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El matrimonio de Adolfo y Magda terminó en los juzgados y ahora está en disputa la repartición de bienes. LA PRENSA/ ARTE/ LUIS GONZÁLEZ

El matrimonio en el que él era “amo de casa” y ella tenía tres trabajos 

Hoy están divorciados y ella anda alquilando. Él debe vender una casa para darle 36 mil dólares a ella, de lo contrario podría caer preso

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En Ciudad Jardín hay una casa en venta. Al dueño debería urgirle que se venda. Si no lo hace, podría caer preso. Pero eso parece que no le importa mucho, porque le puso un precio que no es para cualquiera: 250 mil dólares. Y eso que ya está rebajado.

Tiene nueve meses “queriendo” venderla y no ha podido. Si no lo hace de aquí a junio de este año 2022, podría verse tras las rejas.

El protagonista de esta historia tiene un nombre, pero le llamaremos con otro: Adolfo. Así lo pide él. Tiene 57 años de edad y es de tez morena, contextura media y estatura promedio. Estudió administración agropecuaria, pero en los últimos 36 años solo ha trabajado en ocho aproximadamente. El resto de tiempo, su esposa, a quien llamaremos Magda, mantuvo el hogar trabajando hasta en tres empleos de forma simultánea.

Para la redacción de este artículo, la revista DOMINGO conversó con ambos protagonistas, quienes consienten que se publique la historia siempre que se haga con nombres ficticios. DOMINGO también accedió a la sentencia del divorcio.

Él explica que se dedicó a ser “amo de casa”. Sus hijos, dos varones ya mayores de edad, lo desmienten y aseguran que solo ha sido el “administrador” de los tres salarios que devengaba su mamá durante los años que estuvo casada con él, ya que, al principio, cuando ellos eran niños, el hombre sí se hacía cargo de los oficios de la casa, pero a los pocos años comenzó a contratar a asistentas del hogar y a personas que hicieron el mantenimiento de la vivienda, a quienes pagaba con dinero que Magda cobraba por su trabajo.

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Adolfo quedó divorciado de Magda en enero de este año 2022, ya que en diciembre de 2019 ella supo que le era infiel con la persona que realizaba los quehaceres domésticos en la casa que compartían en Ciudad Jardín.

Aunque le pidió perdón, para Magda fue “como abrir los ojos”, después de años de confiar en él, al punto que le dio una tarjeta de crédito para sus gastos personales, que ella pagaba, además de permitirle que administrara cada centavo que ella ganaba como enfermera, trabajando de día y de noche.

La casa en Ciudad Jardín que, por orden judicial, “Adolfo” necesita vender para darle 36 mil dólares a “Magda” para que ella se compre su propia vivienda y pueda vivir tranquila cuando se jubile dentro de dos años. LA PRENSA/ ÓSCAR NAVARRETE

Lo doloroso para Magda fue que, al separarse, quedó en la calle, alquilando. Adolfo se quedó con buena parte de las cosas que fueron compradas con el dinero de ella, explicó la mujer.

Una jueza de Familia restituyó muchos de los bienes a Magda y ordenó a Adolfo que venda la casa de Ciudad Jardín y le dé a su exesposa 36 mil dólares para que la mujer pueda comprarse su propia casa y viva tranquila, ya que solo le faltan dos años para jubilarse.

Adolfo no quiere saber nada de Magda ni de sus dos hijos. Considera que ellos llegaron a mentir a los juzgados y no le reconocen todo lo que él hacía en la casa por ellos. “Ponga ahí que hasta la ropa interior de ella le lavaba”, le dijo Adolfo a la psicóloga Hilda González, quien valoró a toda la familia durante el juicio de divorcio de la pareja que se realizó entre agosto de 2020 y enero de este año 2022.

El romance

Se conocieron en el colegio, a inicios de los años ochenta. Él estaba en quinto año y ella en tercero de secundaria. Eran los años cuando en Nicaragua había guerra civil y los jóvenes eran enviados a la montaña.

Iban a las fiestas con amigos en común y esas amistades los unieron. Él la sacó a bailar y se le declaró, cuenta Adolfo.

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Era aproximadamente 1983 y Magda, a la vez que estudiaba, también trabajaba, pues lo hace desde que tenía 14 años de edad. Se hicieron novios, pero casi no salían porque ella disponía de poco tiempo libre. Cuando eran fechas especiales, él la invitaba a salir. Ella recuerda especialmente las cenas en el restaurante China Palace. Por esos años tampoco había mucho adónde ir, más que al cine. Si él pagaba las entradas, ella las gaseosas y las palomitas.

Adolfo se le “declaró” a Magda en una fiesta en los años ochenta. LA PRENSA/ CORTESÍA/ IHNCA

Se casaron en octubre de 1986 y fueron a vivir a la colonia Máximo Jerez. Al poco tiempo a él lo llamaron a servir en el Servicio Militar Patriótico (SMP). Ella quedó embarazada del primero de los dos hijos que procrearon.

Cuando él regresó de la montaña se puso a trabajar y a estudiar en la Universidad Centroamericana (UCA), pero tenía dificultades para hacer ambas cosas a la vez. Terminaba aplazado en los estudios. Ella recuerda que la mamá le decía a Adolfo: “Hijo, vos tenés que dedicarte a los estudios, para eso vos le das techo (a Magda)”.

Magda especifica que aceptó que él no trabajara para que lograra terminar los estudios y no perder más tiempo repitiendo clases. Ella asumió el sostén total del hogar.

Él explica que el acuerdo estuvo motivado especialmente porque en ese momento la que se había profesionalizado como enfermera fue ella y conseguía trabajos con mejores salarios.

Propiedades y carros

Se puede decir que Adolfo es un hombre con suerte. Apenas se casó, los padres le heredaron una casa en la colonia Máximo Jerez.

El inmueble estaba urgido de mejoras, recuerda Magda. Ella tuvo que hacerlas y además pagó todos los trámites de legalización y los impuestos.

Magda explica que la casa era de minifalda y eso lo cambiaron. Construyeron muros. Se cambió toda la tubería tanto de agua potable como las negras. Igualmente reemplazó todo el sistema eléctrico. Se cambió todo el cielo raso y le levantó la altura al inmueble. Todo con dinero de ella.

La mujer tiene vivos en la memoria los momentos en que se compraban los materiales de construcción. Adolfo siempre buscaba los más caros, los de mejor calidad. Ahí vivieron 25 años.

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La situación en la Máximo Jerez se tornó insoportable para Magda porque a sus oídos llegaron rumores de que Adolfo tenía amantes. A los hijos de ella los vecinos les decían: “Ahí va tu madrastra”.

Ella sentía que las vecinas la saludaban como con lástima. “Adiós doña Magdita”. Y a ella le daba vergüenza porque sabía que la gente sabía lo que para ella solo eran sospechas, porque ella pensaba: “Hasta no ver no creer”.

Un día no pudo y le dijo a Adolfo: “Este fin de semana nos vamos”.

La suerte había tocado las puertas nuevamente de Adolfo, porque tenía a una tía que estaba enferma y él la había cuidado. La tía le dejó también una casa en herencia, en Ciudad Jardín.

En la colonia Máximo Jerez, Adolfo, Magda y sus dos hijos varones vivieron casi 26 años y después se trasladaron a Ciudad Jardín. LA PRENSA/ TOMADA DE INTERNET

La casa de Ciudad Jardín estaba hipotecada y Magda tuvo que pagarla. Era solo “un cajón” y ella comenzó a remodelarla para hacerla habitable.

En la actualidad se trata de una vivienda de concreto, techo con cielo raso de madera, piso de ladrillo, verjas blancas, con plantas ornamentales al frente. Tiene una sala amplia donde hay sillas, sofá, mesa. Tiene seis habitaciones y tres baños. Cada habitación tiene baños con cerámica y closets.

Hay unas ventanas francesas que, según Adolfo, él las dio a hacer con el dinero que resultó de la venta de la casa de la Máximo Jerez, ya que él quería darle a la nueva vivienda un “toque de hostal”.

También tiene bodega, cocina, área de lavandería, patio embaldosado y muro perimetral.

Tiene de todo: camas, refrigeradora, televisores, espejos, roperos…, una larga lista de bienes muebles.

Pensando en los hijos, la ahora expareja compró dos terrenos en Jinotepe, Carazo, con dinero de Magda. Y, siempre con dinero de ella, Adolfo compró dos lotes de terreno en el cementerio general de Managua. Un tercer lote, él lo recibió como herencia.

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Al principio del matrimonio, Adolfo tenía un carro Lada, pero luego él quería un carro moderno. Magda hizo un préstamo de 17 mil 750 dólares para comprarlo.

Hasta el año pasado 2021, Magda aprendió a andar en bus porque tenía su carro, aunque solo lo manejaba Adolfo.

Para que él la pudiera trasladar de la casa al trabajo, o viceversa, los hijos de la pareja, expresaron ante la jueza Marlene Zamora, que su mamá tenía que echarle semanalmente mil córdobas en combustible al carro, de lo contrario Adolfo se negaba a llevarla. O, en muchas ocasiones, hacía que ella se levantara más temprano para que pudiera tomar el recorrido de uno de sus empleos, ya que “había que ahorrar gasolina”.

En los últimos días del matrimonio, Adolfo asegura que hizo un negocio y logró pagarle a Magda el préstamo que ella había hecho para la compra del carro.

Compraron un tercer carro, pero ella también aportó dinero.

Así es Adolfo

Adolfo ha trabajado formalmente poco en la vida y ahora menos que lo haga. Explica que le duele mucho una rodilla. Magda dice que de los negocios que él ha hecho, incluida la venta de la casa de la Máximo Jerez, él ha ahorrado ese dinero, pues se dedicó a gastar el de ella, y ahora tiene sus ahorros y hasta es prestamista.

Las acusaciones que le hacen su exesposa y sus hijos él las desmiente. Está muy resentido con los tres y alega que ellos ya no se acuerdan de todo lo que él hizo, que hasta facilitó que Magda pudiera estudiar tranquila sus clases de enfermería y una maestría. “No quiero saber de ellos, que se aparten de mi vida. Solo dijeron mentiras (en el juicio)”, expresa el hombre.

“Mi abogado lo dijo en el juicio, en este matrimonio se invirtieron los papeles”, agregó Adolfo, quien aclara: “siempre me ha gustado el trabajo porque me gusta mantener mis rialitos”, pero no tuvo buenas oportunidades para laborar.

“Yo le decía: yo quiero trabajar, quiero comprar mis cosas, pero ella me decía que no era culpa mía” no hallar trabajo, explica.

Según Magda, en total Adolfo trabajó solo en siete u ocho años de los 34 años que estuvieron casados. Ella contabiliza un año en un club social de Managua y cinco años en el aeropuerto.

Adolfo les recuerda a su exesposa y a sus hijos que ellos no tuvieron que andar posando gracias “a la bendición” de la tía que le dio la casa en Ciudad Jardín, y a la de la Máximo Jerez que le heredaron sus padres.

EAAI, Empresa Administradora de Aeropuertos Internacionales, Cosep
Adolfo trabajó cinco años en el aeropuerto internacional de Managua, a finales de los años noventa. Desde entonces no volvió a tener un empleo. Antes había trabajado durante un año en un club social capitalino como intendente. Después de eso, indicó que estuvo como “amo de casa”. LAPRENSA/ARCHIVO

“Mis amigos me dicen: ve hombre Adolfo, pero si vos cuidabas a esos chavalos. Vos no los recibías cuando venían del colegio”, expresa el hombre, quien se considera un hombre responsable, que nunca fue violento con Magda ni con sus hijos.

Adolfo es una persona que “no reconoce sus errores”, explicó la psicóloga Hilda González en el juicio de divorcio. “Minimiza el hecho de haber sido infiel. No es sensible ni empático ante el sentir de la señora Magda y sus hijos”, agregó la profesional.

Magda indica que las amistades del matrimonio se asustaron cuando se separaron. “No puede ser, pero si don Adolfo es un hombre muy bueno”, le decían.

La mujer reconoce que sí, que su exesposo fue bueno en el sentido de que nunca la violentó físicamente y era “bien atento” con ella, pero, por otra parte, “tenía sus cositas”.

Los hijos de la expareja relataron que su padre gustaba de decir que la casa era de él y que ahí solo mandaba él. Además, se imponía sobre la voluntad de la madre.

Eso fue algo que también recalcó la psicóloga, al decir que Adolfo “invisibilizaba los aportes de la mujer (Magda)” y “ejercía violencia psicológica y patrimonial”.

Cuando en diciembre de 2019 Magda confirma que Adolfo le era infiel, decidió separarse de él “sin pleitos”. Acordaron vivir bajo el mismo techo, pero ella se tuvo que ir de la casa porque el hombre tomaba los fines de semana y llegaba borracho a hacer “escándalo”. Hacía que llamaba por teléfono “a otra mujer” para que ella escuchara. Cuando Magda lo cuenta, llora.

Así es Magda

Tras separarse de Adolfo, Magda fue a un cajero automático y se dio cuenta de que no podía sacar el dinero de su salario. Además de que no sabía usarlo, le daba terror, especialmente si se trataba de una cantidad grande.

Esa tarea, sacar su dinero, era algo que siempre hizo Adolfo por ella. Ella no tocaba su dinero. Todo lo manejaba su exmarido.

Tuvo que decirle a una compañera de trabajo que le ayudara. “Vení mujer, si esto es fácil”, le dijo la amiga. Ahora Magda hasta usa banca en línea.

“Cuando supe que me estaba separando de él, se me vino el mundo encima. Yo soy una profesional, pero él me hacía sentir que yo no sabía hacer nada. Como él siempre hacía las compras, me decía que yo no sabía ni cuánto valía una libra de azúcar. Que ni siquiera sabía tomar un bus”, explica Magda.

Lo del bus era algo cierto. Tras la separación, Magda solo andaba en taxi. Y buscaba cómo alquilar casa cerca de su centro de trabajo, para no tener que viajar largas distancias. “He salido adelante”, dice Magda, quien ahora toma cualquier bus sin problemas.

La mujer, de 57 años de edad actualmente, pues nació solo pocos meses después que Adolfo, en 1963, es originaria de Diriamba, donde nació en una familia sencilla, explica.

También es de tez morena y de contextura y estatura media.

Trabaja desde los 14 años de edad.

Además de laborar en el día como enfermera en un hospital público y luego ser docente en una universidad de Managua, por las noches Magda cuidaba personas enfermas o ancianos para completar el dinero para los gastos del hogar que compartía con Adolfo. LA PRENSA/ FREEPIK.ES

Magda siempre confió en Adolfo. Se sentía tranquila al saber que él quedaba en la casa. En algunas ocasiones le dijo a su entonces marido que buscara trabajo, pero como él se enojaba mucho, ella prefería no seguir diciéndole para no entrar en conflictos. “Para que él no se sintiera mal”.

Para sufragar todos los gastos del hogar, ella trabajaba en tres lugares diferentes a la vez: como enfermera en un hospital, como docente de enfermería en una universidad y, por las noches, cuidaba pacientes o a personas de la tercera edad. “Cuidé a gente muy importante, de la Asamblea (Nacional), a doña Violeta (Barrios de) Chamorro, a familiares de presidentes”, cuenta Magda.

Hubo un periodo de unos 13 años en los que ella no tuvo un día libre y, cuando estaba en la casa, también realizaba labores domésticas. No salía, en parte porque no le quedaba tiempo, mientras veía como Adolfo salía a tomar cervezas con sus amigos todos los fines de semana, con la tarjeta de crédito que ella le pagaba a él.

Aunque sabía que las dos casas donde vivieron habían sido donaciones de la familia de él, ella les invertía y las amueblaba porque siempre todo lo vio como un “matrimonio”, y porque Adolfo siempre decía: “si esto es de ustedes (hijos), cuando me muera nada me voy a llevar”.

Como ella no tenía tiempo para andar dando “vueltas”, dejaba todo en manos de su entonces marido y él ponía a su nombre todas las cosas que adquiría con el dinero de ella.

La separación

Hasta diciembre de 2019, todo era “lindo” para Magda. Todas las cosas “malas” que los hijos veían que su padre le hacía a la madre, se la callaban porque “la veían feliz con su esposo”.

Un día de ese mes, el hijo mayor encontró a su padre acostado en la cama matrimonial con la asistenta del hogar.

Dejó que el padre se lo confesara a Magda. Como no lo hizo, él lo tuvo que hacer.

Para Magda fue “como abrir los ojos”. Ella afirma que hasta entonces se dio cuenta de que al menos dos de las varias asistentas del hogar que Adolfo había llevado a la casa en realidad “eran sus señoras”.

Magda decidió separarse sin discutir. Acordaron vivir bajo el mismo techo para mientras encontraban “una solución”, pero fue imposible la convivencia.

Adolfo exigía que le diera “los tres tiempos de comida”. Llegaba ebrio los fines de semana y comenzaba a tornarse hostil. Una vez la empujó y eso le dio miedo a ella. Ponía canciones alusivas a la infidelidad o hacía llamadas dirigiéndose a una mujer, como para que Magda lo escuchara. Al menos eso sentía ella.

La gota que derramó el vaso llegó cuando él, para recuperar el matrimonio, le pidió perdón diciéndole que él “necesita que alguien le haga las cosas, que lo atienda”. Como ella ya no quiso, entonces él reaccionó amenazándola con demandarla para que “lo siguiera manteniendo”.

La jueza de Familia, Marlene Zamora, ordenó que a Magda se le regresen todos los bienes que fueron comprados con su dinero mientras estuvo casada con Adolfo, además de sentenciar que Adolfo venda la casa de Ciudad Jardín y le dé a Magda 36 mil dólares. LA PRENSA/ TOMADA DE WEB DEL PODER JUDICIAL DE NICARAGUA

Magda salió de la casa de Ciudad Jardín en octubre de 2020, dos meses después de que él la demandó en los juzgados de Managua. La había hecho firmar un acuerdo de repartición de bienes en el que ella quedaba “en desventaja”.

Él alega que ella se fue “porque quiso”, y que él “no la corrió”.

Los hijos no podían creer que después de tantos años que su mamá trabajó ahora no tiene nada. No consideran justo que la madre ahora ande alquilando. Sin embargo, la jueza de Familia, Marlene Zamora, ya redistribuyó los bienes de manera que Magda pueda recuperar algo de todo lo que invirtió mientras trabajó. Además, ya están divorciados.

Adolfo, quien todavía no cumple con lo que mandó la jueza, pues no le ha entregado nada de los enseres que se le ordenó dar a Magda, todavía no ha logrado vender la casa, con lo cual está obligado a entregarle 36 mil dólares a su exesposa.

La está vendiendo en 250 mil dólares porque dice que “algo tiene que quedarle a él”. Si no cumple de aquí a junio de 2022, podría ir preso y la venta de la casa quedaría en manos de Magda.

La Prensa Domingo bienes hogar matrimonio

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