mogotón ha hecho denuncias constantes sobre el despale indiscriminado en Dipilto y Jalapa, pero no hay autoridad que los escuche. “Hay falta de control de las instituciones de Marena e Inafor en la zona, corrupción en las oficinas de medio ambiente de las alcaldías y una clara evidencia de la existencia de una mafia maderera que se respalda en la aparente legalidad para extraer la madera”, sostiene Tourniel.

Para respaldar sus denuncias, el Grupo Mogotón realiza un monitoreo de carretera en la zona norte de Nicaragua y ha logrado identificar que el tráfico de madera ocurre generalmente los fines de semana o durante la noche, en camiones sin placas.

El Observatorio de la Segovias identificó que, solo en el mes de marzo, diariamente unos 600 metros cúbicos de madera de pino eran sacados en camiones desde la Cordillera Dipilto y Jalapa.

La ambientalista Rosario Sáenz, de la Fundación Nicaragüense para el Desarrollo Sostenible (Fundenic), explica que para conservar el río Coco es necesario detener y frenar la desforestación de los pinares a como dé lugar. Estos bosques son productores de agua y retienen los suelos.

“El despale está incidiendo de manera determinante en que no existan los flujos de agua que antes tenía el río Coco. Si vamos a Ocotal, hay un puente grande, ahí el cauce del río mide como 200 metros, pero es un hilito que hay de agua”, sostiene.

Otro problema, agrega, es la sedimentación en el río Coco, algo que ocurre en el sector de la comunidad de San Antonio, Mozonte. “A una semana de haber pasado el huracán Iota, el río ya no tenía agua porque se ha sedimentado tanto, le ha caído tanta tierra, tanta materia orgánica, que el río ya no corre por encima, probablemente se infiltra”.

En Jalapa hay mas de doce aserraderos donde procesan las tucas de árboles, que salen en forma de reglas o tablas. LA PRENSA/ Oscar Navarrete

Despale a la vista, pero…

Andrea Aguilar, de 77 años, habita en la comunidad Macaralí, Jalapa, Nueva Segovia. Su casa está ubicada a la orilla de la quebrada Macaralí y desde el patio se observa el despale en la propiedad vecina. La madera en rollo está apilada a la espera de ser trasladada.

Despales como este son parte de los planes de aprovechamiento forestal autorizados por el Instituto Nacional Forestal (Inafor) y avalados por el Ministerio del Ambiente y Recursos Naturales (Marena). Para miembros del Grupo Mogotón, estos planes legalizan el saqueo de los bosques con el aval del Gobierno, ya que el control es escaso.

En la medida que una persona se adentra a la cordillera de Dipilto y Jalapa puede escuchar las motosierras exterminando los bosques de pino. Esta situación no es ajena para quienes habitan en las comunidades. El despale está a simple vista, al punto de que se percibe como algo “normal”.

“El corte de pino es un trabajo normal. Cada uno tiene que trabajar y pasar su vida”, opina Aguilar. Ella cree que el despale no le afecta, aunque con el tiempo ha observado que la quebrada se ha achicado.

La quebrada de Macaralí desemboca en el río Poteca que a su vez es afluente del Coco. El despale está a menos de cien metros de la quebrada, pese a que el artículo 96 de la Ley 620, Ley General de Aguas Nacionales, prohíbe “la tala o corte de árboles o plantas de cualquier especie, que se encuentren dentro de un área de doscientos metros a partir de las riberas de los ríos, costas de lagos y lagunas a fin de proteger el recurso hídrico existente”.

Además, se establecen hasta cinco años de prisión para quien incurra en este delito ambiental. Pero en Macaralí esta y otras leyes son papel mojado.

Los camiones cargados con madera en rollo circulan libremente por trochas y carreteras durante la noche, fines de semana y en días de asueto o vacaciones, pese a que la ley forestal lo prohíbe.

Según estadísticas del Inafor, en 2020 se registró la tala legal de 14,500 metros cúbicos de madera de pino en rollo. Esta institución estima un tráfico ilegal de al menos 10,000 metros cúbicos.

Se solicitó al Inafor y al Marena información sobre los planes de manejo forestal en Nueva Segovia y Madriz, pero hasta la fecha no se ha obtenido respuesta, lo que constituye una violación a la Ley 621, Ley de acceso a la información pública.

El ambientalista Bayardo Sánchez. LA PRENSA/ Oscar Navarrete

“Culpables todos”

Para el ambientalista Bayardo Sánchez, líder comunal y directivo de los Comités de Agua Potable y Saneamiento (CAPS) en el municipio de Jalapa, el despale y la contaminación de las aguas son los principales daños ambientales en el departamento de Nueva Segovia.

En el despale, hasta integrantes de los CAPS están involucrados, sostiene Sánchez. “Aquí somos culpables todos. A veces ellos mismos (integrantes de los CAPS) tienen las motosierras, despalan las fuentes de agua, dan el mal ejemplo”. Sánchez señala que han presentado las denuncias ante las autoridades ambientales, pero no pasa nada.

El ambientalista recuerda con tristeza que todavía en 1995, en la zona había más de 40,000 hectáreas de bosque. Ahora la madera ya no es sacada solo en tucas, también aserrada. En Jalapa han prosperado incluso los aserríos portátiles y han logrado identificar al menos once aserríos, aunque dice desconocer quiénes son sus dueños.

“Hay que ser honestos todos los gobiernos, de cualquier lado, han explotado demasiado del medio ambiente”, expresa. En un inicio, los planes de manejo fueron otorgados para aprovechar los pinares afectados por el “el gorgojo”, pero eso ha sido utilizado como excusa para la tala pareja e indiscriminada de los bosques, manifiesta.

Ambientalistas solos

Las organizaciones ambientales parecen ser las únicas preocupadas por el despale y la consecuente sequía de las fuentes de agua. Su denuncia es persistente: “Los bosques están siendo aniquilados por el comercio de madera y el cambio de uso de suelo para el cultivo de café y tabaco, poniendo en riesgo la capacidad de producción de agua de la cuenca que abastece a las poblaciones”.

En los últimos meses la situación es más alarmante. Como no hay autoridad que atienda sus denuncias han recurrido a las redes sociales para denunciar el despale en sus comunidades. Muchas veces, lo hacen de forma anónima por el miedo a la represión.

Rosario Sáenz afirma que las autoridades nacionales “no han querido recibir las cartas, recursos legales y denuncias por el tráfico legal de madera”.

Las pruebas están a la vista, pero las autoridades locales y ambientales prefieren no verlas, sostienen defensores del medio ambiente.

Sáenz recuerda que a finales de 2020 comunitarios de Los Arados, Mozonte, denunciaron en redes sociales el incremento del despale y mostraron la cantidad de árboles derribados, a solo un mes de que la zona fue azotada la zona por los huracanes Eta e Iota. En lo que va de 2021, los reportes de despales han continuado en todos los municipios de Nueva Segovia.

El 5 de enero de 2021, las autoridades del Marena y el Inafor anunciaron como meta para este período la aprobación de 120,000 metros cúbicos de extracción de bosque natural que, a criterio de Rosario Sáenz, implicará una extracción real de cerca de 200,000 metros cúbicos o más y una enorme pérdida para el bosque natural.

A lo anterior, se suma la decisión política del gobierno de Daniel Ortega de continuar el despale en las Serranías tras emitir el decreto presidencial 02-2021, del 15 de enero, mediante el cual suspende la veda de los pinares, incluidos los que están en áreas protegidas, colocando, una vez más, a los bosques de pino en completa indefensión, dice Sáenz.

Durante años, ambientalistas de Mozonte, Dipilto, San Fernando y Jalapa y de los demás municipios de Nueva Segovia han exigido a las autoridades ambientales y locales que detengan a las empresas madereras que se amparan en “planes de manejo forestal y planes de saneamiento” para deforestar; pero siguen esperando que les apliquen todo el peso de la Ley.

Supervisión solo para los pobladores

Al recorrer los caminos rurales de Nueva Segovia se observan los troncos de pino, suplantados por sembradíos de café y tabaco, principalmente. La población justifica que son las únicas fuentes de empleo en la zona, aunque eso signifique la degradación ambiental.

Claudia Guerrero, habitante de la comunidad de Los Harados, asegura que en una ocasión, como comunidad tomaron acciones para parar los camiones y llamar la atención de las autoridades. “Se logró reunir al Marena, Inafor, Alcaldía y a la misma Policía, donde se acordaron los deberes y derechos, pero al final no se cumplieron, los permisos se siguieron dando”.

La comunidad volvió a reunirse en el perímetro donde pasan los camiones. “Nos echaron la Policía y nos amenazaron que, si nos volvíamos a reunir allí, nos iban a echar presos”, cuenta.

Reynerio Vanegas, presidente de la Comunidad Indígena de San José de Cusmapa, dice que han perdido el control de sus tierras ancestrales, ya que las alcaldías han dejado de reconocerlos como indígenas, y con ello, desconocen su derecho sobre la tierra ancestral. Las alcaldías ceden los bosques, los finqueros invaden la montaña. Sus luchas, dice Vanegas, no tienen éxito porque se enfrentan al poder político, empresarial y económico.

Un motociclista sobre lo que fue la quebrada Los Pocitos. LA PRENSA/ Oscar Navarrete

Efectos en la población

La directora de Fundenic, Rosario Sáenz, realizó recientemente un análisis de la situación que sufren las poblaciones en el norte de Nicaragua a causa de los despales. “El aprovechamiento no sostenible de los recursos forestales, de los bosques de pino, particularmente en el área protegida ‘Serranía Dipilto-Jalapa’, con una extensión de 32,555 hectáreas en el departamento de Nueva Segovia (…), tiene como consecuencia que las fuentes de agua superficiales sufran disminución en sus caudales, hasta secarse”, explica.

Esta situación “dificulta el acceso a agua potable para 250,000 de los 269,900 habitantes, perjudicando la forma de vida y las actividades productivas de las que depende la economía de este departamento”.

La Prensa Domingo Medio ambiente Nueva Segovia Río Coco

Puede interesarte

×

El contenido de LA PRENSA es el resultado de mucho esfuerzo. Te invitamos a compartirlo y así contribuís a mantener vivo el periodismo independiente en Nicaragua.

Comparte nuestro enlace:

Si aún no sos suscriptor, te invitamos a suscribirte aquí