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Gregori José Pettit tiene 26 años. Su rostro luce apagado. Está cansado. El último mes y medio ha viajado junto a su esposa Mariarquis Raquel Valle, de 25, y su hijo Ian Luka, de tan solo dos años de edad. Todos persiguen el sueño americano. Aunque por ahora, el principal reto sea abandonar Ocotal y cruzar el resto de Centroamérica y México. Saben que el desafío les queda grande cuando se tiene hambre en el estómago y los bolsillos sin dinero.
“Somos una familia venezolana. Necesitamos de su apoyo y colaboración con alimentos o con lo que su corazón desee apoyarnos. Gracias. Dios los bendiga”, se lee en un cartón que a diario acompaña el pecho de Gregori mientras él y su esposa recorren las calles nicaragüenses vendiendo dulces.
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Los Pettit Valle no son los únicos venezolanos migrantes que se encuentran varados en el norte de Nicaragua. Se contabilizan unas 16 personas, tres son menores de edad. Todos se han refugiado en el albergue Monseñor Madrigal de Ocotal, Nueva Segovia. Agradecen que este lugar les haya abierto sus puertas para pasar la noche en un sitio seguro.
Sin embargo, las preocupaciones de Mariarquis se intensificaron en los últimos días con el deterioro de la salud del pequeño Ian Luka. No es el único. Otros compañeritos de viaje están en las mismas circunstancias. “Ahorita los niños están con una alergia y otras enfermedades”, lamentó esta madre.
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Este es el segundo intento que hace esta familia por mejorar su condición económica desde que salieron de su natal Venezuela.
En el primer intento emigraron a Colombia. Recuerda que tenían la idea de trabajar y salir adelante, hasta que a raíz de la pandemia del Covid-19 “la situación también se puso fea”.
Desgrane familiar necesario
Gregori relató que en su travesía migratoria ha contado con la asistencia de algunas personas que se compadecen al ver la extrema necesidad de su familia, pero de igual manera han surgido otras personas que se han aprovechado de su vulnerabilidad y le han despojado de sus recursos.
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“Estamos ahorita necesitando el apoyo de la comunidad para poder seguir avanzando y en el nombre de Dios lograr nuestro objetivo”, dice desde un país ajeno al que espera dejar atrás lo antes posible.
“No es fácil, no venimos a molestar, no venimos a hacerle un mal a nadie, esto es muy duro”, señala Mariarquis. “Nos hemos separado de nuestra familia por obligación. Nos cuesta mucho y nos duele mucho, pero lo hacemos también por ellos para que tengan una mejor calidad de vida en Venezuela porque es muy duro vivir allá”, expresa tras explicar que, para ayudar a su familia desde el extranjero, primero es necesario que esta sea desgranada.
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Gregori y su familia están decididos a llegar a Estados Unidos. La falta de dinero para costear los pasajes es el motivo que los detiene en Ocotal, pero no pierden la fe de tener mejores oportunidades al conquistar el “sueño americano”.
En Ocotal han encontrado la solidaridad de algunas personas que se han interesado en ayudarles como fue el caso de una joven que personalmente acompañó a la familia Pettit Valle al Centro de Salud y se encargó de comprar una medicina para contrarrestar la alergia del pequeño Ian Luka.
“Nosotros solo queremos seguir nuestro camino porque tristemente ya hemos pasado por mucho sufrimiento”, dice Mariarquis a un medio local.
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La peligrosa jungla del Darién
Cruzar la frontera entre Colombia y Panamá fue un verdadero encuentro con la muerte para Los Pettit Valle. La jungla del Darién es considerada una barrera natural donde quienes se atreven a burlar esos mil kilómetros caminando o transportándose en bus exponen su vida, pero las posibilidades aumentan si el viaje se hace en familia.
Gregori no recomienda hacerlo en familia, pero entiende que es la misma necesidad que los impulsa a tomar ese riesgo tan elevado. Según autoridades, de los más de 32 mil migrantes irregulares que hasta junio de 2022 han llegado a Panamá, la mayoría son de origen venezolanos.
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Muertes. Personas que quedaron con discapacidad. Desapariciones. Mujeres ultrajadas sexualmente. Separación de familia. Ahogados. Lesionados que no pudieron continuar fueron algunas de las situaciones que Gregori pudo constatar en su paso por el Darién considerado hasta ahora como un epicentro de dolor y muerte para quienes se ven forzados a huir de su país de origen “buscando una mejor vida”, pero en el camino no escapan al terror.
La esposa de Gregori recuerda caminar por esa selva considerada como una de las más peligrosas del mundo con el fango a las rodillas. Recuerda que conoce el miedo de huir de osos, culebras, perros salvajes y otros animales salvajes en medio de la noche. “En esa selva se vivieron muchas cosas”, resaltan. En el Darién fueron abandonados por guías y asaltados por hombres encapuchados que no solo les despojaron de dinero, sino también de alimentos.
El horror del Pájaro Negro
Viniendo de Venezuela, Mariarquis pensó que lo había visto todo. Se equivocó. Estuvo a punto de perder a su hijo y a su sobrina en Costa Rica, antes de llegar a una zona conocida como Pájaro Negro. Otro punto donde el blanco son los migrantes. “Ha sido duro ver sufrir a mi hijo. Tener que correr por las noches para resguardarlos del peligro y pedirle a Dios toda la protección porque estábamos en tierra de nadie”.
Recordó que en una ocasión quienes trabajaban por la zona cercana les dijeron que entraran por detrás. Todos se confiaron porque era un grupo grande de adultos y al menos quince niños, sin embargo, fueron acorralados. Los asaltaron y les soltaron unos canes que por poco hace que el viaje terminara en tragedia.
“Mi niño gritaba. Salió arañado. Con sangre. Mi sobrina se perdió y la encontramos hasta horas después. Las mismas personas a veces, somos unos monstruos”.