A algunos comentaristas políticos y medios opositores les llama la atención el silencio del régimen de Daniel Ortega, después de que el papa Francisco sugirió el diálogo para una convivencia pacífica y respetuosa en Nicaragua.
El domingo 21 de agosto, en su acostumbrada alocución después de la oración del ángelus, el papa manifestó su “dolor y preocupación por la situación creada en Nicaragua, que involucra a personas e instituciones”. Se refería al agravamiento de la persecución contra la Iglesia católica en este país, al encarcelamiento de varios sacerdotes y otros religiosos, incluyendo al obispo de Matagalpa y administrador de la Diócesis de Estelí, monseñor Rolando Álvarez, a quien la fuerza policial del régimen lo mantiene encerrado con casa por cárcel.
Ante esta crítica situación, el papa Francisco expresó su “convicción y esperanza de que a través de un diálogo abierto y sincero se puedan encontrar aún las bases para una convivencia respetuosa y pacífica”.
¿Diálogo entre quiénes? ¿Sería entre el régimen y la oposición política y social, que está presa, perseguida y exiliada? ¿O de la dictadura con la jerarquía de la Iglesia católica, para que se le permita actuar en su campo religioso sin restricciones ni persecuciones?
Se conoce muy bien que el diálogo, la reconciliación, la paz y el amor son las herramientas espirituales y pastorales con las que opera la Iglesia católica.
Cabe recordar que el presidente de la Conferencia Episcopal de Nicaragua (CEN), el obispo de Jinotega monseñor Carlos Herrera, declaró a LA PRENSA en noviembre del año pasado que “la Iglesia lo que quiere ante todo es un entendimiento, una paz, una armonía, un proceso por el bien de todos, con democracia y con el bien de todos”.
La declaración del entonces recién elegido presidente de la CEN fue motivada porque poco antes Daniel Ortega había hablado en términos confusos de un posible diálogo en 2022, sin precisar con quiénes ni con qué propósitos. No obstante eso, monseñor Herrera dijo que los obispos estarían dispuestos a mediar en un nuevo diálogo del régimen con la oposición.
Monseñor Herrera obvió la amarga experiencia que tuvo la Iglesia con su mediación en el diálogo nacional de mayo-junio de 2018, después de la cual ha sido difamada y atacada ferozmente por el mismo régimen que le pidió mediar.
El 22 de abril de 2018, cuatro días después del estallido de la rebelión popular contra el régimen de Daniel Ortega, este pidió a los obispos que organizaran un diálogo nacional para calmar los ánimos y buscar una solución del conflicto. Los obispos pusieron sus condiciones que el régimen aceptó, pero el diálogo se rompió por la intransigencia del oficialismo. Y el 19 de julio Ortega acusó a los obispos de que habían pretendido darle un golpe de Estado, algo completamente falso y absurdo.
En 2019 hubo el segundo diálogo nacional, en el Incae, esta vez con la mediación del representante del papa Francisco y de la OEA. En ese diálogo el régimen y la oposición lograron y firmaron acuerdos fundamentales, que de ser cumplidos hubieran resuelto la crisis. Pero el régimen no los cumplió y dos años después los dialogantes de la oposición fueron encarcelados.
Después de eso el diálogo se convirtió en una mala palabra en Nicaragua. Dialogar es una forma civilizada de resolver los conflictos políticos y sociales. Pero el diálogo no lo quieren el régimen ni la oposición. Mientras tanto la crisis se profundiza y petrifica a la ciudadanía, sin que ni los más avezados analistas políticos puedan vislumbrar una salida.