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El joven Jonathan Morazán Meza, el 30 de mayo de 2018, tras recibir un balazo en la cabeza de un paramilitar orteguista. Lo sacaron en una moto y después lo llevaron al hospital Vivian Pellas. LA PRENSA/ ARCHIVO/ JADER FLORES

El día de las Madres más triste del mundo

Seis madres que perdieron a sus hijos el 30 de mayo de 2018, a manos del régimen de Daniel Ortega, comentan cómo nacieron sus hijos y cómo se los arrebató la dictadura

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El 29 de mayo de 2018, un día antes del Día de las Madres, Alejandra Rivera Ruiz reunió a sus seis hijos y les dijo: “Mañana no quiero abrazos ni besos. Nos vamos a solidarizar con las madres que han perdido a sus hijos”. Los muchachos se quedaron callados.

Lo que en aquel momento Alejandra no podía siquiera sospechar es que, 24 horas después, ella se convertiría en otra madre nicaragüense que perdía a un hijo producto de la sangrienta represión que desató la dictadura Ortega Murillo, tras las protestas iniciadas en abril de 2018.

El hijo de Alejandra, Daniel Josías Reyes Rivera, entonces de 25 años de edad, fue asesinado de un balazo en el abdomen, cuando acordonaba la marcha de las madres del 30 de mayo de 2018.

Según el informe del Grupo Interdisciplinario de Expertos Independientes (GIEI), fueron 19 jóvenes los asesinados a balazos ese día por policías y paramilitares orteguistas.

Fueron también 19 las madres que no celebraron su día, sino que perdieron a sus hijos, la mayoría de ellos con balazos en la cabeza, a como le ocurrió a Guillermina Zapata, cuyo hijo, Francisco Javier Reyes Zapata, recibió un disparo en la cabeza, en la calle frente a la UNI. A ella le ha tocado ver un video en redes sociales, en el que se observa cuando otros jóvenes intentaban sacar a su hijo del lugar en una moto para llevarlo a un hospital, pero ya a Francisco Javier se le iba saliendo la masa encefálica.

En este artículo, seis de esas madres comparten cómo llegaron sus hijos al mundo, pero también cómo se los arrebató la dictadura Ortega Murillo.

Para ellas, y para todas las madres que perdieron hijos durante la represión de 2018, el 30 de mayo ya no es un día para celebrar. Es de dolor. De luto. Y es una burla de la dictadura declararlo ahora feriado.

Candelaria López, madre del joven Carlos Díaz, también asesinado ese 30 de mayo, quisiera que esa fecha no existiera.

Yadira Córdoba. LA PRENSA/ TOMADA DE INTERNET

“Vamos mamá, apoyemos a esas madres”

Orlando Daniel Aguirre Córdoba solo tenía 15 años de edad, pero en la mañana del 30 de mayo de 2018 le dijo a su madre, Yadira Córdoba, que él sentía por el dolor de las madres que habían perdido a sus hijos a manos de los policías y paramilitares orteguistas.

“Vamos a la marcha mamá. Pobrecitas esas madres, no tienen nada que celebrar”, dijo el jovencito.

La madre, que acababa de lavar 11 docenas de ropa, no tuvo el ánimo para ir.

La noche de ese mismo día, Yadira Córdoba estaba convertida en otra de esas madres que no tenían nada que celebrar en el Día de las Madres.

Yadira ya tenía tres hijos varones cuando se dio cuenta que estaba embarazada de Orlando. Esperaba “la mujercita”, pero un ultrasonido le indicó que se trataba de otro varón. Eso no impidió que sintiera una inmensa alegría. “Lo recibí con amor”, explica a la revista DOMINGO a través de una llamada por WhatsApp, ya que se encuentra en el exilio, huyendo de la persecución de la dictadura.

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Todo salió bien con el parto. Nació sano. “Era un niño muy alegre, sociable, con todo mundo tenía buena comunicación. Carismático. Sonriente. Estudiaba música y era el baterista de la iglesia. Mi hijo significaba todo para mí. Todos mis hijos son el mejor regalo que Dios me dio”, expresa Yadira.

Aquel día en que ella no pudo ir a la marcha de las madres, recibió una llamada como a las 4:15 de la tarde. “Ha sido la llamada más dolorosa de mi existencia”, señala.

Le dijeron: “No se ponga nerviosa. No es nada grave. Hirieron a Orlando”. La llamada no había terminado y ella ya estaba llorando.

Desde su casa, en el barrio Francisco Meza, por el mercado Oriental, le costó llegar al nuevo hospital Fernando Vélez Paiz. El tráfico estaba lento por la presencia de los policías y los paramilitares. Salió a las 4:30 de la tarde de su casa y llegó al hospital hasta las 7:00 de la noche.

En el hospital la hicieron esperar dos horas para saber exactamente cómo estaba su hijo. Cinco médicos la sentaron en una silla y no sabían cómo explicarle lo que había ocurrido. Frente al nuevo estadio de beisbol, cerca de la UNI, su hijo había recibido dos balazos en la costilla derecha.

Los médicos dijeron que una de las balas le había perforado un pulmón y que el joven no resistió la operación. Sin embargo, ella ya sabía la verdad. Su hijo no había recibido la atención debida porque existía la orden de que no atendieran a los heridos en los hospitales públicos.

Desde entonces, los 30 de mayo son de luto para ella.

Alejandra Rivera Ruiz. LA PRENSA/ REPRODUCCIÓN DE VIDEO

Un día de terror y una noche de desesperación

Daniel Josías Reyes Rivera fue el quinto de seis hijos de Alejandra Rivera Ruiz, hoy una mujer de 56 años de edad. En aquel entonces, comenta, no conocía los anticonceptivos y salió embarazada por quinta vez.

Ya tenía cuatro hijos, pero no se le mermó la capacidad de alegrarse al saber que tendría otro.

El embarazo fue normal y no tuvo necesidad en ningún momento de ir a un hospital o a un centro de salud. El niño nació en la casa. La mamá de Alejandra, Tomasa Ruiz, fue la partera el 5 de enero de 1993.

“Era un niño super hermoso, gordo, sano. Yo estaba feliz. Era una belleza de bebé”, recuerda Alejandra.

Daniel se convirtió en un orgullo de su mamá porque siempre fue obediente. No iba a ningún lado si no se lo comunicaba. “Él decía, vengo a tal hora, y a esa hora llegaba”, afirma la madre.

Cuando se lo mataron, el muchacho estaba estudiando medicina veterinaria y zootecnia. Para pagarse los estudios, trabajaba en un autolavado y a veces era ayudante de cocina. “Cocinaba sabroso”, recuerda su mamá.

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Ya estaba oscureciendo el 30 de mayo de 2018, cuando llegaron dos amigos de él a la casa, ubicada en Los Madrigales Norte, por el kilómetro 14 de la carretera hacia Masaya. Los muchachos le preguntaron a Alejandra si ya había llegado Daniel de la marcha.

En ese momento, la mujer sintió algo raro y comenzó a llorar. En esa ocasión su hijo no le había dicho que iría a la marcha, pues otras veces lo había detenido para que no saliera de la casa. Encendió el televisor, vio todo lo que estaba sucediendo por la UNI y el corazón le palpitaba fuerte.

Lo llamaba por celular, pero le salía apagado. Desesperada, especialmente porque días atrás se había caído y no podía salir de la casa, mandó a una de sus hijas a buscar a Daniel en los hospitales.

El joven estaba en el Vivian Pellas, pero su hermana no logró dar con él porque, cuando los paramédicos lo recogieron, con voz débil dijo que se llamaba Daniel Josías, pero ellos le entendieron Daniel García. Daniel había recibido un balazo en el abdomen.

Ya bien entrada la noche de ese mismo 30 de mayo, una amiga de Daniel llamó por teléfono y dijo que la habían llamado del Instituto de Medicina Legal (IML), que había que ir a reconocer el cuerpo del joven.

Alejandra no podía creerlo. “Fue un golpe duro. Casi me vuelvo loca. Me parecía que era mentira. Ese dolor todavía lo sigo viviendo”, comenta.

El cadáver no lo pudieron obtener ese mismo día porque necesitaban un documento de la Policía de Ticuantepe, pero los oficiales dijeron que lo darían si la familia firmaba un papel en el que desvinculaban de cualquier responsabilidad a ese cuerpo armado.

La familia no aceptó y fue hasta el primero de junio, con apoyo de grupos de derechos humanos, que lograron sacar el cuerpo del IML.

Ahora, cada vez que es 30 de mayo, Alejandra no recibe abrazos ni nada. “Ese día me quitaron a mi hijo”, lamenta. “Fue un día de terror. Debería ser decretado de duelo nacional”, finaliza diciendo.

Sara Amelia López. LA PRENSA/ REPRODUCCIÓN DE VIDEO

El dolor llegó a Costa Rica

Lo que Sara Amelia López recuerda más, del día en que nació su hijo Cruz Alberto, el 11 de octubre de 1994, es que hubo una “gran tormenta”. Ella vivía en la comunidad El Regadío, en Estelí, y la lluvia no la dejó ir a un hospital.

Una partera, Haydée Cruz, la asistió. El niño nació muy bien y la partera llegaba todos días a cuidarla.

Cruz Alberto Obregón López se crio en el campo. A los ocho años de edad se trasladó a la ciudad de Estelí, debido a la separación de sus padres.

Para los estudios fue “algo dejado”. Había que estarle diciendo que hiciera las tareas. Pero, “cuando se ponía, se ponía”. Los profesores felicitaban a Sara Amelia porque su hijo era bien inteligente.

Los dos únicos hijos de Sara Amelia, el varón y una mujercita de nombre Amy, se peleaban por el cariño de la mamá. “Vos sos adoptado”, se decían el uno al otro. Ella les decía a ambos: “Los dos son especiales para mí”. Detrás de esos celos de hermanos, había una relación de mucho amor entre los dos.

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Cruz Alberto siempre le decía a su madre: “Yo le voy a ayudar. Ya usted no va a tener que trabajar, la voy a mantener”. “Él era mi futuro”, dice Sara Amelia.

Cuando a Cruz Alberto lo asesinaron, Sara Amelia se encontraba trabajando en Costa Rica.

Ese 30 de mayo de 2018, la llamó como a las 2:00 de la tarde para felicitarla. Después, ella llamó a la casa y se lo pasaron. “Solo iré a hacer un mandado rápido y regreso”, le comentó él, cuando ella le preguntó qué haría en el resto del día.

Sara Amelia estaba tan segura de que su hijo estaba en la casa que, cuando su hija Amy la llamó diciéndole: “mami, mataron a Cruz Alberto”, pensaba que se trataba de una broma. Una de muy mal gusto.

A Cruz Alberto lo mataron los paramilitares del régimen a unos 70 metros del parque de Estelí. En su casa, nadie lo vio salir cuando él fue a apoyar a sus amigos. Las balas lo impactaron en el cuello, el pecho y la espalda.

“El 30 de mayo perdió el sentido para mí. Es un día de luto. Eso que hicieron de declararlo feriado es una burla”, finaliza diciendo Sara Amelia, quien tras la muerte de su hijo regresó a Nicaragua, pero ahora se encuentra en el exilio.

Candelaria Díaz. LA PRENSA/ ARCHIVO/ ÓSCAR NAVARRETE

El producto de un amor a primera vista

Candelaria Díaz tenía 19 años de edad cuando quedó embarazada de su hijo Carlos Manuel Díaz. Lo amó desde el primer momento que supo que estaba dentro de ella, no solo porque era el primero, sino también porque lo había concebido con el hombre que fue su “amor a primera vista, Ervin Balitán.

La que estaba furiosa era la mamá de ella, Filomena Vásquez. Decía que el hombre era un “vago”.

El niño no llevó el apellido del padre porque en esa época ella era muy joven y no reparó en ese detalle, pero sí vivió cuatro años con Balitán y procrearon otro hijo, una niña. Lo dejó porque él “después sacó las garras”: fiestas, licor y mujeres.

Candelaria luchó para criar a sus dos únicos hijos, Carlos y Claribel. “Yo luché solita. Ellos eran todo para mí. Todo les di”, expresa la mujer, quien hoy trabaja en Costa Rica.

Carlos se bachilleró, pero no fue a la universidad. Le gustaba la cocina y estudió caja con computación.

El 30 de mayo de 2018, ella se fue a trabajar temprano y como a las 9:30 de la mañana la llamó su hijo: “Felicidades, mamá”. “Gracias amor”, le respondió ella. Más tarde, cuando Candelaria ya había regresado a la casa y era noche, él la volvió a llamar y le dijo: “Voy a la casa. Esto está peligroso”. Fue la última vez que habló con él.

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Momentos después, como a las 11:30 de la noche, un francotirador del régimen acababa con la vida de Carlos, propinándole un balazo arriba de la tetilla izquierda, cuando la víctima circulaba por el parque central de Masaya.

Candelaria ya estaba acostada, pero escuchó los disparos, cinco en total. Despertó a su hija y le dijo: “Oí. Y ese muchacho venía para acá”.

Minutos más tarde, una sobrina le golpeó la puerta. “Al gordo le metieron un balazo”, dijo. Candelaria se imaginó “un refilón”.

Salieron corriendo para el parque y alcanzaron a ver una ambulancia. Los jóvenes que estaban ahí le dijeron a los paramédicos que dejaran subir a Candelaria, que era la mamá del herido.

El muchacho iba con oxígeno, pero ya no llevaba signos vitales. Demoraron en llegar al hospital debido a las barricadas.

“Los 30 de mayo son los días más terribles. Yo quisiera que no existiera ese día. El feriado que están dando es una bofetada”, lamenta ahora Candelaria, quien en esta última semana ha pasado deprimida.

Guillermina Zapata. LA PRENSA/ TOMADA DE INTERNET

El video en el que llevaban a su hijo muerto en una moto

Guillermina Zapata lo tiene guardado, pero evita verlo. Es un video en el que su hijo Francisco Javier Reyes Zapata acaba de recibir un balazo en la cabeza y otros jóvenes tratan de llevarlo en una moto a un hospital.

Era su segundo de cuatro hijos. “Lo quise con amor”, dice Guillermina.

Francisco Javier nació el 14 de febrero de 1984. Fue un hijo amoroso. La mamá vendía leña y él se ponía a la par de ella a vender. “Él ayudaba en todo en la casa”, explica la madre.

Después de bachillerarse, el joven quiso estudiar contabilidad, pero le costaba la clase de costos. Entonces, estudió técnico en refrigeración.

“Era muy trabajador. Tenía 15 años de ayudarme a vender ropa. Yo iba al departamento de Rivas y él se iba conmigo”, señala Guillermina.

Madre e hijo fueron a la marcha del 30 de mayo de 2018. Ella estaba por la zona de Metrocentro y él por la UNI.

Guillermina estaba por la gasolinera cuando escuchó la balacera. No quiso avanzar hasta la UCA porque le dio miedo y también veía mucha gente. “Si he ido a la UCA, hubiera visto caer a mi hijo”, expresa.

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En la gasolinera, le metió una recarga al celular y llamaba a su hijo, pero él no contestaba. Le entró desesperación.

Se regresó a la casa, pero cuando iba por el mercado Roberto Huembes le entró una llamada. “En la radio Corporación están diciendo que tu hijo está herido de muerte”, escuchó que le dijo una amiga.

Nerviosa, llamó a la casa. Uno de sus hijos le respondió: “Mamá, llamaron del Bautista, que Javier está muerto”.

La notició la golpeó. Entonces recordó que como a las 6:00 de la mañana se topó con su hijo en el baño de la casa. “Felicidades, mamá”, le dijo. Y ella le respondió: “¿Por qué me felicitas tan triste?”.

Después, vio el video, en el cual su hijo había recibido un balazo en la cabeza cuando estaba cerca de la UNI. Los demás jóvenes tratando de trasladarlo en una moto mientras Francisco Javier todavía sostenía en una de las manos una bandera azul y blanco.

Esa bandera, manchada con la sangre de su hijo, se la entregaron después a ella.

Josefa Meza. LA PRENSA/ TOMADA DE INTERNET

“Morí con mi hijo”

Josefa Meza tenía 34 años de edad cuando nació su primer hijo, el 10 de enero de 1997, en el hospital Bautista. Se llamó Jonathan Eduardo Morazán Meza. “Me sentí muy feliz con él”, recuerda ella.

“Mi hijo era un niño alegre, como todo niño. Inteligente. Le gustaba andar en bicicleta, en su carrito que tenía. Era muy estudioso y aplicado”, afirma la madre.

Jonathan cursó el bachillerato en el instituto Manuel Olivares y se graduó de la carrera técnica administración turística hotelera en 2015. También había tomado cursos en línea de informática, pues le encantaba la tecnología. “Ya sabía instalar software y también reparaba celulares”, explica Josefa.

El joven quería más académicamente y, cuando lo asesinaron, estaba estudiando diseño gráfico en la Universidad del Valle.

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“Era bondadoso con las personas que sabía no podían pagar. No les cobraba. Él era de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, a quienes decimos mormones”, manifiesta la madre.

El 30 de mayo de 2018, toda la familia estaba de acuerdo en ir a la marcha: Josefa, Jonathan y Kevin, el hijo menor.

Josefa estaba por el sector de la UCA, cuando vio que los paramilitares orteguistas estaban “disparando a matar”. Llamó a Jonathan, pero no le respondía.

La noticia le llegó a través de una llamada por celular que le hicieron desde el hospital Vivian Pellas. “El dueño de este teléfono está herido. Tiene que venir personalmente para que le demos más información”, le dijeron.

Hasta que Josefa llegó al hospital se dio cuenta que su hijo no tenía probabilidades de vivir. Ya no salió de ahí hasta que su hijo murió 48 horas después. “Me quitaron lo más preciado. Cuando me lo mataron, sentí que una parte de mi murió con él”, lamenta.

Cerca de la UNI, Jonathan recibió un balazo en la frente, que le disparó un francotirador. Al igual que otros jóvenes heridos, lo sacaron en una moto hacia el hospital.

Josefa está hoy en el exilio, denunciando a nivel internacional la masacre que el orteguismo perpetró ese 30 de mayo de 2018, y todos los crímenes cometidos por la dictadura desde abril de ese año.

“Las madres nos mantenemos en resistencia, seguimos exigiendo justicia”, finaliza diciendo Josefa.

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