El expresidente Donald Trump se impuso en las elecciones del martes 5 de noviembre en Estados Unidos (EE. UU.).
Lo hizo con contundencia, pues no solo ganó el voto de los colegios electorales y la votación popular nacional, sino que su partido se ha quedado también con la mayoría en el poder legislativo. Además, Trump tendrá a su favor a la mayoría de magistrados de la Suprema Corte, de manera que será uno de los presidentes de EE. UU. más poderoso de los últimos tiempos.
Según comenta el prestigioso diario francés Le Monde, los estadounidenses “tomaron una decisión informada. Ahora no ha sido como en 2016, cuando lo eligieron por primera vez y no sabían cómo sería su presidencia. Esta vez la situación es diferente: los votantes republicanos no solo conocen a su candidato al dedillo, hasta su comportamiento menos glorioso, sino que es incluso más radical que hace ocho años”.
Pasadas las elecciones no queda más que esperar el desenvolvimiento del nuevo gobierno de Trump, a partir de enero del próximo año, para ver si cumplirá, o no, las promesas y las amenazas que hizo y vertió durante la campaña electoral.
Según los expertos, Trump y su partido ganaron por sus planteamientos duros contra la inmigración ilegal, sobre los problemas de la economía pequeña para la gente común y el cuantioso gasto de EE. UU. —para él un derroche innecesario— en el respaldo a Ucrania en la guerra defensiva ante la agresión que sufre de parte de la Rusia imperial.
Aunque las cifras macroeconómicas dicen que la economía estadounidense mejoró durante la Administración Biden, la mayoría de la gente no lo percibe así y más bien resiente la imparable carestía de la vida.
También muchos estadounidenses, inclusive migrantes legalmente establecidos, se sienten perjudicados por el hasta ahora incontenible flujo de inmigración ilegal y han votado para que Trump ejecute las medidas drásticas que ha ofrecido para contenerla y revertirla.
Obviamente, la defensa de la democracia, el Estado de derecho y las libertades individuales, que fue el planteamiento basal de la campaña de Kamala Harris, no son importantes para la mayoría de los votantes estadounidenses. Ellos, como dijo Carlos Marx, antes que pensar en valores espirituales piensan en satisfacer las necesidades materiales básicas.
Ahora bien, los políticos por lo general no suelen cumplir sus promesas y amenazas de campaña electoral. A veces porque no tenían la intención de cumplirlas, pero en otros casos porque se los impiden las instituciones arraigadas y las dificultades que encuentran en el camino.
Por lo pronto, el mismo martes en la noche, al proclamarse vencedor en las elecciones, Trump ofreció que gobernará para todos los estadounidenses. Esto podría ser solo retórica política, pero en cualquier caso hay que darle el beneficio de la duda.
En cuanto a lo que se podría esperar de la nueva administración presidencial de Donald Trump para Nicaragua, habría que recordar que la crisis política y de derechos humanos en este país estalló cuando Trump era presidente de EE. UU. por primera vez. En aquella ocasión, él reaccionó contra el régimen de Daniel Ortega imponiéndole las primeras sanciones, e inclusive lo declaró oficialmente como una amenaza a la seguridad nacional estadounidense.
Ahora, en la campaña electoral que acaba de terminar, Trump no le dio importancia a América Latina y mucho menos a Nicaragua. Solo se pronunció contra la inmigración ilegal que llega también de esta parte del mundo y significa, según él, una invasión de criminales de toda clase y peligrosidad.
Es la estrategia económica que Trump anunció en su campaña electoral, de favorecer a las grandes corporaciones e imponer aranceles al comercio exterior para favorecer a las industrias nacionales, lo que perjudicaría gravemente a sus socios comerciales y con mayor fuerza a los más pequeños, que son los países centroamericanos. Entre ellos Nicaragua, que vende a EE. UU. casi la mitad de sus exportaciones totales, según informó LA PRENSA el 4 de octubre pasado.
En el aspecto propiamente político, como ya opinamos el martes recién pasado, Nicaragua no merecerá la atención del nuevo gobierno de Trump salvo que, como esperan o desean algunos activistas opositores, el senador de origen cubano Marco Rubio sea nombrado como el nuevo secretario de Estado, responsable de conducir la política exterior de EE. UU.
Pero sobre todo cambiaría el enfoque político de EE. UU. sobre Nicaragua si se comprobara que son ciertas las denuncias hechas recientemente por diplomáticos israelíes, después de que el régimen de Ortega rompió relaciones con Israel, de que aquí hay o podría haber bases terroristas de Irán y de Hezbolá.
Por lo pronto el régimen de Daniel Ortega ha sido cuidadoso, al saludar al pueblo de EE. UU. por las elecciones del 5 de noviembre, sin mencionar los resultados ni el nombre de Trump.