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Incluidos y excluidos en la Cumbre Democrática

En estos días, 9 y 10 de diciembre, se lleva a cabo la Cumbre Democrática que ha sido convocada por el gobierno de los Estados Unidos (EE.UU.) y personalmente por el presidente Biden.

Para participar en esta Cumbre Democrática, que por la pandemia es en línea, fueron invitados los gobernantes de 110 países de todos los continentes. Todos son considerados básicamente como democracias, aunque entre ellos hay diferencias en grados de desarrollo y consistencia de sus sistemas democráticos.

El propósito de esta singular cumbre política mundial, dicen funcionarios y observadores estadounidenses, es enfrentar “la crisis que representa el declive de la democracia alrededor del mundo, inclusive para modelos relativamente sólidos como Estados Unidos.” Este país históricamente considerado como una democracia ejemplar, entró el año pasado en la lista de “democracias en retroceso” debido a la aventura autoritaria del gobierno de Donald Trump que puso a prueba y sacudió las instituciones y el sistema de valores democráticos estadunidenses.

Considerando que la corrupción extendida en el mundo es un caldo de cultivo de las acciones y amenazas contra la democracia, se espera que el presidente de EE.UU. proponga importantes medidas para enfrentarla y combatirla. Específicamente se habla de castigar eficazmente a la represión antidemocrática que se ha intensificado en algunos países, al crimen organizado y los graves abusos que de más en más se cometen contra los derechos humanos.”

Al parecer, por estar gravemente infestados por la corrupción no fueron invitados a participar en la Cumbre Democrática algunos gobernantes surgidos de elecciones libres, que es una de las condiciones esenciales de la democracia.  Son los casos de Honduras, El Salvador y Guatemala. Tampoco fue invitado el de Nicaragua, que no es reconocido como una democracia. Pero es que la legitimidad electoral no es la única condición de la democracia, también son indispensables el Estado de derecho, la justicia independiente y el debido proceso, la transparencia en el ejercicio del poder y el respeto pleno a los derechos democráticos y humanos.

La Cumbre Democrática podría –o mejor dicho debería– conducir a la redefinición y recomposición del sistema de las relaciones internacionales, que data de mediados del siglo pasado al finalizar la Segunda Guerra Mundial. Este sistema metió dentro del mismo saco de la Organización de Naciones Unidas (ONU), a países libres y Estados totalitarios, a democracias impecables o en desarrollo y satrapías revolucionarias.

La colaboración entre las naciones y el multilateralismo no deberían fundarse solo en los intereses económicos y comerciales. También y sobre todo deben cimentarse en valores compartidos que para las democracias solo pueden ser la libertad, la rendición de cuentas de los gobernantes, la vigencia de las garantías políticas democráticas y el respeto incondicional a los derechos humanos.

Además, las democracias no deberían subsidiar a las dictaduras. Los Estados democráticos tienen que separarse de los regímenes autoritarios. Coexistir pacíficamente, pero sin mezclarse en organismos comunes que promueven promiscuidad política y socavan la ética de la democracia y la libertad.

Editorial Estados Unidos
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