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El pronunciamiento del papa, importante pero insatisfactorio

El domingo 21 de agosto, el papa Francisco se ocupó por fin de la situación de Nicaragua, donde ha arreciado la represión contra la Iglesia católica, en particular contra el obispo de Matagalpa, monseñor Rolando Álvarez y varios sacerdotes y  colaboradores de su Diócesis.

      El solo hecho de que el santo padre diga algo sobre Nicaragua es importante. Sobre todo porque la grave situación que sufre la Iglesia católica no la había sufrido desde los años ochenta del siglo pasado, cuando la dictadura de los 9 comandantes de la Revolución Sandinista.

      No necesitamos mencionar la extensa lista de agravios que ha sufrido la Iglesia católica en las últimas semanas, porque son del amplio dominio público nacional e internacional. Por eso ha sido bueno, pero no suficiente, que el domingo pasado el papa Francisco le dedicara solo unas pocas  palabras a Nicaragua después de rezar la oración del Ángelus. Esperábamos más que eso y los católicos lo merecían.

      “Sigo con preocupación y dolor la situación que se ha creado en Nicaragua que afecta a personas e instituciones, quisiera expresar mi convicción y mi deseo de que por medio de un diálogo abierto y sincero se puedan encontrar la bases para una convivencia respetuosa y pacífica”, dijo Francisco. Y pidió “la intercesión de la Purísima para que inspire en los corazones de todas las partes que se concrete tal voluntad”.

     El papa ni siquiera mencionó a monseñor Álvarez, no pidió que cese la persecución contra la Iglesia ni que se respete la libertad de religión y se deje en libertad a los religiosos que están encarcelados. Es cierto que el régimen no hará eso porque se lo pida el papa. Pero parafraseando la oración del evangelio de Marcos que se reza en la misa, bastaría una palabra del vicario de Dios en la tierra para consolar las almas adoloridas de los fieles católicos de Nicaragua.

      Nosotros no pretendemos determinar qué debe decir el papa Francisco y cómo tiene que decirlo. Solo los insensatos pueden pretender algo semejante. Pero el santo padre está claro de lo que sucede en este país, sabe que lo de la Iglesia católica de Nicaragua no es una simple “situación creada”, sino que está sufriendo la peor  tribulación de toda su historia de 488 años.

      Con todo el respeto que merece el papa Francisco, esperábamos y queríamos que dijera algo parecido a lo que dijo Juan Pablo II  cuando ocurrió el secuestro y destierro del obispo de Chontales, monseñor Pablo Vega, el 4 de julio de 1986, durante la gran persecución de la primera dictadura sandinista contra la Iglesia católica.

“En mi solicitud pastoral por la Iglesia nicaragüense, elevo, junto con mi más viva deploración, mi ferviente plegaria al Altísimo para que asista con su gracia a monseñor Vega, al clero, religiosos, religiosas y fieles de su prelatura de Juigalpa, a mis hermanos en el episcopado, con el querido cardenal Obando Bravo, y a toda la Iglesia de Nicaragua en estos momentos de prueba, en los que cuentan con la oración de toda la Iglesia y con mi entrañable Bendición Apostólica”, declaró el papa, quien ahora es santo, Juan Pablo II.

      En la actualidad, la gran tribulación de la Iglesia católica de Nicaragua es igual o peor que la que padeció en los años ochenta del siglo pasado. Pero, claro, aquella era otra época y Juan Pablo II era un papa muy distinto al de ahora.

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