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Diplomacia tosca y errática

Sin duda que una de las características más notorias del régimen actual de Nicaragua es lo incierto y errático de su diplomacia.

Todos (o casi todos) los gobiernos de cualquier parte del mundo y sistema político, se esmeran en su diplomacia,  manejan cuidadosamente sus relaciones internacionales, ponen a sus mejores personas a dirigirla y ejecutarla. Eso es un sello de distinción nacional.

Pero en Nicaragua, por ahora no es así, como lo demuestra —para mencionar un caso prominente— la inestabilidad en las relaciones del régimen con el Vaticano. 

En marzo del año pasado, el exsacerdote católico y exdiplomático Edgar Parrales, quien ahora es uno de los presos políticos, comentó en radio Corporación que en menos de siete meses el régimen de Nicaragua había cambiado a tres embajadores ante la Santa Sede y el papa Francisco.

Parrales opinó que probablemente el trasfondo de esa inestabilidad “es que el gobierno presente conflictos internos”. Pero subrayó que “el Gobierno no ha sabido respetar el procedimiento de la carrera diplomática, aprobada en el gobierno de Arnoldo Alemán, con el objetivo de seguir y cumplir algunos pasos para representar a Nicaragua en la arena diplomática internacional”.

En realidad, el expresidente Alemán orientó la elaboración de ese procedimiento con el propósito de limitar las facultades personales de su sucesor, don Enrique Bolaños, para los nombramientos diplomáticos. Pero al fin y al cabo sirvió para poner orden en la administración del servicio diplomático, lo cual terminó, como dijo Parrales, con el régimen que se estableció en enero de 2007 y está en el poder hasta ahora.

De manera que eso es lo que puede explicar en parte la errática diplomacia orteguista, inclusive con el Vaticano, al extremo de que expulsó del país al nuncio apostólico monseñor Waldemar Sommertag. Una abrupta e insólita decisión del régimen que el Vaticano calificó como “grave e injustificada… que no refleja los sentimientos del pueblo de Nicaragua, profundamente cristiano…”

Si el Vaticano y el papa Francisco son tratados de esa manera, no deben sorprender los conflictos y tensiones del régimen no solo con gobiernos que lo critican, como los de Colombia y Costa Rica, sino también con los de España, Argentina y México que le son más o menos afines.

La diplomacia ha sido definida como la ciencia y el arte de las relaciones exteriores, la capacidad de concretar una política internacional apropiada para mantener buenas relaciones,  para prevenir conflictos y resolverlos —cuando de todas maneras se presenten—, con inteligencia, habilidad, educación y buen talante.

La diplomacia es una profesión especial, una actividad distinguida reservada para personas muy profesionales, bien formadas académicamente, cultas y educadas, que no vayan a otros países a “enseñar el cobre”. Y que tampoco hagan eso mismo los que están en cancillería y manejan desde allí la política exterior.

El eminente sacerdote y teólogo católico suizo Hans Küng, fallecido en abril del año pasado y quien por mucho tiempo fuera presidente de la Fundación por una Ética Mundial, escribió que “la primera virtud diplomática es el amor a la verdad”. Que “los Estados deben regirse por los mismos criterios éticos que los individuos y que los fines políticos no justifican medios inmorales”. 

Pero además de regirse por criterios éticos, la diplomacia de un Estado debe ser coherente, estable y respetable, practicada por personas educadas, cultas, talentosas y respetuosas de las buenas formas en las relaciones sociales, políticas y personales. 

Editorial Diplomacia Vaticano
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