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El trato a la mujer mide el nivel de humanidad

Este 25 de noviembre se ha  conmemorado una vez más el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer. Es una conmemoración que se viene haciendo desde 1999, cuando fue instituida por la Asamblea General de las Naciones Unidas a fin de hacer esfuerzos globales  para erradicar o por lo menos reducir  esta lacra humana y social que afecta a toda la humanidad.

La persistencia de la violencia contra la mujer es mundial, en unos países más que en otros. Y aunque la educación y el progreso cultural son las mejores herramientas para combatirla, sigue practicándose aún en los países con  niveles educativos y culturales más altos que los demás. 

En Nicaragua, según la información  que ha dado a conocer el organismo social Católicas por el Derecho a Decidir, en los primeros ocho meses del presente año 42 mujeres murieron a consecuencia de la violencia de género. Del uno de enero al primero de octubre 66 mujeres y niñas fueron víctimas de feminicidio y otras 85 escaparon de ser  asesinadas.  

A eso hay que agregar el también lamentable dato de que 14 mujeres están encarceladas en condición de presas políticas y de conciencia. Dos de ellas tienen casa por cárcel, pero como sea, privarlas de su libertad sin haber cometido delito, solo por sus ideas y actividades políticas es también violencia contra la mujer.

Es de reconocimiento internacional que el régimen actual de Nicaragua ha promovido significativamente el acceso de la mujer a las actividades de Estado. El país ocupa uno de los primeros lugares en el ranking mundial de participación de mujeres en el desempeño de los cargos públicos, ejecutivos y representativos.

Pero no es suficiente. Y aunque la violencia contra la mujer es un problema eminentemente social y cultural, el Estado debe estar a la cabeza en los esfuerzos para erradicarla, o disminuirla sustancialmente. Los poderes públicos  tienen que ejecutar programas eficaces para motivar el respeto social y la consideración del hombre hacia la mujer, y viceversa. Así como en las familias, las organizaciones sociales y los ámbitos laborales, se debe discutir de manera reiterada la necesidad de luchar contra la nefasta violencia de género.

Claro que esto es fácil decirlo y muy difícil hacerlo. Pero la verdad es que solo actuando de manera consistente y perseverante se puede avanzar en este campo de particular sensibilidad humana y social.

La violencia es condenable en cualquiera de sus diversas formas. Pero la violencia contra la mujer es particularmente abominable y su erradicación es un reto que deben enfrentar y resolver la sociedad y el Estado. Es una cuestión de sanidad social pero también de dignidad, pues como ha dicho el papa Francisco, las mujeres son fuente de vida y el trato hacia ellas mide el nivel de humanidad. 

Editorial Católicas por el Derecho a decidir violencia
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