El martes 7 de septiembre fue presentado en el poder legislativo del régimen, un proyecto de ley para aprobar el llamado Acuerdo de Cosecha Temprana de Nicaragua con China comunista. Se trata de un pacto comercial preliminar para regular el intercambio de determinados productos en condiciones favorables para Nicaragua, y establecer las bases de un Tratado de Libre Comercio general entre ambos países, que negociarán después.
La penetración de China comunista en América Latina no es algo novedoso. La mayor parte de los países de la región tienen buenas relaciones diplomáticas y comerciales con la gran potencia asiática. Pero en Nicaragua esas relaciones tienen un fuerte componente político al estar determinadas por la afinidad de sus regímenes antidemocráticos.
Por esa semejanza es que el régimen no solo estrecha lazos con China comunista —lo mismo que con Rusia—, mientras poco a poco va sacando a Nicaragua de la zona comercial y de influencia política de Estados Unidos (EE. UU.) y Europa occidental. Otros países de América Latina —como por ejemplo Costa Rica, Ecuador y Brasil—, cultivan amplias y provechosas relaciones con China, pero no se distancian de las democracias occidentales.
El régimen de Daniel Ortega está repitiendo ahora, en términos generales, lo mismo que hizo la anterior dictadura sandinista en los años 80, que sacó a Nicaragua del ámbito de la influencia estadounidense, pero convirtió al país en un peón geopolítico de la URSS, como se llamaba Rusia en aquel entonces.
El imperialismo del siglo XXI no es como el del pasado, que se expandía fuera de sus fronteras nacionales y sometía a otras naciones, sobre todo por medio de la fuerza militar. Nicaragua fue víctima de aquel imperialismo, el yanqui, que ocupó militarmente el país más de una vez. Hasta que en enero de 1933 los marines se fueron derrotados después de 6 años de guerra con el ejército del patriota nicaragüense Augusto C. Sandino.
Ahora los imperialismos emergentes, como el ruso y el chino, se expanden y pretenden dominar el mundo mediante la conquista de mercados, cuantiosas inversiones financieras, construcción de grandes infraestructuras y obtención de materias primas para sus industrias desarrolladas. En el caso de China comunista, para eso es su proyecto estratégico llamado La Ruta de la Seda y los acuerdos comerciales como el de Cosecha Temprana.
No es que los imperialismos ruso y chino renuncien a la guerra, fría o en caliente. También utilizan la fuerza armada como lo demuestra la guerra de agresión expansionista de Rusia contra Ucrania, y las amenazas militares de China en el Estrecho de Taiwán y el Mar del Japón. Los mismos presidentes autocráticos de Rusia y China comunista, Vladímir Putin y Xi Jinping, notificaron al mundo democrático que están dispuestos a recurrir a la fuerza militar cuando convenga a sus intereses. Así lo anunciaron el 4 de febrero de este año al presentar su alianza estratégica que según dijeron “no tiene límites ni excepciones”. Y advirtieron que en el mundo ahora hay una nueva geopolítica global que ellos determinan.