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Los golpes de la noche en la Arena Sheffield le desencajaron los pensamientos. Se levantó “desbaratado” sin una parte de su cuerpo que resistiera el dolor. Caminó hacia la ventana del hotel y pensó en los casi siete mil dólares del oponente mientras él regresaba a casa con otra derrota.
El boxeador Alexander Mejía “Popeye” voló a Inglaterra para pelear contra el invicto Hopey Prince en las 122 libras el 6 de agosto de 2022. Perdió el combate y sigue convencido que lo dio todo en el ring, pero fue insuficiente.
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“A mí se me complicó porque el muchacho era zurdo y nunca se paró a tirar golpes, se pasó corriendo en el ring y otra cosa: solo un juez llevó la tarjeta”, dice Mejía mientras espera en el aeropuerto de Guatemala el vuelo que lo llevara de regreso a Managua. Viajó sin compañía a falta de patrocinadores y apoyo local.
Fue vetado por la Comisión Nicaragüense de Boxeo Profesional para pelear en el país. Sin embargo, no pierde el optimismo y resalta que su promotor, Marcelo Sánchez, de Pinolero Boxing, “se pone las pilas en contactarle los mejores rivales”.
A sus 30 años, Alexander piensa que la vida boxística se le escapa como agua entre las manos, dice que a lo sumo le quedan dos años y debe aprovechar los días que faltan. En su trayectoria profesional cuenta con 22 peleas: 18 victorias y cuatro derrotas.
Además de darle golpes, el boxeo, lo ha llevado a países que jamás pensó como Inglaterra, España, Japón, México, Guatemala y El Salvador.
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Se niega a tirar la toalla. Confiesa que las derrotas le han enseñado que hay que levantarse más fuerte que la última vez. No pierde la esperanza de convertirse algún día en campeón del mundo. “Sigo trabajando porque apenas es el comienzo”
Vende mangos y jocotes para sobrevivir
Reconoce que de su mayor pasión solo obtiene mil córdobas a la semana como “ayuda” y para ajustar con los gastos del hogar Alexander Mejía recorre las calles de Managua vendiendo mago, jocote, grosellas y coyolito.
Su humildad y su sonrisa lo acompañan cada tarde en la venta de estos frutos ácidos. “La gente me reconoce en las calles y les digo que uno nunca debe perder la humildad por muy alto que se llegue en la vida”.
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“Me levanto a las cuatro de la mañana. Mi primer trabajo es correr, después de correr me alisto para ir al mercado a comprar mis cosas y empacarlas. Trabajo viernes, sábado y domingo. Es un trabajo que mi papá me lo enseñó y he sabido caminar en la vida”, dijo a Efe.
Mejía es vendedor ambulante desde los ocho años. Cuenta con orgullo que siendo un niño se encontraba en una cancha de tenis del parque Luis Alfonso Velázquez cuando un adolescente agredió a su hermana Erlinda y en su defensa rompió la nariz del oponente. Ahí mismo fue bautizado como “Popeye”.
Desde los quince años ha entrenado día y noche para convertirse en el mejor boxeador, aunque es un sueño que ha abrazado la mitad de su vida, admite que también lo ha mantenido lejos de los vicios, las drogas y hasta le ayudó a escapar de la violencia intrafamiliar.
El mayor título
Infancia triste, así la recuerda Alexander Mejía. Nació el 13 de octubre de 1991 en Managua. Sus padres se divorciaron cuando tenía tres años de edad. Creció junto a su padre quien rehízo su vida con una mujer que lo maltrató hasta los quince años.
“Cuando empecé a vender en las calles de Managua desde los 8 años, no trabajaba para mí, sino para mi madrastra. Ella me dio mala vida”, dijo al medio El Nuevo Diario en 2019.
De adulto Alexander decidió romper las injusticias del pasado y eligió convertirse en un padre amoroso y un esposo compresivo. Está casado con Irene Aguirre a quien también conoció gracias al boxeo, En la actualidad ella no practica este deporte.
En 2019, ambos se convirtieron en padres por primera vez con la llegada del pequeño Alexander quien ya arribó a los tres años de edad.
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Ser padre le cambió la vida para bien. Afirma que es su mayor título. Supo que deseaba tener tres hijos y luego llegó Javiera y Alexia. “A una de las nenas la adopté a los seis meses de nacida, pero es mi hija también. Los tres son mi motor por los que me levanto todos los días a dar lo mejor”.
Uno de los sueños de Popeye era comprar su casa cuando fuera campeón mundial. Dice que aún no es campeón, pero ya posee un hogar para su familia. Cada tarde, al llegar a casa, se olvida del atleta reparte golpes y se tumba en su cama junto a sus hijos para repartirles besos y abrazos.