Los dirigentes de ese coctel de represión e ineficiencia que conocemos como castrochavismo, gobierno u oposición, son por naturaleza antisemitas. Sienten repulsión ante el Estado judío y sus ciudadanos, practicando un activismo cómplice con agrupaciones terroristas como Hamás y Hezbolá y sosteniendo con el padrino de estos, Irán, una relación estrecha.
Considero el odio de estos sujetos y organizaciones hacia Israel, más que razonables. La nación judía es promotora de la democracia y el Estado de derecho, defensora de libertades civiles y religiosas lo que choca directamente con las propuestas de gobiernos asociados al castrochavismo que tienen a la teocracia iraní como su modelo.
Israel, sin ser un Estado perfecto, es una herejía sociopolítica para la mentalidad de estos sumisos, máxime, si es comparado con el Estado de Irán.
Quizás el más conspicuo de estos caciques en sus ataques a los judíos fue Hugo Chávez, quien en la víspera de la Navidad del 2006 declaró, “el mundo tiene para todos, pues, pero resulta que unas minorías, los descendientes de aquellos que crucificaron a Cristo, se adueñaron de las riquezas del mundo”, ratificado en gran medida por su sucesor Nicolás Maduro, quien declaró que “los sionistas controlan el mundo” y que los judíos estaban detrás de las protestas de la oposición a su autocracia.
Cierto, que, al parecer, son gobiernos como los de Cuba, Nicaragua, Venezuela y Bolivia los enemigos acérrimos de Israel en el continente, pero debemos sumar a la Colombia de Gustavo Petro que rompió relaciones con Tel Aviv por los ataques a Gaza sin condenar las abominaciones de Hamás del 7 de octubre de 2023 como hizo el presidente de Chile, Gabriel Boric, quien rechazó la ofensiva de Israel en la franja de Gaza y los crímenes en sitios como el kibutz Be’eri, cometidos por terroristas palestinos.
Aunque Fidel Castro, el alquimista que junto a Luiz Inácio Lula da Silva inventó el castrochavismo, nunca se confesó antisemita, es evidente que el odio mezclado con envidia que sentía hacia Estados Unidos y su profundo rechazo a la democracia, lo condujeron a actuar contra el Estado de Israel desarrollando estrechas alianzas con naciones árabes.
En 1973, en Argelia, durante una cumbre del Movimiento de los Países No Alineados, Castro anunció que romperían relaciones diplomáticas con Israel y en octubre de ese año ayudó a Egipto y a Siria en la guerra de Yom Kippur, enviando tropas y equipos a este último país, mientras, Israel, desde 1992, vota a favor del embargo de Estados Unidos contra Cuba, absteniéndose de hacerlo el mismo año, 2016, que Washington, bajo Barack Hussein Obama, lo hizo.
El dictador cubano fue el primero en recibir a los déspotas iraníes como salvadores. Durante una de sus presidencias de los No Alineados, 1979, Castro invitó a los líderes de la revolución islámica a incorporarse a la entidad participando en la cumbre que se realizaría en La Habana, iniciándose entre ambos gobiernos una fuerte e intensa relación que repercutiría en los regímenes satélites de Venezuela, Nicaragua y Bolivia, estableciéndose las bases para la presencia de grupos terroristas fundamentalistas en esos países.
Fidel, la exégesis de lo anticubano, concertó alianzas con países, personalidades y propuestas que coincidían con sus intereses, razón por la cual, se alió a la extinta Unión Soviética, se arropó en el marxismo ateo, lo que no obstaculizó su alianza con los grupos más intransigentes del islam, como la teocracia iraní.
Castro, como fundamentalista del poder, nunca fue un teórico, pero sí un talentoso y dedicado practicante de la toma y conservación de la autoridad totalitaria, forjó en Cuba un entramado de servidores tan compenetrados con el mando que son incapaces de sobrevivir si lo pierden, situación que se evidencia en que ni los fracasos acumulados ni la inoperancia gubernamental, han quebrantado al régimen inaugurado hace más de 65 años.
Cuarenta y nueve años de poderío absoluto permitieron al faraón caribeño crear dentro de Cuba una armazón de funcionarios que pudo replicar en numerosos países latinoamericanos, al prestarle asistencia material, logística y de conocimiento a cualquier aspirante a dirigente que compartiera sus rencores, por su parte, muchos de los líderes democráticos del hemisferio deberían reconocer que su estulticia y tolerancia con el castrismo los ha conducido al exilio, lo que no significa, que sus pares cubanos no tengan responsabilidades.
El autor es periodista cubano.
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