En un sustancioso artículo de opinión sobre Maquiavelo, el académico argentino Alberto Benegas-Lynch se refiere a la tesis del clásico maestro florentino de la política, de que el engaño a la gente es un medio muy eficaz para sostener el poder político.
Benegas es un académico y científico político argentino que ha consagrado su vida y obra a promover y defender la libertad. En ese empeño ha publicado al menos 15 libros e innumerables artículos de opinión en periódicos de diversos países. Y está asociado a entidades que son focos de pensamiento liberal, como el Instituto Cato y Mont Pelerin.
En el escrito arriba mencionado, Benegas-Lynch cita un pasaje de Maquiavelo en el célebre libro, El Príncipe, que dice lo siguiente:
“Podría citar mil ejemplos modernos y demostrar que muchos tratados de paz, muchas promesas han sido nulas e inútiles por la infidelidad de los príncipes, de los cuales, el que más ha salido ganando es el que ha logrado imitar mejor a la zorra. Pero es menester respetar bien ese papel; hace falta gran industria para fingir y disimular, porque los hombres son tan sencillos y tan acostumbrados a obedecer las circunstancias, que el que quiera engañar siempre hallará a quien hacerlo”.
Esto fue escrito en 1513, pero según Maquiavelo, el engaño político se venía practicando desde mucho tiempo atrás, como recurso para obtener y mantener el poder político. Y se sigue usando hasta ahora, muchas veces de manera descarada y otras con más o menos inteligencia, si cabe decirlo así.
Cita también el académico argentino otro párrafo de Maquiavelo en El Príncipe que muestra el rostro perverso del poder:
“El Príncipe (o sea el gobernante) debe parecer clemente, fiel, humano, religioso e íntegro; mas ha de ser muy dueño de sí para que pueda y sepa ser todo lo contrario… Dada la necesidad de conservar el Estado, suele tener que obrar contra la fe, la caridad, la humanidad y la religión… Los medios que emplee para conseguirlo siempre parecerán honrados y laudables, porque el vulgo juzga siempre por las apariencias”.
Esa maquiavélica receta para el ejercicio y la retención del poder se ha aplicado a lo largo de los siglos. Y en el siglo XX fue desenmascarada por el exsocialista británico convertido a la democracia, George Orwell. Este, en su libro 1984 explicó cómo los tiranos cambian radicalmente el sentido de las palabras, para justificar su ejercicio desmedido y hasta cruel del poder.
Atendiendo a la recomendación de Maquiavelo, los tiranos llaman magnanimidad a la crueldad, tolerancia a la represión, democracia a la dictadura, religiosidad a la impiedad, etc.
Alberto Benegas-Lynch concluye su escrito recordando que el líder bolchevique León Trotzki, dijo en un discurso pronunciado el 6 de junio de 1918 en el parque Sokolniki de Moscú: “Nos proponemos construir un paraíso terrenal”. Y recuerda que Stalin, en el décimo cuarto congreso del partido comunista, el 18 de diciembre de 1921, sentenció macabramente: “Quien se oponga a nuestra causa con actos, palabras o pensamientos —sí, bastan los pensamientos— será totalmente aniquilado”. Lo cual mandó a hacer con su propio camarada Trotsky.
Eso sigue ocurriendo hasta ahora, en Rusia y muchos otros países, para desgracia de la humanidad.